Fallece en Miami María Victoria García, sobreviviente de la masacre del Remolcador “13 de Marzo”
María Victoria fue uno de los rostros simbólicos de la tragedia del remolcador frente a las costas cubanas, en la que perdió a su hijo de 10 años. Catorce integrantes de su familia murieron en la catástrofe marítima en 1994.
María Victoria García Suárez, sobreviviente de la masacre del Remolcador “13 de Marzo” que perdió a su único hijo en el trágico incidente marítimo, falleció este jueves en Miami a los 58 años.
Según confirmó su padre, Jorge A. García, María Victoria falleció a las 6:30 pm en una sala de cuidados intensivos del Hospital de la Universidad de Miami tras complicaciones derivadas de una cirugía. Había ingresado desde el 20 de diciembre para practicarle un procedimiento cardiovascular que resultó infructuoso.
García relató a Cafe Fuerte que la operación para instalarle un marcapasos cardíaco a su hija derivó en una hemorragia que la mantuvo en un coma inducido hasta la tarde del jueves, cuando se decidió retirarle de la respiración artificial.
“Fue una guerrera hasta el último minuto”, dijo García sin poder contener las lágrimas. “Fue fuerte y valiente cuando sin saber nadar se sumergió y salió una y otra vez en el mar, para tratar de salvar a su hijo de la tragedia [en 1994]… Fuimos afortunados al tenerla junto a nosotros por los últimos 30 años”.
Las afectaciones cardíacas de María Victoria -según García- son típicas de personas que han sido sometidas a traumas severos en algún momento de sus vidas.
Mally, como le conocían sus familiares y allegados, fue uno de los rostros simbólicos del hundimiento del remolcador frente a las costas cubanas, con un saldo de 37 muertos, entre ellos su hijo Juan Mario Gutiérrez García, de 10 años, y su hermano Joel García, de 20.
Su voz se alzó desde un comienzo para denunciar el crimen, mientras el gobierno cubano intentaba presentar lo sucedido como un accidente ocurrido cuando el remolcador trataba de llegar a Estados Unidos.
Los García perdieron a 14 integrantes de la familia en la catástrofe, perpetrada por embarcaciones del régimen cubano a siete millas de la Bahía de La Habana, el 13 de julio de 1994.
María Victoria quedó marcada para siempre por aquel episodio de terror, con severas afectaciones síquicas. Cuando los dos Polargo embistieron al remolcador en fuga, con 72 pasajeros a bordo, ella trató de aferrarse a objetos flotantes junto a su hijo Juan Mario, pero el fuerte oleaje terminó por arrebatarle y perder el cuerpo del menor.
Después del trágico suceso, fue objeto de interrogatorios, acoso y vigilancia por parte de la Seguridad de Estado. La familia terminó saliendo al exilio como refugiados políticos de Estados Unidos en 1999.
Desde su llegada a Miami, María Victoria participó en numerosas actividades de denuncia del régimen cubano y reclamó justicia para las víctimas del Remolcador, a pesar de que en los últimos años su estado de salud la alejó de la vida pública.
En 2017, cumplió un acto de homenaje a su hijo y demás víctimas de la tragedia a bordo de un crucero que viajó a Cuba, aunque las autoridades no le permitieron bajar a tierra. El testimonio de este hecho, que ha permanecido inédito, lo contó García a Café Fuerte.
El crucero salió de Miami rumbo a La Habana y María Victoria llevaba con ella un ramo de flores, que tiró al mar cuando la embarcación estaba a siete millas de las costas cubanas.
“Un coronel del MININT abordó el crucero y les dijo, a ella y al esposo, que ellos nunca podrían entrar a La Habana”, manifestó García. “Pero el objetivo de ese viaje se cumplió, que era rendir tributo a los seres queridos que murieron en esa masacre”.
García, de 80 años, es autor del libro El hundimiento del Remolcador 13 de Marzo (2001), un documento que recoge años de investigación en Cuba y en el exilio sobre la tragedia, así como testimonios de los sobrevivientes y sus familiares. Ha sido un pilar en las denuncias internacionales y los actos de recordación en Miami cada 13 de julio.
Cuando van a cumplirse 30 años del incidente, el crimen del Remolcador y sus gestores permanecen en total impunidad.
