La revista Mariel en la era digital
Por Max Goldberg*
En medio de tantas malas noticias, hoy puedo anunciar al menos una buena: desde hace unos días están disponibles en la internet los ocho números de Mariel, Revista de Literatura y Arte, publicados en Nueva York y Miami entre 1983 y 1985 por Reinaldo Arenas y un grupo de escritores y artistas jóvenes que, como él, habían llegado a Estados Unidos en 1980 por el llamado “puente marítimo” desde el puerto del Mariel en Cuba.
Con este encomiable esfuerzo, una de las publicaciones culturales más importantes del exilio cubano en los años 80 ha entrado en la era digital y permanecerá en ella de manera definitiva, al alcance de los lectores en general. El hecho coincide, de manera significativa y simbólica, con el aniversario de la salida del primer número de la revista, en abril de 1983, tan sólo tres años después del éxodo.
La posibilidad de poder leer los ocho números de Mariel se había hecho cada vez más difícil con el tiempo. Desde que la revista dejó de publicarse en abril de 1985, los ejemplares comenzaron a volverse collector’s items, no sólo por la importancia en sí del contenido, sino sobre todo porque estaban impresos en papel gaceta, él único que los editores podían costear, el cual se empezó a deteriorar con rapidez: los contados ejemplares que hoy existen son muy frágiles, y no resisten ya la consulta por el púbico en general. La digitalización de estos documentos ha resuelto definitivamente este problema. Los ocho números completos ya se puede leer en www.revista-mariel.com
Vigor creativo
Hagamos un poco de historia. En 1983, estimulados por el vigor creativo de Arenas y por la necesidad de dar a conocer las propias obras y las de otros creadores que habían huido de Cuba durante el éxodo, los siete autores que integraron el Comité de Editores inicial (el propio Arenas, Juan Abreu, Reinaldo García Ramos, Carlos Victoria, Roberto Valero, Luis de la Paz y René Cifuentes) se dieron a la tarea de crear Mariel, una publicación que causó un gran impacto en la cultura cubana del exilio y ha dejado una intensa huella hasta el día de hoy. A ellos se unieron en el equipo editor otros exiliados cubanos que no habían venido por Mariel pero comprendieron de inmediato la intención del grupo gestor y le dieron un valioso y constante apoyo: entre ellos, Florencio García Cisneros, Giulio V. Blanc, Lydia Cabrera, María Valero, Marcia Morgado y muchos otros. El apoyo también vino de norteamericanos que estaban cerca de los editores y que colaboraron en diversos aspectos con la publicación (entre ellos, Sott Hauser, que cooperó en tareas administrativas).
En mi opinión, la clave de la importancia que Mariel empezó a cobrar pronto radica en que no sólo empezaron a publicar en la revista las obras de un amplio número de autores llegados durante el éxodo (autores en el sentido más amplio de la palabra, pues entre los 125,000 refugiados habían arribado numerosos poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas, críticos, y también pintores, escultores, grabadores, dibujantes, diseñadores, actores y directores de teatro), sino que, con muy buen tino, desde el principio los editores tuvieron muy clara la necesidad de insertarse en el legado intelectual cubano, en la dinámica expresiva del exilio y en la cultura latinoamericana y mundial en su sentido más amplio.
En el Editorial del primer número, los editores expresan esas intenciones con toda claridad: “La revista Mariel saluda y ofrece sus páginas a los escritores y artistas cubanos del exilio que, al mantener en sus obras por encima de todo niveles muy altos de calidad estética, nos honren al someternos sus colaboraciones. En un sentido más amplio, tampoco nos negaremos al aporte de los creadores latinoamericanos, norteamericanos o europeos que se acerquen a nuestro esfuerzo con un común rechazo a cualquier sistema totalitario y desde creaciones de un genuino valor estético, crítico o analítico”.
Confluencias y urgencias
Esos propósitos fundamentales de Mariel estuvieron desde el inicio reflejados en tres secciones que se mantuvieron hasta el último número: “Confluencias”, que estuvo dedicada a rendir homenaje a escritores cubanos de etapas anteriores que habían sido ignorados o menospreciados por el aparato cultural impuesto por el castrismo; “Experiencias”, sección en que se buscó recoger crónicas, memorias o materiales autobiográficos que revelaran hechos notables de la vida diaria cubana o de los cubanos en cualquier parte; y “Urgencias”, un simpático espacio reservado para publicar -como bien se aclara en una nota de presentación, en la página 31 del primer número- “los comentarios, críticas, ironías o cóleras que los acontecimientos más recientes y heterodoxos despierten en nuestros editores”.
Los objetivos de esas tres secciones se lograron plenamente desde el primer número. La sección “Confluencias” contenía un homenaje a José Lezama Lima, cuya obra y significación habían sido vilipendiadas y menospreciadas por la burocracia politizada que regía las instituciones culturales de la Isla en esos años (recientemente, tras la muerte de Lezama, el régimen se ha propuesto “blanquear” su tumba, en un episodio más de lo que algunos en el exilio han llamado “oportunismo funerario”). La sección “Experiencias” traía, nada menos, un fragmento de las memorias de Lydia Cabrera. Y en la sección “Urgencias” aparecía, entre otras notas, una denuncia de las actividades procastristas que llevaba a cabo el llamado “Centro de Estudios Cubanos en Nueva York”, bajo la dirección de Sandra Levinson, una notoria admiradora del régimen de La Habana.
O sea, no me cabe ninguna duda de que la digitalización de Mariel es una buena noticia. No sólo para la cultura cubana del exilio y la otra, la que no tiene fronteras y está en la Isla y en todas partes (porque la revista Mariel forma parte ya, definitivamente, de ese acervo), sino también para los innumerables individuos e instituciones de todo el mundo que en incontables ocasiones habían manifestado su interés en tener acceso a la revista, ansiosos de conocer a fondo el desarrollo de la actividad cultural de los cubanos del exilio a principios de los años 80.
*Periodista cubano residente en Nueva York.