Chávez rumbo a Cuba: el cáncer escurridizo y la transparencia democrática
Por Sergio Valdivieso
El presidente venezolano Hugo Chávez acaba de anunciar que se va a La Habana para someterse a una nueva cirugía -la tercera en menos de un año- con el propósito de removerle una “lesión” de dos centímetros, una reaparición cancerosa del tumor que los médicos cubanos le extirparon en junio pasado.
“Me operaré en La Habana. Se acaba de tomar la decisión”, pero “sin carrera, mañana estaré actualizando las cosas y preparándome para el fin de semana”, dijo anoche el mandatario a través de la cadena oficial VTV.
También lo escribió @chavezcandanga en Twitter, donde tiene más de dos millones de seguidores. Dijo que el viaje era “sin carrera”, pero ya está haciendo las maletas. Como quiera pintarlo, se trata de una urgencia.
Lo van a operar los mismos médicos cubanos que le practicaron antes la cirugía para sacarle el tumor de la región pélvica. Todo está listo para el enfermo de La Habana. Será en el mismo lugar, el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ), el hospital militar adonde van a tratarse los jerarcas cubanos y las personalidades extranjeras con simpatías en la isla.
Todo está listo y ha decidido hacerlo allí porque “hay más seguridad para este tipo de operación”, según explicó para sacudirse del reproche por virar la espalda a los galenos nacionales.
Una fecha para no olvidar
Tal vez en la historia del chavismo no haya habido una fecha tan demoledora como la jornada de este martes 21 de febrero. Deberá anotarse bien la fecha, porque quizás sea el comienzo de un cataclismo político que decidirá la suerte de Venezuela en los próximos años.
Hoy han sucedido demasiadas cosas fatales para Chávez y sus seguidores. Y sería imperdonable pasarlas por alto.
El hombre indestructible que había proclamado su victoria total contra el cáncer, el desafiante presidente que pronosticó arrasar con su rival, Henrique Capriles, en los comicios del próximo 7 de octubre, está débil antes de comenzar la carrera. No sólo deberá operarse y alejarse momentáneamente de las tareas de gobierno y campaña, sino que también admite que va a “repensar” su agenda personal.
“Lamentablemente no me van a ver, no voy a poder seguir con el ritmo que venía in crescendo sobre todo desde diciembre, no voy a poder porque estoy obligado a atender esta nueva circunstancia, a repensar mi agenda personal y a cuidarme y a enfrentar lo que haya que enfrentar”, afirmó Chávez.
No se puede pedir más claridad de palabra. Por mucho que traten de dorarlo los eufemismos chavistas, la situación es seria e incierta.
Golpe contra la fanfarronería
La confesión no solo golpea y debilita a los fanfarrones de la plana mayor chavista y los agitadores de su campaña de relección, sino que abre un panorama de interrogantes sobre los destinos del poder venezolano. Entre los propios seguidores de Chávez, por mucho que el fanatismo los corroa, se ha sembrado la semilla de la duda que antes no tenían. Y una dosis de realismo político se impondrá de una manera u otra en el devenir de los meses siguientes.
El mandatario lo ha dicho sin ambages: va a cambiar la agenda personal y tiene que cuidarse para enfrentar lo que tenga que enfrentar. Y la batalla quizás no esté en las tribunas de Barinas o en el balcón de Miraflores, sino en los salones de quimioterapia y radiología.
La oposición venezolana debería tenerlo en cuenta y actuar con la cordura que merece el momento. Capriles dio ya indicios de lucidez al no responder a los recientes insultos de Chávez llamándolo “cochino” y otras sandeces bolivarianas, y tendrá ahora una prueba de fuego sobre una cuerda fina y tensa: cómo aprovechar la particular circunstancia que lo favorece sin desbordarse en triunfalismo ni agitar la misericordia hacia su debilitado contrincante.
Pero hoy han aparecido otras lesiones igualmente trascendentes para los antagonistas del chavismo.
En el desasosiego de las últimas horas, los chavistas han errado demasiado. Son múltiples las pifias y múltiples las consecuencias que van a derivarse de este entuerto de desinformación y desenchuche que embargó a la cúpula gubernamental ante las evidencias irrebatibles.
Entre el temor y la mentira
Nunca antes se han visto más en ridículo estos personajes, atrapados en el temor y la mentira.
Habrá que preguntarse si después del incidente de hoy quedará alguna credibilidad informativa para el ministro de Comunicación, Andrés Izarra, quien horas antes de la confesión de Chávez se desgañitó negando las versiones que circularon en internet sobre las reales complicaciones de salud de su presidente.
Según Izarra, todo era parte de una “guerra sucia de la canalla”. No se quedó atrás el presidente de la Asamblea Nacional Venezolana, el siempre fiel Diosdado Cabello, quien fue uno de los que negó el cáncer de Chávez el pasado año. Si tuviera dos cucharadas de dignidad, Izarra debería renunciar de inmediato a su cargo, pues hay alguien interesado en dejarlo en entredicho.
Ahora sabemos que era cierto todo lo que manejaron la prensa sin amarras gubernamentales, los periodistas independientes y los twitteros audaces como Nelson Bocaranda.
Chávez sí viajó a La Habana de emergencia el pasado fin de semana, junto a familiares muy cercanos. Chávez sí tenía síntomas de retorno de la enfermedad. El tratamiento no fue lo suficientemente efectivo como pretendía hacer ver. Chávez es una incógnita de cara al proceso electoral de octubre.
Si la Asamblea Nacional no está en condiciones de exigirle al mandatario que solicite formal permiso para ausentarse temporalmente del país, lo que queda de legitimidad parlamentaria caerá por su propio peso.
El silencio de los duros
Como artífice de un sistema totalitario, Chávez ha dado la nota con la renuencia a entregar un parte médico sobre su real estado de salud, como suelen -o deben- hacer los mandatarios elegidos democráticamente. Se lo ha exigido el ex candidato presidencial y gobernador de Zulia, Pablo Pérez, y creo que ese debería ser un reclamo insistente de la oposición en su búsqueda de transparencia democrática en el país.
En Estados Unidos, los resultados del chequeo médico anual del Presidente son de conocimiento público de quienes se encargaron de elegirle para gobernar. Pero no hay que ir muy lejos para marcar diferencias, porque hasta entre los propios aliados de Chávez puede verificarse una transparencia informativa respecto a estos asuntos. El presidente paraguayo Fernando Lugo no tuvo reparos en difundir los informes médicos sobre el linfoma maligno que le fue detectado en un ganglio inguinal y le fue operado en el 2010. Los diagnósticos de la tiroide de la argentina Cristina Fernández de Kirchner fueron también de manejo público en la Argentina hasta los últimos detalles.
Pero Chávez no puede todavía informar a ciencia cierta el lugar donde le reapareció la lesión tumoral, como mismo su mentor en La Habana, el matusalénico Fidel Castro, mantiene bajo secreto de Estado los pormenores de su enfermedad en el colon.
“Es una lesión pequeña, muy claramente visible (…) Desmiento totalmente lo que circula de que tengo metástasis en el hígado o no sé donde más, que el cáncer está regado por todo el cuerpo y que ya me estoy muriendo. Los exámenes rigurosamente hechos en La Habana indican que no tengo metástasis en ninguna parte”, aseveró Chávez este martes en un recorrido que precedió su anuncio de viaje a La Habana.
Después de lo sucedido, si yo fuera venezolano comenzaría a seguir muy de cerca todas las noticias que el oficialismo desmiente. Y ya sabemos por qué.