Su padre explicó, que respetando la última voluntad de María Victoria, sus restos serán cremados y sus cenizas vertidas en el mar, justamente a siete millas de las costas cubanas, donde murió su hijo y el resto de sus familiares en la tragedia de 1994.
De las páginas de ese libro, Café Fuerte reproduce el desgarrador testimonio de María Victoria sobre lo ocurrido en los agónicos minutos de asedio y hundimiento de la embarcación.
TESTIMONIO DE MARÍA VICTORIA GARCÍA*
Con los matules al hombro cogimos la guagua. Mi grupo lo componen: Juan Mario mi hijo, Ernesto mi esposo, Joel mi hermano, Eddy y Estrella mis tíos, Eliecer y Omar mis primos, María Miralis y Xicdy esposa e hija de Omar. Además, Armando Morales Piloto amigo de Eddy, Julia Caridad y su hijo Angel René, y Yaltamira con José Carlos; se agregó Espiga. Dentro de la guagua ya venían Lázaro Borges (Felo) chofer y primo de mi papá, su esposa Lisset y la hija Giselle, y Guillermo el tío. Arrancamos sin saber adónde.
Diez o quince minutos después paramos. Pensé en la policía y corrí la cortina de la ventanilla a un lado para ver. Estábamos en la rotonda de Cojímar recogiendo otro grupo. Eran bastante. Luego continuamos.
Dejé abierta la cortina para curiosear. Íbamos por todo Vía Blanca rumbo a La Habana hasta el Paso Superior. Al llegar al semáforo de Vía Blanca y Fábrica, en vez de doblar a la derecha para el puerto, continuamos recto y más adelante entramos en La Benéfica. En el parqueo se apagó el motor como esperando por alguien que no estaba, pero me doy cuenta que hacíamos tiempo. Felo tenía puesto Radio Reloj por el altavoz.
No demoramos tanto, partimos enseguida. Dos policías nos saludaron a la salida. Bordeamos a Patrullas hasta frente a la fábrica de cementos. Allí doblamos a la izquierda en el Anillo y pronto llegamos al punto. El muelle queda un poco más allá de la planta de Tallapiedra en la acera de enfrente.
Desperté al niño; estaba dormidito y nos bajamos. Alguno dejó olvidada una mochila en el piso. La recogí y entregué después. Felo mete la guagua en la rampa, la cierra y deja puestas las llaves en el chucho.
Entramos en el remolcador uno tras otro sin hacer bulla. Un hombre nos guía diciendo: Sujétense bien. Cuidado no resbalen. Aléjense del motor. Por la derecha; por la izquierda. Péguense a las paredes del casco.
El niño a mi lado no hallaba respuestas a sus inquietudes. Quedamos en ir a un Campismo y la realidad ante sus ojitos es otra. Por eso no se cansa de preguntar: ¿Mamá a dónde vamos?
Y yo le repito: a pasear… a pasear, entonces me empina la mirada de lado y hace shis, shis, como si friera huevos. No está conforme, refunfuña y repite: –contrá… oyemé.
Subí a la cubierta bajo protesta de mi esposo cuando me lo pidieron. Abajo, él trató de sujetarme, pero le dije: sígueme y no lo hizo. Conmigo habían otras madres con sus hijos; éramos pocos allí.
Me acomodo por la parte de popa debajo del toldo que sirve de techo y nos sujetamos del palo que tiene la campanita arriba. Al niño lo meto dentro de un corralito en la misma base del palo. Navegamos un rato y es cuando el niño me pregunta, mirando hacia atrás: –Mamá ¿qué es esa luz? Entonces yo miro y compruebo que otro barco nos sigue. Sí mijo es otro barco, le dije, sin quitar mi vista de esa dirección.
El niño continúa insistiendo. Sacude sus manitas y los ojitos parecen desorbitárseles: ¡Mamá, mamá, se acerca!
Alguien desde alante avisa que somos perseguidos y siento que vamos más deprisa, pero los de atrás se nos adelantan. Comienzan a tirar chorros de agua y nos empujan duro por el costado. Trato de cubrir con mi cuerpo el del niño. Escucho los gritos de una mujer aterrorizada. Estábamos ahí mismitico donde atraca el Galeón. La gente en el malecón lo vieron todo. No podía mirar bien de frente, porque las luces que alumbran encandilan la vista.
