Cuba en la encrucijada: La hora del “Plan B”

Cuba vive en un tiempo de frustración personal, familiar y nacional. La mayoría de los cubanos sienten que están perdiendo la vida, que en el país no hay futuro, que la única alternativa es escapar de aquí. Razones no les faltan.

Cuba en la encrucijada: La hora del “Plan B”
Soledad en la crisis: La otrora concurrida Calle Neptuno de Centro Habana el 24 de diciembre de 2023. Foto: Café Fuerte.

Por Dagoberto Valdés Hernández

Quiero compartir una experiencia que es, cada vez, más frecuente en mi vida. La vivencia tiene dos etapas: la etapa de la frustración del “Plan A” y la etapa del deslumbramiento cuando se descubre qué sería de nuestra vida con un “Plan B”.

Creo que es muy importante detenernos y tomar conciencia en qué etapa de nuestra vida estamos, qué perspectivas tenemos, qué alternativa debemos discernir y si cultivamos nuestra capacidad para prever el futuro.

En efecto, Cuba vive en un tiempo de frustración personal, familiar y nacional. La mayoría de los cubanos sienten que están perdiendo la vida, que en Cuba no hay futuro, que la única alternativa es escapar de aquí. Razones no les faltan.

Derrumbe del “Plan A”

Desde el punto de vista familiar, parece no haber futuro. Las familias se desintegran huyendo a cualquier parte por cualquier medio. Desde el punto de vista profesional no hay proyectos, ni recursos, ni libertad para ejercer la profesión, ni para seguir actualizándose aquí. Desde el punto de vista personal parece que nuestro proyecto de vida no es viable en las actuales situaciones de crisis terminal que vive Cuba.

Parece que se consolida como estado de opinión convincente que el “Plan A” está acabado, decadente, agonizante. Y no me refiero solo a la situación nacional, sino también a los hábitos de vida, acomodos oportunistas, caminos trillados, domesticación de rebaño y adormecimiento de la conciencia crítica. La sensación es de derrumbe total de lo que hemos vivido durante décadas. Todos los signos vitales de ese estilo de vida fallan, colapsan, desaparecen.

Ahora bien, lo más asombroso de esta etapa es nuestra manera de pensar. Nuestra nula capacidad de análisis crítico es inusitada. Es increíble nuestra forma de aferrarnos al mito de que esto durará por mucho tiempo. Es increíble la forma en que hablamos del desastre pensando en perspectivas de largos años. Nos han alienado de la realidad de tal forma que viéndolo caer pensamos que durará eternamente. Nos hemos enajenado de la realidad de tal forma que, comprobando los síntomas del estado terminal aisladamente, no somos capaces de unirlos, integrarlos, sacar un diagnóstico que sea coherente y consecuente con esos innegables síntomas de muerte.

Esquina habanera. Foto: Café Fuerte.

Lo que me asombra es la similitud con la familia de un paciente en estado terminal en terapia intensiva, con fallo multiorgánico, que le pregunta al médico cuándo le dará el alta. O peor aún, aquellos familiares que, después de escuchar que el médico les ha dicho que todos los sistemas del paciente están fallando por una sepsis incontrolable, se ponen a hacer planes en los que participará el paciente a mediano o largo plazo.

Hace unos días una amiga que hace análisis de la realidad cubana sistemáticamente me sorprendió cuando me dijo: bueno, yo solo espero que mis nietos que ahora no llegan a los ocho años no mueran sin ver el cambio en Cuba. Le dije: esto es el síndrome de ver y analizar los árboles hasta el más mínimo detalle, pero no ver el estado en que se encuentra el bosque. Nos han cercenado el hilo que va de los síntomas al diagnóstico. Nos han arrebatado la capacidad de integrar factores y prever el resultado. Cada día nos convencemos más y más de cada uno de los signos de la decadencia por separado.

Incluso, algunos saben adicionar un síntoma más el otro, pero nos privaron de la habilidad de integrarlos, de buscar las sinergias y de calcular el resultado. Este es el mito más arraigado en el alma de los cubanos: “Esto no hay quien lo arregle, pero tampoco hay quien lo cambie”.

Deslumbramiento por un “Plan B”

Mientras este mito anide en nuestras conciencias adormecidas no daremos paso, ni nos pondremos a idear, ni a vislumbrar un “Plan B”. El día que nos convenzamos de que viviremos el cambio, ese día nacerá la esperanza y nos pondremos a pensar cómo será esa vida nueva, cómo la viviremos, cómo participaremos en la reconstrucción de Cuba.

También lo he experimentado con jóvenes y mayores que han caído en la cuenta de que el cambio está cerca. Les pregunto: ¿Qué piensas hacer si esto cambiara mañana? Al principio viene una reacción de escepticismo. Una risa nerviosa, un no dar el brazo a torcer. Pero cuando les invito a hacer un ejercicio de “soñar despiertos” y les pregunto cómo y en qué trabajarían, cómo desarrollarían un negocio con una verdadera libertad de empresa, libertad de mercado, libertad de importación y exportación; o si es un profesional, cómo pondría un bufete de abogados, una consulta médica, un gabinete de arquitectos, un colegio privado, una universidad independiente… entonces ocurre, invariablemente, un deslumbramiento.

Los ojos se iluminan, el corazón se ensancha, las ideas rebrotan, el entusiasmo brinca, los proyectos llueven, la esperanza renace, la persona resucita a la vista asombrada de quien lo despierta. Primero el estupor, luego la fascinación, después la seducción de la esperanza, el alumbramiento de un proyecto propio y libre del que uno es responsable. He vivido personalmente estos momentos de gracia, creatividad y resurrección.

Propuestas e interrogantes

¿Por qué los cubanos arriesgan todo para irse de este país? Precisamente, porque vislumbran un “Plan B” fuera de esta tierra. Hacen todo lo que tengan que hacer durante años sin escuchar alternativas, mantienen a toda costa y coste la esperanza de irse. Buscan y arriesgan todos los caminos y queman las naves y venden todo aquí.

Me pregunto: Si lográramos que esas mismas expectativas se vislumbraran dentro de nuestra Patria, ¿cuáles serían los sacrificios capaces de hacer si nos convenciéramos de que es posible el cambio aquí?

  • Si cada día ayudáramos a alguien a pensar, a abrir los ojos, a despertar la conciencia, a hilvanar los síntomas y a arribar a un diagnóstico general: el cambio sería imparable.
  • Si cada día ayudáramos a otros a soñar despiertos, a imaginar nuestro propio futuro en libertad, a construir una visión, unos objetivos y unas estrategias para un proyecto de vida propio: el cambio sería imparable.
  • Si cada día ayudáramos a algunos a transitar de la desesperación al proyecto de vida, del letargo de la conciencia al cultivo de la imaginación creativa y realista: el cambio sería imparable.

Cuba necesita urgentemente derrumbar el mito de lo incambiable para abrirle la puerta al pequeño pero realista, seductor y esperanzador “Plan B” de cada cubano.

Cuba necesita visión y propuestas para el futuro próximo de la nación, pero también necesita que cada cubano despierte, aprenda a soñar su pequeño o gran futuro aquí.

Ambas cosas podrán enamorar y entusiasmar a muchos y estoy seguro de que, si eso ocurre, Cuba cambiará.

*Este artículo apareció originalmente en la revista Convivencia y se publica en CaféFuerte con el consentimiento expreso de su autor.

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