Anatomía de Cuba: El desgaste de una utopía
Por Carlos Meléndez*
Yasmani es un habanero de 25 años. Estudiante de Medicina, dejó las clases hace cuatro meses para cuidar a su padre, en cuidados intensivos desde entonces. Todos los días aguarda noticias en la sala de espera del Hospital General Docente Julio Trigo, más parecido a un terminal de buses de última categoría que a un nosocomio salvavidas.
También diariamente llaman de la Asociación de Combatientes Revolucionarios de Cuba a preguntar por la salud del paciente. El padre de Yasmani ha sido un miembro activo de dicha organización. Adolescente, luchó en Bahía de Cochinos y en la Sierra del Escambray. Guerrillero, “la revolución quiso que fuera geólogo”, profesión que
ejerció hasta que una negligencia médica lo ha mantenido en pronóstico reservado por tanto tiempo.
Cualquiera que ha visitado un centro médico en el que se atiende el cubano promedio inevitablemente cuestiona el mito que se ha construido sobre su sistema de salud. Sus instalaciones emulan la escenografía de una película de zombis; sus recursos humanos han sufrido el desgaste de una utopía colectiva que ha perdido toda esperanza.
“800 pesos al mes [35 dólares] es lo que gana el ejemplo de la medicina mundial”, confiesa irónicamente un galeno, mientras aguarda una guagua que tardará lo suficiente como para no encontrar despierta a su madre anciana. “Viajar a las misiones internacionales no vale la pena: pasas dos o tres años lejos de tu familia perdido en Angola o Sudáfrica, ¿para qué? ¿Para traer un par de aparatos que con el tiempo se romperán?”. El desencanto invade a los que vuelven, por lo que la deserción de médicos cubanos se ha hecho frecuente.
Así, médicos enajenados que incumplen el juramento hipocrático con facilidad y aprendices extranjeros llenan el vacío de un cuerpo médico exportado como resultado de un gobierno más preocupado por la imagen internacional de su quimera que por la salud de sus ciudadanos. Si se están perdiendo los incentivos materiales (un sueldo digno, una misión rentable), los ideológicos se han corroído con anterioridad. El totalitarismo caribeño ha sobrevivido a nivel individual 55 años por el comportamiento pragmático y políticamente conformista de una sociedad civil sin autonomía ni pluralismo. Las biografías han perdido horizontes, el pasado está muy lejos, el futuro no existe. Sus mitos justificatorios (salud emblemática, cero analfabetismo, deporte competitivo) colapsan bajo la perversidad de lo peor del socialismo autoritario y lo peor del incipiente capitalismo de Estado.
“¿A quién quieres más, papá? ¿A tus hijos o a la revolución?”, preguntó Yasmani de pequeño. “A la revolución”, respondió su padre, “porque cuando me muera, la revolución cuidará por tu hermana y por ti”. El padre de Yasmani fue trasladado el fin de semana al Hospital Luis de la Puente Uceda, donde falleció. Yasmani seguramente reanudará sus estudios y será uno más de esos médicos cubanos que deambulan por La Habana sin amor. La revolución “cuidará de él” a través de un trabajo mal pagado hasta que tenga la oportunidad de dejar la isla, su verdadera ilusión.
*Politólogo peruano. Este artículo se publicó originalmente en el diario El Comercio, el 7 de enero del 2014.