Adela Prado, la maestra del Trianón
Acaba de fallecer en Miami, a los 80 años, y con ella una parte considerable de la escena nacional, pierde a una de sus heroínas, de sus secretos bien guardados.
Por Norge Espinosa Mendoza
He debido retroceder en el tiempo, y buscar en mis archivos para encontrar la primera aparición “oficial” del nombre de Adela Prado en los programas de Teatro El Público. Porque quien la conoció siendo parte de esa compañía, puede pensar que siempre estuvo ahí, junto a Carlos Díaz y a quienes hemos ido integrando ese núcleo desde su aparición en 1992.
Lo cierto es que es en 1994, justamente con el estreno de El público, de Federico García Lorca, que Adela Prado aparece como nuestra maquillista oficial. Y aunque compartiera luego ese oficio con otros profesionales, durante tantos espectáculos, ella siempre fue La Maestra, como le decíamos, con esa mezcla de respeto y broma permanente que es también el espíritu de la agrupación. Acaba de fallecer en Miami, a los 80 años, y con ella no solo Teatro El Público, sino una parte considerable de la escena nacional, pierde a una de sus heroínas, de sus secretos bien guardados, porque Adela, que fue una mujer excepcional en tantos sentidos, fue también una de las más queridas.
Se graduó, como recordaba con orgullo, de la Escuela Nacional de Arte, y fue una de las primeras maquillistas profesionales egresadas de esa oleada de jóvenes que vio una posibilidad en esos instantes en los que casi todo estaba reinventándose, en 1967. Se convirtió en la maquillista de diversos grupos, trabajando además en varias producciones cinematográficas, pero su paso por el Teatro Político Bertolt Brecht es un punto relevante en su amplia trayectoria, permaneciendo en el grupo desde 1973 hasta 1990. Allí formó parte del equipo que transformó a Mario Balmaseda en Vladimir Ilich Lenin, convirtiendo al actor mulato en el protagonista de El Carillón del Kremlin, para el montaje estrenado en 1977 sobre el texto de Nicolai Pogodin y la dirección de Evgueni Radomislenski. Era uno de sus hitos, que sirvió de perfecta envoltura al trabajo del ya relevante actor.
Adela, que se graduó en estudios de Caracterizaciones Históricas en el Teatro de Moscú en 1980, fue también profesora de su especialidad, lo mismo en el Instituto Superior de Arte, que en numerosos talleres. Fue además el eje de una familia teatral: su sobrino Juan Roca la reconoce como la inspiradora de su carrera escénica, Habey Hechevarría, su hijo, se dedicó a la teatrología y a la enseñanza teatral. En Teatro El Público Adela Prado tuvo una segunda familia, y dejó una impronta indudable en varios de los montajes más recordados de nuestro repertorio.
Rostros sobre los rostros
Baste recordar su desempeño en Santa Cecilia, Calígula, Las amargas lágrimas de Petra von Kant, El rey Lear, La Gaviota, La Celestina, Fedra, y tantos más. Reclamada por otros directores, recuerdo haberme sorprendido por su trabajo en Los reyes, una pieza de Julio Cortázar que estrenó Esther Cardoso, y donde ella sacó partido de su experiencia para crear rostros sobre los rostros de los intérpretes. En 2011, ganó el Premio Rubén Vigón de maquillaje por su labor en La visita de la vieja dama, dirigida por Flora Lauten para el Teatro Buendía.
Rigurosa a la hora de su trabajo, también acompañó al grupo a giras de las cuales trajimos anécdotas tremendas, y en la que ella era no pocas veces fue protagonista. Nos gustaba bromear con ella, sacándola de sus casillas, porque era divertida hasta cuando se molestaba, aunque eso implicara algunos días sin dirigirnos la palabra, hasta que se le pasaba el disgusto. Nos regaló la sorpresa de utilizar nuevamente los elementos de su caracterización de Lenin cuando, en Ícaros, mi obra estrenada por El Público en 2003, transformó a otro notable actor, Osvaldo Doimeadiós en este caso, en la efigie del célebre líder, para la escena de la muerte del rey Minos. El resultado fue otra caracterización impresionante.
Recuerdo antes de la partida
Cuando se radicó en Miami, de la mano de su sobrino, y poco a poco la familia fue reuniéndose allá, Adela Prado no dejó nunca de estar presente en Teatro El Público. La extrañábamos tanto como la evocábamos. Recuerdo, antes de su partida, su trabajo en Anna y Martha, la pieza de Dea Loher, en la que tanto me gustó ser parte de su núcleo creativo. Gracias a la Casa de las Américas, la obra se presentó en la galería Haydée Santamaría, cerrada por obras de una larga restauración, y en medio de esa casona a medio reparar, se presentó la amarga fábula de la autora alemana.
Adela Prado se quejaba (paralelamente, estábamos presentando Tango, de Mrozek, en la sala Covarrubias, y allá estaban sus otros colegas de maquillaje). Y acá, en la galería, estábamos nosotros haciendo esta obra más dura, menos “elegante”, en un espacio no convencional, y los actores (Ysmercy Salomón, Tamara Venereo, Carlos Riverón y Gilda Bello) tenían que maquillarse en un pequeño baño. Pero a pesar de sus quejas, su trabajo fue como siempre, magnífico, y los intérpretes, que como nosotros la sacudíamos con más bromas, salían a representar sus papeles bendecidos por su mano de maestra verdadera, con los rostros marcados por la desgracia de esos cuatro personajes. Así la extrañábamos, así la quisimos siempre.
Cariño en la distancia
En Miami, nos reencontramos durante las visitas de Teatro El Público a esa ciudad, como cuando se presentó en el Colony la pieza Anna en el trópico, del Premio Pulitzer Nilo Cruz. Los reencuentros eran una prolongación de un diálogo y un cariño que la distancia nunca interrumpió. Nos quedamos con las ganas de que ella maquillara a Leticia Martín, en las anunciadas y venideras funciones de la nueva versión de La Celestina, imagino que cuando esas representaciones ocurran, le estaremos haciendo un homenaje sincero a su presencia entre nosotras y nosotros.
Como Tony Cañas o Julito Díaz, ella era un nombre de prestigio y respeto de su oficio, al que defendió sin descanso, maquillando a los actores y actrices de Havanafama, bajo las órdenes de su sobrino (Las pericas, Bernarda, Dos viejos pánicos, El público…), o dando nuevos talleres, como el que ofreció recientemente, y colaborando con Akuara Teatro y Prometeo, y celebrando sus ocho décadas de vida.
Nada indicaba que nos dejaría este 20 de noviembre. Se durmió, me dicen, y ya no despertó. Como le había sucedido también a su madre. En ese sueño, los que la admiramos y quisimos, le dedicamos, a la Maestra Adela Prado, un largo y sentido aplauso.
Nota relacionada:
Despedida a Adela Prado, mentora y artista del maquillaje teatral