De la fijeza del cariño: Cuando una madre no está

De la fijeza del cariño: Cuando una madre no está

Por Danay Riesgo

Hoy hace ya tres años de ese momento, del momento del adiós.

Recuerdo tu piel delicada, tu perfume, tu mirada y tu sonrisa que nunca perdiste cuando me mirabas. Y esas últimas palabras que cambiaron mi vida para siempre. Salieron de tu boca como la brisa cálida que jugaba con mi pelo en La Habana cuando apenas era una niña, cuando no imaginaba este momento, cuando el final no existía, cuando la inocencia era eterna…

Fue lo más bello que he oído jamás y que jamás podré olvidar. Ese “Te quiero” que significaba tu partida.

Ese breve espacio que es la vida.

Nos enredó el destino y todo oscureció. De repente la vida nos había hecho una mala jugada, la peor de todas. Habíamos perdido. Enfurecida conmigo misma no podía ver que nada era en vano que en realidad nunca te has ido porque vives en mí como yo viviré en mis hijos y mis hijos en sus hijos. Parte de ti está en mí y lo recuerdo cada día cuando sin querer se me escapa una frase tuya que parecía ya dormida en el olvido, o cuando me río y hago ese gesto un poco gracioso que heredé de ti.

Nada fue en vano:

Quizás desde aquí hoy debería decirte que si me enfadaba contigo era porque eras la persona que sabía que sin pensarlo me ibas a perdonar. Si te fallé en algo era porque no me lo ibas a reprochar. Si puede que alguna mentirijilla te dijera era porque tú ya sabías la verdad. Si en algún momento te negué un beso era porque sabía que dormida me lo ibas a dar y créeme que me arrepiento mucho mamá.

No nos damos cuenta de lo breve que es la vida. Pero no ha sido en vano y eso es lo que quería recordar. Me dejaste las ganas de vivir, de sentir y de amar.

Te quiero, mamá.

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