A la luz de la historia: Memo desclasificado arruina mito sobre traición de Kennedy en Bahía de Cochinos
Un memorando de Arthur Schlesinger de junio de 1961 pone al descubierto que el fiasco de Girón no se produjo por decisiones de JFK, sino por el rejuego engañoso de la CIA.

Por Arnaldo M. Fernández
La más reciente desclasificación de documentos sobre el asesinato del Presidente John F. Kennedy aporta un memorando de su asesor Arthur Schlesinger, fechado el 30 de junio de 1961, sobre la reorganización de la CIA. El pie forzado no podía ser otro: el fracaso de la invasión contra Castro, que JFK había confesado ya como “la peor experiencia de mi vida” a su rival político Richard Nixon.
La justificación de la derrota en Girón gira más o menos en torno a esta descarga del jurista e historiador Pedro V. Roig en el blog del Centro Cubano de Estudios Estratégicos (CCSS): “El presidente Kennedy exhibió una manifiesta ausencia de audacia y liderazgo [y] su conducta errática (…) alcanzó el nivel de traición”.
A este nivel habría llegado por reducir la fuerza aérea de la invasión a la mitad y cancelado el siguiente ataque contra las bases aéreas de Fidel Castro tras el bombardeo preliminar del 15 de abril de 1961. Sólo que Kennedy no podía poner a Estados Unidos en la picota pública permitiendo reenganchar en el ataque aéreo, a menos que pudiera taparse con que los aviones despegaban del territorio ocupado ya por la Brigada de Asalto 2506. Máxime si aquel bombardeo inicial se había trompeteado como acción de pilotos desertores de Castro.
El Programa de Acción Encubierta contra el Régimen de Castro se aprobó por el presidente Dwight D. Eisenhower, el 17 de marzo de 1960, con advertencia precisa al Director de la CIA, Allen Dulles, de que la mano de Estados Unidos “no saliera a relucir en nada”. Kennedy simplemente honró esta pauta política.
El memo de Schlesinger (copia facsimilar debajo) explica cómo los planes de acción encubierta de la CIA solían darse con trifecta negativa:
- No guardaban debida relación con las directrices de política exterior
- No procuraban acertadamente informes de inteligencia
- No compartían a tiempo los detalles con las demás instancias relevantes del gobierno y al cabo resultaba peor dejar los planes que proseguirlos.
La (mala) suerte echada
A este último respecto, Schlesinger trae el ejemplo ilustrativo de Thomas Mann, Subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, quien se oponía firmemente al plan de invasión, pero reculó al conocerlo en detalle porque la ejecución iba ya tan avanzada que no podía pararse.
En su memo The March 1960 Plan, de 15 de febrero de 1961, Mann había largado que el Derecho Internacional, la traba de no poder ocultar bien la mano de Estados Unidos, y la perspectiva de que el castrismo sería más útil como fracaso socioeconómico que como mártir (o vencedor) de otra intervención americana, aconsejaban desistir del plan de la CIA, porque su augurio de que la invasión inspiraría el levantamiento popular contra Castro era tan improbable como probable que Estados Unidos tuviera que dejar la Brigada de Asalto 2506 al garete, transfigurarla en guerrilla o salvarla con intervención militar directa.
El Director de Planes de la CIA, Richard Bissell, replicó que si la invasión se cancelaba, los brigadistas se enojarían y se irían de lengua con la prensa para desprestigiar a Washington por no haber aprovechado la oportunidad de tumbar a Castro sin la participación de las fuerzas armadas estadounidenses. Schlesinger indicó en su memo que así la CIA quedó como rehén de sus propios operativos.
Al filo de la advertencia de Eisenhower y la traba indicada por Mann, JFK ordenó examinar todas las alternativas. Antes que el Plan Trinidad prefería un desembarco discreto y de noche, que no diera pie a imputar intervención militar. El 16 de marzo de 1961, la CIA ofreció tres opciones y Kennedy escogió el Plan Zapata: la invasión por Bahía de Cochinos, que modificó de manera tal que pareciera acción de guerrillas anticastristas dentro de la Isla.
Ese mismo jueves, la CIA espantó un reporte informativo asegurando que el apoyo popular a Castro andaba por debajo del 20% y el índice de deserción en las milicias se iría por arriba del 75% tras estallar la guerra. Esta contracandela al memo de Mann se presentó como análisis de inteligencia recopilada en Cuba, pero Schlesinger afirma en su memo que más bien resultaba de chismes circulantes por los bares de Miami.
Tras ser notificados del plan definitivo, Jacob Esterline y Jack Hawkins fueron a casa de Bissell el 8 de abril de 1961 y presentaron sus renuncias, porque los cambios en clave política determinaban que el éxito de la invasión “fuera técnicamente imposible”. Bissell repuso que, por ser los dos comandantes de la CIA más directamente vinculados al plan, debían permanecer en sus puestos ya que la invasión iría con o sin ellos.
