Y después de los Panamericanos, ¿quo vadis?
Guadalajara dijo adiós a los XVI Juegos Panamericanos con los organizadores mexicanos henchidos de orgullo (como sucede cada cuatro años, en la clausura se dijo que estos fueron los mejores Juegos de la historia), con el triunfo colectivo de Estados Unidos, y nuevamente con el subliderazgo por cuenta de Cuba.
La prensa oficial de la isla deslizó entre líneas una verdad de Perogrullo, que el gigante del norte, sin contar con sus mejores figuras, es capaz de superar por 100 medallas a cualquier otra nación, y la bloguera Yoani Sánchez ahondó desde La Habana en algunas contradicciones del deporte criollo.
La autora de Generación Y sugiere que basta “buscar una piscina donde los niños puedan aprender a nadar para preguntarse si los recursos que deberían llegar a muchos no se estarán quedando en pocos”, y añade que “comprar una bicicleta en una tienda de moneda convertible puede costar el salario de un año de trabajo, pero el equipo femenino de ciclismo se alzó con las tres plazas del medallero en Guadalajara”, en referencia a las tres cubanitas que arrasaron en la ruta individual.
Hay estirpe de verdad en el atleta criollo, desde Sabourín hasta Chapman, de Ramón Fonst a Yipsi Moreno, de Rigoberto Rigondeaux a Dayron Robles. Y si el estado dedica todos los recursos posibles -y hasta los imposibles- en busca de los triunfos que den lustre a la imagen del país, esa mezcla de razas que constituye nuestra nacionalidad seguirá asombrando en las pistas y los gimnasios.
Recuerdo que en 1991, cuando se caía a pedazos el bloque socialista europeo, tradicional aliado también en la esfera del músculo, La Habana y Santiago de Cuba estaban abocados a la celebración de los XI Juegos Panamericanos. Entonces, en una reunión con la prensa deportiva del patio, y atajando cualquier idea de disensión, cierto funcionario del gobierno dejó sentado que “no podemos renunciar a los Juegos, nos va el prestigio en ello y la confianza internacional ante la búsqueda de un crédito, de una negociación”.
Por contraste, Chile, después de los sucesos de La Moneda, había declinado organizar los Panamericanos de 1975, cuya sede había ganado y que se transfirió a México. (Diecisiete años y muchos muertos después, pero con una economía que se recuperaba en flecha, el dictador Augusto Pinochet abandonaba el poder, sometido a un referendo popular).
Ahora Guadalajara es historia, y la fiebre de las medallas deja de inundar la televisión, la radio y los periódicos de los cubanos. Para el pueblo se reanuda otra competencia harto conocida, la de alcanzar un espacio en las guaguas, un lugar en las colas, una jaba en el agromercado que se corresponda con el magro salario de cada mes.
Ninguna de esas penurias cotidianas tendrá una fecha de solución, pero antes de que finalice el año se efectuarán sin duda las primeras reuniones del INDER (el organismo deportivo cubano) para analizar qué se pudo hacer mejor en México, y cómo se trazará el plan rumbo a los Juegos Panamericanos de 2015.
Y todo para que, otra vez por un lapso de 15 días, nuestros valientes deportistas brinden ante el mundo la cara más amable de su país, y millones de personas, sus compatriotas, encuentren un paréntesis en medio de sus perennes agonías.