Ni la CIA ni Fidel Castro: ¿Quién mató por fin a Kennedy?
Todavía quedan bajo velo total o parcial de secreto 3,648 documentos de la colección del asesinato de JFK en la Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA), pero su desclasificación definitiva no terminará por aportar las pruebas concluyentes.
Por Arnaldo Miguel Fernández
A 60 años del asesinato de John F. Kennedy, ninguna confesión ni testimonio ni documento desclasificado aclara quiénes habrían participado en la conspiración que, según concluyó en 1979 el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos (HSCA), condujo a balear de muerte al presidente en funciones de Estados Unidos a la luz del día y en medio de la calle, como si fuera un perro.
Una cosa es que ciertos oficiales díscolos de la CIA se complotaron, ya sea solo entre sí o también con oficiales de otras agencias, mafiosos y/o exiliados cubanos, y otra muy distinta es que la CIA en sí, como institución, estuvo involucrada en el asesinato de Kennedy, tal como declara hoy su sobrino, Robert F. Kennedy Jr., en medio de su campaña presidencial como candidato independiente.
Ni siquiera consta prueba legalmente válida contra los oficiales más sospechosos de la estación de la CIA Miami, codificada JMWAVE y enfilada contra Fidel Castro, que odiaban a JFK, porque creían que había cometido traición al recortar el apoyo aéreo a la Brigada de Asalto 2506 en Bahía de Cochinos, en el nefasto abril de 1961.
Delirio anticomunista
Tomemos por ejemplo a David Atlee Phillips, quien había integrado el grupo de apoyo a la Brigada en 1961 y para 1963 usaba un sombrero de dos picos en la CIA: jefe de operaciones encubiertas en la estación de Ciudad México y jefe de guerra psicológica contra Castro en la estación de Miami.
Phillips contó a Nicolás Sirgado, funcionario del gobierno de Cuba reclutado por la CIA pero en realidad agente infiltrado de Castro, que había orinado sobre la tumba de JFK en el Cementerio de Arlington porque este fue un maldito comunista. Sin embargo, la animadversión de Phillips y otros oficiales de la CIA hacia Kennedy no prueba complot para matarlo.
Tampoco es concluyente el testimonio del exiliado cubano Antonio Veciana de haber visto a Phillips en Dallas acompañado por Lee Harvey Oswald, quien terminaría siendo marcado en 1964 por la Comisión Presidencial sobre el Asesinato de JFK, alias Comisión Warren, como el asesino solitario del presidente.
Lo que sí consta es que la CIA ocultó y tergiversó información relacionada con el asesinato, sobre todo con respecto a Oswald, pero más bien para esquivar la responsabilidad ante las fallas de seguridad y de inteligencia asociadas a la tragedia del 22 de noviembre de 1963 en Dealey Plaza, Dallas, Texas.
Castro estaría loco, pero no tanto
Si las imputaciones contra la CIA adolecen de falta de pruebas, aquellas en contra de Castro son casos y cosas de manicomio. No tiene sentido que Castro arriesgara todo en la loca aventura de matar a un presidente de Estados Unidos, porque así solo servía en bandeja el pretexto, siquiera colgado de un hilito de sospecha racional, para que Washington lavara la mancha de Girón con represalia militar devastadora. Y la única consecuencia previsible: el ascenso del vicepresidente Lyndon B. Johnson, no daba ganancia alguna al régimen cubano.
Tampoco tiene sentido que Castro, como si fuera cosa de western spaghetti, se enterara de que JFK quería matarlo y disparara primero, como afirmó el propio Johnson. A sabiendas de que el diferendo Cuba-USA no era cuestión personal, sino sistémica, Castro optó por penetrar la CIA y el exilio hasta los tuétanos para conjurar los atentados preparados por aquella y esta. Así logró capear el temporal, sin que faltara cierta dosis de buena suerte.
Narrativa tropelosa
La narrativa de sectores del exilio cubano respecto a una presunta conexión luctuosa entre Castro y Kennedy pasa por alto peripecias vitales como el coqueteo con Castro que JFK inició a través de Lisa Howard, corresponsal de ABC, y continuó con el periodista francés Jean Daniels.
