Confesiones a los 80: Verónica Lynn, el personaje que seré mañana

Solo su propia insistencia en anunciarlo nos hace creer que en verdad ha llegado a esa edad. Con más de 55 años de trayectoria en el teatro, el cine, la radio y la televisión, es una de las figuras más populares de la cultura cubana.

Confesiones a los 80: Verónica Lynn, el personaje que seré mañana

Por Norge Espinosa Mendoza*

Los 80 años han llegado a la actriz Verónica Lynn. Pero solo su propia insistencia en anunciarlos nos hace creer que en verdad llega a esa edad. Con más de 55 años de trayectoria en el teatro, el cine, la radio y la televisión, es una de las figuras más populares de la cultura cubana.

Y una profesional que ha sabido convertir sus apariciones en tantos medios en auténticas clases magistrales.

A ella se deben actuaciones tan aplaudidas como Santa Camila de la Habana Vieja (estrenada en 1961), o la Luz Marina Romaguera (Aire frío, de Virgilio Piñera, 1962). En la televisión fue la Doña Teresa de Sol de batey; y en el cine fue la madre de Rachel, como personaje del filme La Bella del Alhambra (1989). Son apenas algunos rostros en ese álbum que la hacen merecedora de tantos aplausos.

Me pregunto si—tras tantos años de trabajo y personajes—usted, quien se graduó además en el Instituto Superior de Arte en la especialidad de Crítica Teatral, mantiene una mirada crítica sobre todo lo que hace. ¿Es así Verónica Lynn, de rigurosa?

VL: Siempre, siempre lo soy. Cuando pasa un tiempo vuelvo a ver mis escenas, si las he podido grabar. Entonces descubro los aspectos en los que me quedé corta, de algún camino que cogí equivocada. También me he sentido satisfecha de alguna escena. Pero para lograr eso hay que trabajar mucho, y cuidar sobre todo los bocadillos pequeños, las pequeñas intervenciones que dejan ver muchas cosas del personaje. Son las más difíciles, porque son las que te ayudan a cerrar una sicología, a mostrar cómo es este personaje, hasta en sus detalles. Soy crítica con mi trabajo, es algo que me pasa de verdad.

Puede que todo ello provenga del rigor aprendido en las tablas, ante las cámaras, junto a otros grandes actores con los que tuvo el privilegio de compartir. ¿Quiénes eran sus referentes para formarse como actriz, desde la juventud?

Para mí, el teatro desde niña era un poco como jugar, aunque sin saber que estaba jugando. Yo venía de una familia muy pobre y al teatro fui tarde. Mis sueños de juventud estaban cercanos al cine, el radio y a la televisión. Ya en 1955 me había dado cuenta de que actuar no era fingir un sentimiento sino que todo eso llevaba una preparación; mientras más supiera y estudiara, más segura y mejor podría estar en mi trabajo. Con directores como Andrés Castro, Vicente Revuelta y Adolfo de Luis aprendí más de las técnicas de Konstantin Stanislavski. Para mí, actuar se fue haciendo algo muy serio. Y si me preguntas por un paradigma, tengo que mencionar a Raquel Revuelta. Yo no podía perderme sus apariciones en aquel programa de la televisión que se llamaba “Un romance cada jueves”. Había otras, muy buenas actrices, como Minín Bujones, Violeta Jiménez, Maritza Rosales. Pero el referente mío siempre fue Raquel.

A inicios de los 60 usted se consagra con dos papeles extraordinarios, que hicieron época en el teatro cubano: Santa Camila de La Habana y Luz Marina Romaguera, en Aire frío. ¿Cómo llegó al dominio de dos personajes tan diferentes: una mujer de extracción marginal apegada a sus santos; y un carácter tan complejo como el de Luz Marina?

La técnica de Stanislavki fue de gran ayuda. Yo estaba en el Grupo Milanés, que dirigía Adolfo de Luis, y se había pensado en Omara Portuondo para interpretar a la Camila, pero ella no pudo hacerlo en ese momento. Gilda Hernández le dice a Adolfo de Luis: “Pero si tú tienes en el grupo a una actriz como Verónica Lynn, ¿por qué no le das la Camila?”. Y así llegué al personaje, aunque en la obra original sea una mulata, y trabajé para darle esa energía, esa vitalidad.

