Carlos Díaz: bailando sobre las espadas

Carlos Díaz: bailando sobre las espadasPor H.L. MILIAN

– Carlos Díaz lleva la charanga en el alma y con esa melodía de su natal Bejucal, en La Habana, ha recorrido el mundo, pero siempre regresa al mismo lugar: Cuba. Lleva décadas haciendo teatro y 20 años al frente de Teatro El Público, uno de los grupos emblemáticos de la isla.

Díaz es considerado un precursor que transformó la escena cubana de los años noventa a golpes de audacia y tenacidad. Entre 1989 y 1991 sacudió el ambiente habanero con una trilogía de teatro norteamericano (Zoológico de cristal y Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, y Té y simpatía, de Robert Anderson) que marcó una era de desafíos estéticos, con un nuevo sentido de la sensualidad y el espectáculo teatral. El Público ha sido desde entonces un taller en ebullición permanente, donde confluyen tradición y experimentación, actores consagrados y jóvenes en pleno aprendizaje.

Mientras un importante número de artistas optó por el éxodo y se dispersó en los lugares más impensables, Díaz sigue fiel a sus puestas escena en El Trianón, en El Vedado. Batalla desde hace seis años en un lugar donde no hay aire acondicionado y las dificultades ya ni siquiera son tema de conversación.

Para este hombre de 54 años, que habla con una satisfacción contagiosa, está claro que la semilla que sembró no germinaría en ningún otro lugar del mundo. Por eso, todas sus partidas tienen un regreso, y así seguirá siendo.

“A mí se me fue la época en que las gaviotas o las golondrinas cambian de nido. Soy un campesino de Cuba, me costó mucho trabajo llegar a la capital, hacerme director de teatro y tener una compañía como El Público y yo creo que eso no lo voy a lograr en ningún otro lugar del mundo. Lo que yo tengo allí no se me hubiera ocurrido abandonarlo para empezar en otro lugar. Hay semillas que no germinan en otra tierra y ese es mi caso”, confiesa Díaz.

Por primera vez de visita en Estados Unidos, Teatro El Público se presentó en el Colony, en Miami Beach, con una legendaria obra de su repertorio: Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, de Rainer Werner Fassbinder. La compañía actuó –en dos noches inolvidables para los amantes del teatro- en el Primer Festival Gay, Lésbico, Bisexual y Transgénero de Artes Escénicas del Sur de la Florida, programado del 7 al 11 de julio. La invitación fue un sueño hecho realidad para Díaz y Ever Chávez, presidente de FUNDarte, organización sin fines de lucro que promueve artistas e intercambios culturales.

A Teatro El Público se le asocia con una actitud contestataria dentro de Cuba. ¿Cómo definirías la proyección del grupo?
El Público es una compañía que a 20 años de fundada no para de trabajar. Nosotros asumimos la realidad, criticamos la realidad, la mostramos, pero la condición de contestatarios sería en todo caso desde un punto de vista artístico y genérico, sobre el escenario. ¿Qué podría hacer un grupo de teatro contra un Estado o contra un gobierno? No tendría sentido. Hacemos una labor por la cultura de nuestro país, utilizando todos los lenguajes posibles, todas las tendencias, todos los géneros de las artes.

Sin embargo, la impresión general es que sus obras no quitan el dedo de los problemas sociales y políticos de Cuba…
Para dirigir una obra no te puedes separar de la realidad en la que tú vives. Y el teatro termina siendo político en tanto los directores somos personas que toman decisiones a partir de lo que viven y sienten. Todos los teatristas del mundo tienen que asumir su realidad y ver cómo la cambian y la expresan. Las dificultades que tiene Cuba, que las sabe todo el mundo, son las que pueden estar o no estar en una obra.

