Un encuentro pendiente con Alejandro Armengol
Fue siempre una voz crítica y en ocasiones incómoda, pero necesaria en nuestro ámbito. Lúcido en sus análisis, culto, desenfadado, en cada aproximación al tema cubano y al escenario de Miami.
La noticia de la muerte de Alejandro Armengol (1949-2024) me llegó en la tarde del pasado jueves, horas después de haber ocurrido, y como siempre me sucede con los amigos y los colegas que compartimos una época ya definitivamente ida, me produjo un impacto doloroso y perturbador. Entre la detección de un cáncer de páncreas y su deceso en Miami mediaron apenas nueve días.
Me golpea doblemente esta muerte porque me repite una tendencia que vengo arrastrando a tono con la precariedad y la prisa con que vivimos actualmente en tiempos incómodos, especialmente para quienes seguimos apostando por la faena intelectual, el periodismo y el apego profesional en medio de un vendaval de improvisación y bisuterías. La tendencia de aplazar encuentros provechosos en virtud de otras tareas de sobrevivencia que terminan por alejar definitivamente la posibilidad del intercambio presencial, postergado por el cruce de mensajes virtuales.
Armengol no fue particularmente un amigo cercano, pero sí fue un colega colaborador y entrañable desde que compartimos la Redacción de El Nuevo Herald a partir de 1998. Él se desempeñaba como editor de mesa y columnista, mientras yo fungía como reportero en una etapa del periódico que fue portentosa y única, aunque no dejábamos de someter su línea editorial, habitualmente, a nuestras inconformidades críticas. No nos faltaban razones entonces.
Y eso me sucedió con Armengol. Nos comunicamos por última vez el pasado 20 de febrero en relación con una nota suya sobre la polémica cineasta alemana Leni Riefenstahl, y una aclaración sobre sus anónimas visitas a Cuba como submarinista (la anécdota y la entrevista fortuita del periodista José Antonio Évora con ella en Isla de la Juventud la he mencionado en otras ocasiones). Quedamos en vernos, esta vez sin falta, en una fecha próxima que no fue. Estábamos tratando de coordinar un encuentro desde antes de la pandemia.
Fue siempre una voz crítica y en ocasiones incómoda, pero necesaria en nuestro ámbito. Lúcido en sus análisis, culto, desenfadado, en cada aproximación al tema cubano y al escenario de Miami, que escudriñaba con fino escalpelo. Sí, polémico, pero sus columnas y aproximaciones al acontecer político, social y cultural que enfrentamos fue un aporte sin dudas esencial tanto en el Herald como en el sitio Cubaencuentro, donde asumió la dirección editorial en 2010, y desde su blog Cuaderno de Cuba.
Era además un atinadísimo crítico de cine y de música, amante de los museos, la pintura, los viajes. Un pensador sensible que además frecuentó con personal lenguaje la literatura. Ahí están para atestiguarlo su libro de cuentos La galería invisible (2000), el poemario Cuaderno interrumpido (2000), y otro volumen de relatos, Miamenses y más (2003). Era asimismo un ironista callado pero demoledor.
Su pasión por el cine surgió en Cuba, donde fue inspirado colaborador de la revista Arte 7, vinculada a la Universidad de La Habana. El proyecto luego sucumbió en medio de la burocracia y los controles editoriales, como casi todo en los predios universitarios de los años 70. Quedó luego el Plegable de la UH, que no pudo tener mejor nombre en materia de obediencia oficialista.
Armengol emigró a Estados Unidos en 1983. Llegó a un Miami aún sacudido por la oleada del éxodo del Mariel y miró a la ciudad en su evolución, pero sin dejar de ejercer sobre ella el prisma analítico y el látigo de la crítica, como hacen los ciudadanos comprometidos. No estábamos siempre de acuerdo con las visiones de personajes y situaciones, pero nos unió un espíritu de confluencias y cordialidades.
Hoy, revisando sus muchos mensajes, compruebo que a raíz de la muerte de un amigo común habíamos recordado el verso de Borges sobre la tristeza por los sitios y las personas de las que ya, sin saberlo, nos hemos despedido, y recurríamos a nuestros temas comunes sobre Miami, los amigos del Herald, el cine, la literatura:
“Cancio, claro, hay que verse pero ya. Dices bien sobre un periódico que una vez existió. Es lamentable. Puse la nota sobre Évora y la alemana de acuerdo a mi memoria de viejo. Cité nombre, porque a estas alturas de mi vida he decidido tratar de citar con pelos y señales. Si quieres puedo agregar tu mensaje al texto, en la parte que se refiere específicamente al viaje tras la alemana al texto. Tú me dices”.
Un abrazo, Armengol. Lamento que ese encuentro quedase pendiente. Seguiremos dialogando sobre Cuba y todo lo demás.