Cuba, entre el precio del aguacate, el albañil y el salario

Cuba, entre el precio del aguacate, el albañil y el salario

Por Leonardo Padura

Las verdades absolutas, ya se sabe, no existen, por más que algunos se empeñen en querer demostrar lo contrario. Pero el ser humano, por su naturaleza, necesita creer en algo y para tener ese asidero ha inventado, a lo largo de la historia, los más disímiles recursos, que van desde las creencias religiosas hasta los axiomas científicos.

Entre los mecanismos creados por el hombre para acercarse a la verdad y obtener la confianza que esta reporta, uno de los medios más certeros es el promedio. Los cubanos, como nación, sabemos mucho de ellos. Por ejemplo, si alguien dice que un bateador en el beisbol promedia para más de 300, todo el mundo dirá: es bueno. Y si un pitcher promedia para más de cinco carreras limpias por juego, el país en pleno sabrá que es un “explotao” y nadie lo querrá tener en su equipo. En tales casos los promedios se acercan bastante a la verdad, aunque, como siempre, no la cubren por completo: el pitcher de marras puede un día tirar un partido perfecto y salvar a su equipo y el buen bateador puede caer en mala racha y embarcar al suyo. De eso también sabemos mucho los cubanos.

Hay en la vida cubana actual tres promedios que resultan mucho más reveladores y dramáticos que todas las estadísticas del beisbol, y que, en sus proporciones y consecuencias, reflejan diáfanamente cómo se desarrolla la vida diaria de una parte considerable de la población del país. Sin duda todos sabrán que, como promedio, un aguacate vale hoy en día 10 pesos.

También, todos los que hayan tenido que hacer alguna reparación más o menos grande, más o menos urgente en su casa, saben que, como promedio, un albañil (que, como promedio, no suele tener y por tanto pagar licencia para trabajar por cuenta propia) cobra al menos 120 pesos por “salpicar, resanar, repellar y dar fino” a un metro cuadrado de pared (150 pesos si es un techo). También sabemos, según los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, que el salario mensual promedio en las entidades estatales y mixtas del país andaba hace un año por los 448 pesos, aunque también sabemos que, por miles de vías alternativas, este promedio de lo que “ganan” los cubanos es de los más engañosos, aunque no para todas las personas, pues hay ciudadanos que viven de su salario… En fin, que, como promedio, muchos cubanos ganan 448 pesos mensuales, lo que equivaldría a disponer de 15 pesos para cada día del mes en un país donde un aguacate vale 10 pesos y un solo metro de pared repellada el salario de entre ocho y diez días de un trabajador. Entonces… ¿cuál es la relación entre la verdad y los promedios?

Desequilibrios patentes

El complejísimo y muy extraño entramado social y económico cubano se ha montado en las últimas dos décadas sobre una lógica muy peculiar en la cual las diferencias de posibilidades económicas de las personas no siempre se corresponde con sus capacidades, su utilidad social, con su esfuerzo. El origen de esta verdad casi absoluta nos remite, entre otras causas, a la desproporcionada inflación vivida a partir de los años 1990 y la imposibilidad del Estado de poder paliarla con aumentos salariales proporcionales, capaces de darle a una libra de carne de cerdo (hoy entre 25 y 35 pesos, según la calidad) la misma equivalencia económica respecto al salario que tuvo cuando se vendía a tres pesos la libra.

Estos desequilibrios patentes también guardan relación con otras cuestiones económicas como el alivio (o la solución de muchos problemas) que proporcionan las remesas de divisas recibidas por miles de personas desde el extranjero, o con el trabajo estatal en entidades donde se maneja moneda fuerte (el turismo y la gastronomía resultan los más emblemáticos) y el trabajo por cuenta propia (oficial o no), con el cual muchas veces las rentas de ganancias multiplican los salarios promedios estatales, como es el caso del albañil antes citado que, en un par de días, puede “salpicar, resanar, repellar y dar fino” a diez metros de pared y ganar unos mil doscientos pesos, o sea, casi tres veces el salario promedio mensual de otros muchos cubanos, y un tercio más de lo que en ese mismo mes gana un médico especialista en un hospital de la isla…

Tres de las peleas que hoy libra el gobierno cubano están íntimamente relacionadas con esa problemática álgida y hasta hoy insoluble por medios oficiales de la falta de relación entre salario y costo de la vida.

Una de esas guerras es la recuperación de la responsabilidad, la seriedad laboral y la permanencia en ciertas esferas, que en todos los sectores ha decaído en la misma medida en que descendieron las posibilidades de vivir con dignidad devengando un sueldo estatal. Esta situación, que se hace especialmente dramática cuando se concreta en la fuga de maestros hacia otros sectores más rentables, o de médicos que abandonan el país, representa una pérdida invaluable de talento especializado e, incluso, se refleja en la baja de la calidad de los servicios y producciones que todos podemos haber sufrido.

La verdad y los promedios

Otra de las contiendas está dirigida hacia la reubicación laboral de muchos ciudadanos a los que hoy se les alienta por la opción del trabajo por cuenta propia, mediante el cual las personas por lo general consiguen mejorar sus finanzas e, incluso, aportan una parte de sus ganancias al Estado por la vía impositiva sin que el Estado le dé otro beneficio (salvo en la agricultura) que el permiso para ejercer legalmente esa actividad.

Y la tercera y más compleja es la lucha contra la corrupción en todos los niveles: desde las más altas estructuras de ministerios y empresas, varios de cuyos casos han sido medianamente difundidos en los medios cubanos (las causas judiciales y las condenas, pero sin que se conozcan muchos de los detalles de esas actividades ilícitas), hasta la más común y muy extendida del robo de todo lo que sea robable por parte de administradores de locales y simples trabajadores.

Cada una de estas batallas está profundamente relacionada con las otras pues sus causas y manifestaciones son de carácter económico, más que moral. El verdadero dilema llega cuando un trabajador o un jubilado que vive de lo que le paga el Estado debe enfrentar las circunstancias cotidianas de la vida real, donde no solo el aguacate vale diez pesos o el albañil cobra lo que cobra, sino, por ejemplo, el empleado de un “consolidado” estatal donde se reparan televisores Panda le dice al cliente que el “consolidado” no tiene la pieza que vale 15 pesos cubanos… pero un amigo se la puede conseguir en 20 pesos convertibles, o sea, el monto mensual de un salario promedio cubano por lo que, oficialmente, vale un día de ese salario.

¿Cómo será posible ajustar la verdad de todos los días con los promedios? ¿Se recuperará el valor del trabajo con salarios insuficientes? ¿Se eliminará la corrupción con medidas policiales y más auditores y vigilantes?

Difíciles cuestiones para los encargados de pensar en ellas y, alguna vez, dar las respuestas que espera el trabajador o el jubilado que pasa por frente al dichoso aguacate de 10 pesos y le dice adiós, y sigue de largo pensando en cómo arreglar el día sin un aguacate y en cuándo podrá arreglar los desconchados del techo de su casa.

Este artículo se publica por cortesía de IPS

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