París sin aguacero: El valiente alegrón de Erislandy Álvarez y los quilates de Wilfredo León

Monólogos de un Quedado Especial... desde La Habana. Este muchachito de Cienfuegos tiene casta de mambí y, como dirían en España, un par de huevos.

París sin aguacero: El valiente alegrón de Erislandy Álvarez y los quilates de Wilfredo León
Erislandy Álvarez salvó la honrilla del boxeo cubano en París 2024. Foto: Ariana Cubillos/AP.

Por Michel Contreras

El tipo ya le había ganado la final mundialista de Tashkent. Erislandy Álvarez quería la revancha, pero ahora el combate sería en la Galia (léase París) y allí Astérix (Sofiane Oumiha) estaba agigantado por la poción de Panorámix (el griterío delirante de la grada). Lo que pasa es que él iba decidido a trocar vaticinios en papel sanitario -que buena falta le hace a este país- y entendió que tocaba cargar al machete en lugar de perderse en las escaramuzas estériles de otros. Así que sacó el fierro y oh, ¡qué sensación!

En el primer asalto se pasó de generoso y regaló trompadas como caramelos en Día de Reyes. En el segundo Astérix se le paró bonito, pero él siguió rompiendo monte (zas, zas, zas) y se llegó al último tramo del combate con esa intensidad que tipifica las peleas en los dibujos animados. Seré asquerosamente honesto: el galo fue mejor en los finales. Sin embargo, Erislandy ya había sacado la ventaja necesaria para que levantaran su brazo victorioso, y cuando eso ocurrió miró hacia arriba, dio un mortal y ensayó unos pasillos de reparto… La verdad es que a priori, Oumiha parecía un poco lejos de su alcance. Sencilla y llanamente, superior. Pero el caso es que a Cuba le hacía una falta sin fondo esa medalla, y que “la desesperación ha ganado batallas muchas veces” (según estableció Voltaire, un parisino), y que este muchachito de Cienfuegos tiene casta de mambí y, como dirían en España, un par de huevos.

Nunca esquivó la balacera ni se guardó reservas con la cabeza puesta en el mañana. Pendenciero a tiempo completo, salió a dar y coger palos en cada metro cuadrado de la lona, al estilo de aquellos fajadores sin brújula que aderezaron la leyenda de la llamada Escuela Cubana de Boxeo: Douglas Rodríguez, Ángel Herrera, Armandito Martínez... A la postre, con la Galia rendida, se ganó a los que saben que el valor no se compra en la farmacia ni se aprende a recitar en la academia. Rara avis. Erislandy transpira una espontánea guapería que juega al toma y daca sobre el ring, para entusiasmo de esa fanaticada amante de la refriega impenitente, ajena a las coreografías fraternales de estos tiempos. Se tenía que decir: con este oro, el ligero welter cienfueguero ha ganado su ascenso a Coronel. En adelante se va a llamar Elpidio.

Me voy del ring, que Erislandy ya bajó con el oro y tiró su pasillito repartero. Soy feliz: me pasa siempre que los premios van a parar a los valientes. Cosa que no es tan habitual como debiera, porque mira que hay genuflexos bien recompensados… Pero en fin, que me acerco a los colchones de la lucha y veo salir a una joven pecosa con la plata. Sí, la plata. Una presea que nadie se esperaba. Yusneylis Guzmán entró en la historia por el mismísimo Arco de Triunfo, aunque vale aclarar que hubo mucho de buena fortuna en su conquista.

¿Y por qué? Pues resulta que la adversaria que la había batido fue descalificada a posteriori, dizque por la imposibilidad de hacer el peso. No obstante, sabrá Dios si hay algún gato encerrado en esa historia, porque a mí (tengo varios testigos) aquella india me lució sospechosa desde el primer momento. Es difícil explicarlo sin que me manden a la hoguera, pero vaya, en su rostro había menos de Indira Gandhi que de Rabindranath Tagore. Y ya no digo más: el que entendió, entendió.

Sigo mi recorrido. Veo colgarse un bronce al santiaguero Gabriel Rosillo, que peleó vanamente contra el monstruo de Armenia, Aleksanyan, para más tarde encaramarse al podio a costa de un uzbeco de apariencia anterior a la Edad Media. Continúo. Voy de un lado para otro en el París “de las mil puertas sin respuesta” (grande Lorca). Me pongo filosófico al pensar que el revés de Luis Orta ha derivado de esa justicia cósmica que denominan karma: la ironía dispuso que al habanero lo aplastara el hombre que hace poco derrotó mediante algo que unos llamaron trampa y otros, picardía.

Paso por los alrededores de la Eiffel y el corazón se me dispara con las canadienses del voleibol de playa. Que va y no son tan buenas, pero sí que lo están. Y demasiado. Sigo de largo. En el Estadio Olímpico me apenan los cubanos de la comitiva nacional y me alegran la vida los cubanos de la delegación migrante. Los primeros se muestran incapaces de alcanzar la barrera de 17 metros; en cambio, Pedro Pablo Pichardo y Jordan Díaz se postulan para hacer el 1-2.

 Wilfredo León, sencillamente espectacular. Foto: Piotr Sacewicz/Facebook

¿Me falta algo? Ah sí. Debo llegarme al voleibol. Juega Polonia, y el vilipendiado Wilfredo León está que corta. Tanto tira del carro que termina MVP en la eliminación del equipo de Estados Unidos. ¡26 puntos marca, y ya suma 94 en el torneo! Fabuloso. Tremendo este muchacho que, comentan, no debía haber jugado contra Cuba en la Liga de Naciones. Caballero, la de cosas que se dicen cuando el patrioterismo suplanta al patriotismo…

Pero bueno, es la opinión de cada cual, y aunque no se comparta, se respeta. Por mi parte, ya es tiempo de tomarme un café en “Les Deux Magots”. Aquí estuvo Jim Morrison, y creo que Oscar Wilde. Voy a pedirlo pronto, no sea que me dé por despertar. “Bonyú mecié, sil vu plé”…

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