“¡Es tremenda esa mulata!”, llegaron a gritarme desde la platea del Teatro Mella. Ella es una mujer de gran corazón, de una gran bondad, aunque no sea una mujer preparada, aunque pueda parecer tan bruta ante algunas cosas. Por eso me molesta cuando otras actrices la han hecho y la ponen como una mujer vulgar. Esa no es mi Camila. Con Aire frío, por suerte, yo sí tuve un referente en la familia, una tía que era como Luz Marina, medio amargada, refunfuñando siempre, y me sirvió para crear el personaje. Virgilio estaba encantado conmigo, con mi manera de hacer el personaje.

A partir de los 70, usted se concentra en la televisión, en la que interpreta grandes personajes con directores muy destacados. Uno de ellos, Roberto Garriga, le ofrece el personaje de Doña Teresa en la telenovela Sol de batey, escrita por Dora Alonso. Esa telenovela cambió muchas cosas en la televisión. ¿También cambió cosas en usted?

Aunque había hecho muchos personajes, en obras llevadas a la televisión, o en novelas extranjeras, me di cuenta de que al público cubano le gusta la telenovela, el seguir una historia, un personaje, y que tenga que ver con lo que ellos son y reconocen.

Antes de esa telenovela yo iba por la calle, por ejemplo, con mi amiga la actriz Odalys Fuentes y la gente nos paraba, y la saludaba a ella. Y solo después me decían: “¡Ah, y usted también sale en televisión!” Y con Doña Teresa cambió todo eso. Cuando leí el guión fui hasta a un siquiatra para darle veracidad a ese personaje. Trabajamos muy rápido, con una inmediatez que nos demandaba mucho. Garriga me ayudó mucho, me dio pautas que me ayudaron con las pequeñas intervenciones, como te dije antes, y eso ayudó a redondear el trabajo.

Los especialistas han dicho siempre cosas buenas de mí; Rine Leal, el gran crítico cubano, me alababa maravillosamente, pero popular, ser popular, lo fui después de Doña Teresa. Hasta aquel día en que un hombre negro, enorme, se me acercó y me regaló el piropo más grande que me han dado en mi vida de actriz: “¡Usted es la mala más buena de Cuba!”

Perfumes de época

Sus intervenciones en el cine han sido más espaciadas de lo que su talento merece. Tras una aparición en un filme de 1971 dirigido por Tomás Gutiérrez Alea, Una pelea cubana contra los demonios, no es hasta la década del 80 que le ofrecen papeles como el de la madre exiliada, en Lejanía. Sin embargo, en La bella del Alhambra, de 1989, usted logra un personaje también memorable. ¿Lo recuerda así, con una intensidad cercana al de otra madre que interpreta en el cortometraje Video de familia?

Estoy muy contenta de haber actuado en una película como La bella del Alhambra. Es una película que tiene el olor de esa época, los perfumes de esa época. Su director, Enrique Pineda Barnet, siempre quiso filmar Aire frío, pero nunca pudo hacerlo. Yo aún le pregunto si quiere hacerlo todavía, aunque tenga que hacer el personaje de la madre, ya no Luz Marina. Y cuando Humberto Padrón, ese muchacho tan lindo y tan inteligente, me trajo el guión de Video de familia, no lo pensé dos veces. Un guión muy bien escrito, una idea muy atractiva. Lo filmamos en la casa de su hermano, casi con nada. Y llegamos a parecer una familia verdadera mientras lo hacíamos.

A estos 80 años a los que llega con tanta vitalidad, usted lo recibe defendiendo su proyecto teatral Trotamundo, y continúa interpretando otros papeles. ¿Qué otros personajes esperan aún por Verónica Lynn? ¿Qué significa, a esta edad, saberse tan querida y sobre todo tan respetada?

No pienso en los personajes que no interpreté, o en los que me faltan. Dejo que me sorprendan. Yo quiero ser el personaje que alguien, que tú mismo, me ofrezcas mañana. Los 80 años no son en mí una carga, sino una edad que me parece bonita, porque tengo el cariño y ese respeto, que ojalá sigan acompañándome. Y saberme querida y respetada me hace sentir una gran responsabilidad. Con mi trabajo, y con mi público.

*Norge Espinosa Mendoza es un poeta, dramaturgo y crítico cubano. Reside en La Habana. Esta entrevista se publica por cortesía del sitio digital Cuban Art News.

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