Ambos accedieron a regañadientes. El 12 de abril, Bissell presentó la versión definitiva de la Operación Zapata y apremió con que la decisión no podía demorar. Kennedy dio luz verde.
Historia mínima
A la pregunta de si los ataques aéreos eran necesarios, Bissell había respondido a Kennedy que la CIA garantizaba el máximo de efectividad con el “mínimo de ruido en el aire”. Así mismo reiteró que a la invasión se sumarían muchos cubanos dentro en franca revuelta contra Castro.
El 15 de abril, ocho bombarderos B-26 atacaron las bases aéreas de Castro en Ciudad Libertad (La Habana), San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. Al regreso informan haber causado severas pérdidas, pero los análisis fotográficos arrojaron que los daños fueron muy limitados.
Castro ordenó a sus pilotos estar listos para despegar al instante y dormir bajo las alas de los aviones disponibles, entre ellos cuatro cazas a chorro T-33 equipados con ametralladoras calibre 50 que no habían sido detectadas por los planificadores de la CIA. Esta falla de inteligencia sería fatal.
Como se habían quitado las ametralladoras de cola de los B-26 invasores al efecto de llevar el combustible necesario para cubrir las misiones de ida y vuelta desde Nicaragua, los T-33 cogerían mangos bajitos en el combate aéreo.
El 16 de abril por la noche, el asesor de Seguridad Nacional, Mac Bundy, telefoneó al lugarteniente de Dulles, General Charles Cabell para informarle que los ataques aéreos del amanecer no debían lanzarse antes de que la brigada ocupara la pista de aterrizaje dentro de la cabeza de playa. Como las consultas tenían que dirigirse al Secretario de Estado, Cabell y Bissell fueron donde Dean Rusk, quien puntualizó haber recomendado la cancelación por imperativos de política exterior y que el presidente había aceptado.
Al protestar ambos, Rusk propone que hablaran con Kennedy, pero Cabell replica que no vale la pena y Bissell asiente. “Fue un gran error”, escribiría Bissell en sus Reflexiones de un guerrero frío (1996).
La CIA pasó entonces de madrugada al control de daños. Avisó a la fuerza invasora de probables ataques aéreos y ordenó a los barcos agilizar la descarga. Por turnos, dos B-26 dieron cobertura continua sobre la zona de desembarco.
De la base de San Antonio de los Baños despegaron un B-26 y dos Sea Fury. El Comandante Raúl Curbelo, jefe de la fuerza aérea, ordenó atacar las fuerzas en tierra, pero Castro contraordena atacar primero a los barcos. Así pierde un B-26 y un Sea Fury, pero al terminar el primer día de combate —agregado ya un T-33— sus aviones han derribado tres B-26 y dañado dos, hundido dos barcos y una lancha, así averiado otro barco y tres barcazas.
Por el cuero que daban los T-33, la CIA ordenó que tres B-26 salieran la noche del 17 al 18 de abril a bombardear el aeródromo de San Antonio de los Baños con bombas de fragmentación, pero los pilotos no atinaron a encontrarlo. Algunos pilotos cubanos estaban renuentes a seguir volando y Bissell autorizó que pilotos estadounidenses, contratados como instructores, volaran en misión de combate.
Para la medianoche siguiente, el Presidente Kennedy rechazó la idea del Jefe de Operaciones Navales, Almirante Arleigh Burke, de usar dos aviones suyos para derribar aviones de Castro.
Kennedy insistió en haber advertido una y otra vez que no comprometería fuerzas estadounidenses, pero cedió un tanto autorizando que, a cierta hora de la mañana, los B-26 volaran acompañados por seis aviones sin identificación del portaaviones Essex, los cuales se limitarían a maniobrar sin entrar en combate aéreo ni atacar objetivos en tierra.
Sólo que estos escuadrones no llegaron a la misma hora al punto de encuentro prefijado porque ni la CIA ni el Pentágono tuvieron en cuenta la diferencia de hora entre Cuba y Nicaragua.
Epílogo
El 20 de diciembre de 1960, la CIA recibió un cuestionario del Jefe del Comando del Atlántico (CINCLANT), Almirante Robert Dennison, sobre la operación encubierta contra Castro. Aunque las 119 preguntas implicaban que la planificación era inadecuada, la CIA apenas respondió 12.
Y entre los papeles de Dulles en la Universidad de Princeton aparecería una nota sobre Bahía de Cochinos en que Dulles reconoce que el plan de la CIA era inviable, pero contaba con que Kennedy optaría por intervenir en Cuba con el poderío militar de Estados Unidos en vez de enfrentarse a una derrota humillante.
El fiasco de Bahía Cochinos/Girón no trajo su causa de ninguna decisión de JFK, sino del rejuego engañoso que alentó la CIA.
MEMORANDO DE ARTHUR SCHLESINGER/ 30 DE JUNIO DE 1961