Apuntan los chorros sobre mí y casi quedo desnuda. Parecían hincadas de clavos sobre las espaldas y los muslos; pero el niño aunque estaba empapadito no fue castigado. Me viraba de un lado para otro y le servía de escudo. ¡Pobrecito! apretado contra mi pecho me decía bajito: –Ay mamita que es esto. ¡Dios mío sálvanos! Yo le daba aliento diciéndole que no tuviera miedo; que resistiera un poquito… que lo malo pasaba pronto. Pero seguían y seguían los chorros y los golpes.
Los que estaban cerca de mí huyeron de los ataques; algunos fueron lanzados brutalmente contra los hierros y maderas. Quedé sola con mi hijo aguantada del palo; temía moverme y ser lanzada también. No tuve más remedio que esperar que se cansaran o nos mataran.
Yo estaba de espaldas a la popa y el niño me advierte:
–¡Cuidado mamá, viene pa’rriba de nosotros!
Trato de protegerme apretándome contra el niño y el palo. Aquello parecía un tiburón que venía a tragarnos. Llegó arriba de nosotros hasta que se monta encima y parte el barco por atrás. Poco faltó para que me exprimiera contra el palo. El niño grita temblando y lloroso:
–¡Nos rendimos, nos rendimos!
Otro hombre llama:
–¡Jabao, Jabao, déjanos ya. ¡Mira que hay mujeres y niños!
Y el asesino respondió burlón: –¡Eso no eran lo que ustedes querían. Ahí tienen. Ahora arréglenselas como puedan o muéranse!
Nuestro barco se hundía y yo desesperada no hallaba qué hacer. Cogí al niño y lo cargué. Pobrecito, rezaba; estaba como espantado. Se comía las uñitas y presentía lo malo.
El agua comenzó a subir, mejor dicho, nosotros a bajar. Le dije al niño: Papi sal del corralito y encarámate sobre mí. Ahora abraza tus piernecitas por mi cintura y sujétate de mi cuello con tus bracitos… apriétame fuerte y no me sueltes… coge aire bastante y cierra tu boquita.
Todo se lo fui diciendo en la medida que la situación se iba agravando y él obedece.
–Si mamá, fueron sus últimas palabras con una vocecita que casi no se oía. Poco a poco fuimos bajando hasta que el mar nos traga completos. No sé cuánto bajé ni como subí. Ni sé si morí o volví a vivir. Parece que moví rápido las piernas y salimos a flote por dos veces. El niño seguía abrazado como dormido. Entonces lo llamo: Joanmi, Joanmi, pero no me respondía. Había perdido todas sus fuerzas por el agua tragada. Estaba como desmadejadito.
Me mantengo a flote moviendo rápido las piernas. Miro alrededor y me aguanto de un bulto flotante; parecía una balsa, pero era Rosa ya muerta. Recuerdo sus gritos de locura durante los ataques. Sigo aguantada de ella y pido auxilio; temía demorarme y que el niño se muriera. Otras personas a las que nada más se le veían las cabecitas, también gritaban. Y aquellos barcos que nos hundieron daban vueltas formando un remolino; no podía mantenerme así por mucho tiempo. Entonces descubro una caja flotando con un grupo de personas encaramadas. Trato de alcanzarla con el niño a cuestas y empujando a Rosa. Me acerco a la distancia del brazo. Algunos me tienden los suyos para acortar el tramo; pero al soltarme de Rosa para agarrarme de la gente lo hago con tanta fuerza y desespero que todos me vinieron encima. Entre éstos y los de atrás que me agarraban las piernas para salvarse también, se desprende el niño y se me va. Grité desesperada: ¡Cójanme al niño, auxilio se me ahoga! pero nada, todo fue inútil. Se perdió ante mis ojos. Y lo más triste no tenía fuerzas para nadar solito, había tragado mucha agua.
Junto a otros permanecí sujeta al borde de la caja. Los remolcadores retrocedían cuando alguno trataba de darle alcance buscando socorro. Por fin unas lanchas de Guardafronteras tiraron salvavidas amarrados a sogas.
*El testimonio y las fotos incluidas en este artículo se reproducen con el consentimiento de Jorge A. García y no pueden ser publicadas sin su autorización en otro sitio mediático.