Orlando Bosch: ¿se llevó a la tumba el secreto del avión cubano?
En julio de 2006, molesto por una pregunta incómoda que le hice en Argentina, Fidel Castro me acusó de no preguntar sobre los supuestos crímenes de Luis Posada Carriles y otros exiliados. La acusación era infame porque mis entrevistas se han caracterizado por ser igual de directas al margen de si se trata de un castrista o un anticastrista.
Hoy, ante la muerte de Orlando Bosch Avila (acusado junto a Posada Carriles del derribo del avión cubano en Barbados) comparto con los lectores de CaféFuerte esta crónica en torno a una entrevista que le realicé el 5 de abril de 2006, exactamente dos meses y 16 días antes de que Fidel Castro me lanzara su malintencionada acusación.
(Esta crónica fue escrita en vida de Bosch y forma parte de un libro en preparación titulado El impertinente)
ORLANDO BOSCH Y EL AVIÓN DE CUBANA
La primera vez que vi a Orlando Bosch le dije una impertinencia. No lo pude evitar. Mirándolo discursar sobre el regreso a la patria, se me soltó la lengua. A él no se le olvidó. En cada circunstancia que nos tropezamos se las arregló para recordarme que yo le había advertido que a Cuba no podría regresar sin explicar claramente su participación en el atentado al avión de pasajeros que en 1976 fue blanco de una bomba en pleno vuelo.
–Va a tener que aclararlo en varios idiomas –le había dicho entonces.
Años después me envió un voluminoso libro en el que, según mi interpretación, justificaba el crimen. Cuando el pesado paquete llegó a mi casa, cuya dirección jamás le había dado, un familiar que estaba de visita se asustó y me invitó a llamar a la policía antes de abrirlo. Tal era la fama. Leí el alegato y contesté a Bosch. Le expliqué, con el mayor respeto, que no me impresionaban los guerreros, que en la cárcel había conocido a varios héroes de la lucha clandestina acobardarse a la hora de la batalla a rostro descubierto. Y había visto a otros con fama de batirse a tiros, amilanados ante la simple disyuntiva de firmar una denuncia de derechos humanos.
Bosch criticaba a algunos de los disidentes, como Oswaldo Payá Sardiñas, y a mí me parecía una falta de sensibilidad hacia quienes dentro del país ensayaban vías pacíficas para alcanzar la democracia. Mi respuesta reflejaba ese disgusto. Nunca me contestó. Sin embargo, andando el tiempo, no tuvo reparos en concederme una entrevista. El sabía que no me andaría con vueltas y aceptó el reto. Fui al grano.
–¿Usted derribó el avión de 1976?
–Si te respondo que estuve involucrado, me estoy acusando, y si te respondo que no participé en la acción, tú dirás que te estoy mintiendo. Por tanto, no te voy a responder ni una cosa ni la otra. Simplemente te voy a remitir a los tribunales, que me absolvieron en cinco oportunidades.
Me pareció una respuesta cínica, en gran medida una admisión. Decidí seguir la entrevista como si hubiese respondido que sí.
–En esa acción murieron 73 personas. ¿Siente usted cargos de conciencia? –inquirí.
Para mi asombro, él también siguió hablando como si hubiese respondido afirmativamente a la primera pregunta.
–No. En una guerra ¡chico! como la que tenemos los cubanos amantes de la libertad contra el tirano, usted tiene que derribar aviones, usted tiene que hundir barcos, usted tiene que estar preparado para atacar lo que esté a su alcance.
Traté de hacerlo reflexionar. A fin de cuentas se trataba de un médico, algunos aseguran que muy bueno y compasivo.
–Pero, por los que murieron ahí, por sus familiares, ¿no sentiría usted un poquito de…
–Este avión venía de Angola –me interrumpió–. ¿Quién podía venir en ese avión? Cuatro miembros del Partido Comunista, cinco norcoreanos, cinco guyaneses. ¡Concho, chico! Cuatro presidentes del Partido Comunista. ¿Entonces, chico? ¿Quiénes venían ahí? Enemigos nuestros. ¡Por supuesto, yo sé que la voladura de un avión en el aire es pernicioso! ¿Pero cómo no se dice lo mismo de la voladura del avión de los Hermanos al Rescate, que se derribó? Eran cuatro los Hermanos al Rescate que murieron.
Se refería a las dos avionetas civiles que Fidel Castro reconoció públicamente haber dado la orden de tumbar en 1996. Pero yo no me quise desviar del tema y le recordé que en la nave de Cubana de Aviación no sólo viajaban funcionarios comunistas.
–¿Y los esgrimistas, los muchachos jóvenes? –le señalé.
–Yo estaba en Caracas y yo vi a las muchachas jóvenes por la televisión. Eran seis. Después que terminó la competencia, ésta, que era la líder de las seis, dijo que “esta victoria se la debemos a Fidel”, etc, etc. Y dio todo un discurso de loas al tirano. Nosotros habíamos acordado en Santo Domingo que todo el que saliera de Cuba a llenar de glorias a la tiranía tenía que correr los mismos riesgos que los hombres y mujeres que combatían junto a esa tiranía.
Traté de tocarle el corazón.
–Si usted tuviera que hablarle a los familiares de los 73, pues usted habla del regreso a Cuba, ¿no piensa que es difícil?
–No, porque al final los que iban ahí tenían que saber, en algún momento, que estaban cooperando con la tiranía.
No insistí más. A esas alturas, sobraban las preguntas.