¿Cómo piensas entonces que ha ayudado El Público a cambiar la realidad de Cuba?
Creo que he cambiado bastante la situación del teatro. No puedo cambiar la economía de Cuba, formo parte de las personas que no tienen una economía favorable, soy un trabajador de a pie en Cuba, pero con mi alma puesta en el teatro. Trabajo en las peores condiciones, en un lugar que no tiene aire acondicionado, pero el público va allí porque si pasa calor en las casas y en la calle, pues por qué no va a pasarlo en el teatro. No voy a dejar de hacer teatro porque no haya climatización. El Trianón hace seis años que no tiene aire acondicionado y ya ni hablamos de eso, ya es una dificultad histórica. No puedo parar mi carrera ni la comunicación con el público porque no haya aire acondicionado. Si un día no puedo comer bien, no puedo suspender un ensayo o una función por eso.

¿Qué otras limitaciones enfrenta hoy el teatro cubano?
Cumplimos 20 años con una férrea carrera de dificultades, pero sin analizarlas. Cuando uno empieza a analizarlas y quejarse deja de ser artista, deja de producir teatro. No pienso, ni atiendo, ni valoro las dificultades. Veo que la dificultad está en seguir haciendo teatro y luchar por la calidad y la comunicación. En el mundo entero la gente hace teatro de distintas maneras. Los problemas son los mismos en todos los lugares: que si hay carencia de dinero, que si no se puede vivir del teatro… En Cuba no vivimos del teatro, vivimos para el teatro. No tengo tiempo para las nimiedades del No; siempre voy con el Sí en el alma, y por eso creo que avanzo aunque me de unos cuantos tortazos. Me pueden decir que soy contestatario, que soy terrible a la hora de plantear ciertas cosas, que desafiamos los tabúes… Mi verdad es que yo hago teatro para que los seres humanos seamos mejores.

¿Se saca alguna ventaja de hacer teatro bajo esas condiciones?
La ventaja es la realización espiritual, porque las personas que lo hacemos compartimos el virus que es el teatro. Es el teatro de la creación, del sacrificio, desde Shakespeare, desde Moliere… Tenemos que empujar la carreta, porque nunca vamos a tener un kilo ni condiciones económicas. Lo poco que uno recibe lo tiene que verter en el teatro. Yo trabajo para hacer teatro.

¿Tiene más expectativas con el público de Miami que con el de otros lugares?
El grupo se llama El Público precisamente por eso: yo siempre veo las obras desde el fondo del escenario y le observo la respiración, la profundidad con que el público se comunica con el hecho teatral. Lo mismo que sucede en La Habana sucede en Madrid, en Roma, en Miami, en Nueva York… El teatro es la más efímera de las artes, pero la más viva y capaz de lograr una comunicación completa con el público. En estas presentaciones en Miami confío en que funcione también la nostalgia musical para toda una generación de espectadores cubanos que en los años 60 escuchaban a Marta Strada, a Mina… Las amargas lágrimas de Petra Von Kant es una obra sabia, una obra que nos dice que hay que estar por encima de muchas cosas para conseguir el amor y la comunicación entre los seres humanos.

¿Te imaginas haciendo otra cosa?
Desde niño me gustó el teatro. Soy un hombre de teatro, un bicho de teatro. Soy un ser humano que tiene otra vida con contradicciones, puntos de vista, pero el gran tiempo de mi vida es el teatro, ahí yo llevo todo lo demás. Esto es como la historia interminable de la serpiente que se muerde la cola.

¿Y de no haber sido director de teatro, qué serías?
Yo reuniría unas cuantas monedas, y llegaría a la boletería para comprar un boleto y ver una función de teatro. Los cubanos tenemos dinamita para el teatro, nos puede ir mal en la vida, pero no dejamos de hacer teatro.

¿Qué crees que te ha conducido al éxito dentro de Cuba?
El tesón y el día a día. El teatro no es una empresa ni una fabrica, es bailar encima de las espadas: un error y pierdes la pierna. Y hay que cuidarse mucho las piernas. Mi vida es el teatro, que es una fiesta. Así que voy de fiesta en fiesta y eso es un lujo.

¿Te sientes feliz así?
Sí, soy muy feliz. Si se acaba el teatro, me muero.

Carlos Díaz: bailando sobre las espadas

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