Otro contra ejemplo ilustrativo: en su informe secreto de 31 de marzo de 1963, atesorado en el Centro de Investigación Histórica de la Guerra Fría (Budapest), el embajador húngaro en La Habana, János Beck, reportó que los hermanos Castro estaban convencidos de que Kennedy era la mejor opción para Cuba en las elecciones presidenciales de 1964.
Lo que sí está acreditado es que las imputaciones contra Castro son pura cháchara de opinantes que no saben de qué están hablando, como cierto doctor leguleyo de Miami que todavía repica el cuento chino de que el seguroso Fabián Escalante Font se encontraba en Dallas aquel día fatídico; o se tragan guayabas de cartón, como el exanalista de la CIA, Brian Latell, quien repiqueteó el absurdo testimonio del desertor Florentino Aspillaga: haber recibido aquel día la orden de interrumpir el rastreo de transmisiones de la CIA y apuntar las antenas hacia Texas, como si a pesar de la cobertura completa por radio y televisión de la visita de Kennedy a Dallas, Castro necesitara recursos de inteligencia de señales para enterarse de qué pasaba o pasaría allí.
Archivos dantescos
Todavía quedan bajo velo total o parcial de secreto 3,648 documentos de la colección del asesinato de JFK en la Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA). A quienes aguardan por la desclasificación definitiva para dar con pruebas concluyentes cabe advertirles: dejad toda esperanza.
Si Oswald no mató a Kennedy por cuenta propia sino que, como afirmó el propio Phillips, hubo una conspiración en la cual probablemente participaron oficiales de inteligencia estadounidenses, estos tienen que haberse guiado por las reglas que Bill “Dos Pistolas” Harvey fijó para el programa de acción ejecutiva (asesinatos) de la CIA codificado ZR/RIFLE:
- “Ningún proyecto constará por escrito, excepto la portada” (Irónicamente, estas reglas fueron manuscritas por Harvey en unas hojas de papel que su viuda guardó y fueron a parar a NARA).
- “Nunca mencionar la palabra asesinato”
- “El plan de encubrimiento debe incluir cómo echarle la culpa a los checos o a los soviéticos en caso de quedar la operación al descubierto”
- “Se dispondrá de expedientes personales falsos en Integración de Registros (RI, por sus siglas en inglés) para dar apoyo a esto”.
- “Los documentos se falsificarán, se fecharán con carácter retroactivo y guardarán la apariencia de ser parte de expedientes de Contra Espionaje (CE)”.
Epílogo
Sin documentos ni confesiones nos queda acaso un último testigo, ya casi nonagenario: Paul Landis, quien como agente del Servicio Secreto venía en el vehículo que seguía a la limosina presidencial. Landis acaba de romper oportunamente su silencio, pero no pasa de ser otro testigo más de tantos opuestos a que solo tres disparos retumbaron aquel viernes en Dealey Plaza, como concluiría la Comisión Warren en 1964.
Así que sólo resta recrearnos con la abundante producción mediática en torno al asesinato, la cual agregó el estreno el 14 de noviembre, en el canal Paramount+, del documental JFK: What the Doctors Saw [Qué vieron los doctores]. En esencia, siete médicos que trataron de salvarle la vida a Kennedy en la sala de emergencias del Hospital Parkland ponen en solfa la versión de la Comisión Warren de que recibió tan sólo dos balazos: uno por la espalda y otro mortal en la cabeza. Más de dos impactos de bala refuerzan la hipótesis de la conspiración, porque los disparos ya no podrían imputársele a Oswald como asesino solitario.
Junto a la producción mediática proseguirán las discusiones acerca de cuál de las dos comisiones, Warren o HSCA, dio con la verdad. Pero esas discusiones, tan perennes como la llama de la tumba de Kennedy en Arlington, distarán mucho de dar claves decisivas para determinar por fin quiénes y por qué lo mataron. Hasta el día que la Historia estalle.