París sin aguacero: Las medallas que aparecieron con el boxeo cubano

Monólogos de un quedado especial... desde La Habana. Los dilemas y las vicisitudes de la atribulada delegación cubana en la cita olímpica 2024.

París sin aguacero: Las medallas que aparecieron con el boxeo cubano
Erislandy Álvarez, bravo como un Maceo de los cuadriláteros, aseguró la primera medalla cubana en París 2024. Foto: PL.

Por Michel Contreras

Para Cuba, que sufre en París, las primeras palabras: finalmente llegaron las medallas. Y son tres. Todas de bronce, todas en el boxeo, y cada una con la posibilidad de mejorar su color próximamente. Dos de ellas cayeron (ironías de la vida) en los pesos cruceros donde Julio César La Cruz quedó fuera de modo prematuro: ahora con pasaportes extranjeros, Loren Berto Alfonso y Enmanuel Reyes sí lograron sacar sus pasajes para las semifinales. La otra la aseguró Erislandy Álvarez, bravo como un Maceo de los cuadriláteros. El muchacho (nunca fue más literal una expresión) sube a caerse a piñazos con los adversarios, y en la refriega saca a relucir un arsenal de golpes y combinaciones que serían la envidia de Liu Kang, el estandarte de la franquicia Mortal Kombat.

El caso es que, de todos los púgiles cubanos que viajaron a la batalla olímpica, Álvarez es quien mejor se acomodó a la esencia del viejo arte de Fistiana: esto es, en el boxeo se trata de hacer daño al oponente. Suena duro al oído, pero la cosa va de abofetear y demoler, no de ensayar coreografías, posar de perdonavidas o acogerse a la ley del mínimo esfuerzo. A eso va el cienfueguero, y el favorito de la división, Sofiane Oumiha, seguramente tomó nota. Si se diera ese duelo, van a saltar más chispas que en un cortocircuito. Aunque un poquito menos de las que saltaron cuando la argelina Imana Khelif le sonó un pescozón que le sacó las lágrimas a la italiana Angela Carini. De apariencia definitivamente varonil, la africana llegaba precedida de la prohibición de competir en los Campeonatos del Mundo de Boxeo debido a que posee niveles de testosterona por encima de la media femenina.

Pero hay pruebas, al menos eso dicen, de que nació mujer, y ahí se complica todo. Yo lo veo como sigue: uno, transgénero no es, porque un país musulmán no jugaría esa carta ni siquiera bajo amenazas de libreta de abastecimiento; dos, sospecho que Carini llegó predispuesta (por no decir otra cosa) al cuadrilátero, pues muchas de las rivales anteriores de Khelif soportaron sus golpes sin problemas, e incluso la vencieron en repetidas ocasiones; y tres, para evitar futuras controversias, la ciencia tendrá que deslindar hasta dónde una mujer con cromosomas XY puede lidiar en un deporte de combate contra mujeres desprovistas de esa extraña cualidad. Y hablando como los locos (que así se pone uno con el tema del arroz de la bodega), qué hermosa fue la lucha entre la legendaria Simone Biles y esa Rebeca Andrade que contagió de samba los tapices de la Bercy Arena.

Repuesta de la implosión nerviosa sufrida en Tokio 2020, Biles se bebió hasta el fondo el batido de coraje y remató a la Andrade en la mismísima línea de sentencia con un alarde de temeridad al encarar los ejercicios en el suelo. Así, la yumita reconquistó su trono, Andrade le regaló a Brasil otro subcampeonato estival, y mientras eso sucedía del otro lado de los mares de la civilización, yo miraba el televisor con esa cara idiota del que añora, acordándome de Orisel Martínez y Annia Portuondo, inclusive de Marcia Videaux, y preguntándome cuándo carajo fue el Big Bang que desapareció a los poderosos, venerables dinosaurios del deporte cubano.

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