París sin aguacero: El Titanic cubano en la tormenta olímpica

Monólogos de un quedado especial... desde La Habana. Hacen agua los botes de la vanguardia cubana y las esperanzas de medalla se van reduciendo al mínimo.

París sin aguacero: El Titanic cubano en la tormenta olímpica
Idalys Ortiz, guerrera de cien guerras, eliminada en su primera aparición sobre el tatami olímpico. Foto: Roberto Morejón.

Por Michel Contreras

Si algo puede salir mal, saldrá mal. Las Leyes de Murphy se ceban un día sí y otro también en la delegación olímpica cubana, que no gana para dolores de cabeza. Los reveses se agrupan en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes, y por ese camino el judo se fue en blanco por primera vez en más de 30 años, y el boxeo ha sufrido tres bajas de cinco posibles sin todavía garantizar a nadie en las finales. Hacen aguas los botes de vanguardia, por lo que nada se le puede reclamar al remo, el tiro o el ping-pong. La comitiva, hasta tanto se demuestre lo contrario, es un Titanic, y de alguna manera todos somos Jack Dawson con el agua llegándole a la oreja. Lamentamos aquí, rebuznamos allá, proferimos palabrotas Made in Empingolandia… ¿Cómo vas a perder por pasividad, compadre?

Y tú, estelar, ¿si sabías que andabas tan mal para qué fuiste? La Olimpiada es el escaparate del prestigio, y uno no va hasta allá para ponerse en el colimador de los disparos. Guerrera de cien guerras, Idalys Ortiz quedó a la sombra y Andy Granda hizo el último en la fila de los indiferentes. Y en el boxeo… por tu madre, ¡la de galletas que habría sonado Alcides! Julio César La Cruz no tiró golpes, Saidel Horta ignoró la orden de la esquina, Claro vagó sin rumbo ni energía por los minutos decisivos… Aunque todo sea dicho, el muchacho dio la cara y hasta firmó posiblemente el mejor round del torneo. Fue en el segundo asalto: el francés salió a comérselo y Claro reaccionó como gallito, de modo que se pararon zapatilla con zapatilla, cabeza con cabeza, y se dieron un celemín de palos en el fragor del tiroteo. Bravo. Bravísimo.

Sin embargo, la intensidad pasó factura y después el cubano ya no pudo responder los golpes del local. Se agotó, como también algo de eso dejó ver un Arlen López que, escaso de estamina, apeló al viejo recurso de impresionar en los instantes previos a la campanada. El bicampeón olímpico fue declarado vencedor, pero si hubieran levantado el brazo del rival tampoco habría sido un disparate. Resumiendo, que a la comitiva nacional le ha faltado ora vigor físico, ora anímico, con el caso excepcional de ese Erislandy Álvarez que, gane o pierda a la postre, ha sido el capitán de un barco en la tormenta. Él, y los dos morenos del voleibol de playa.

Poco más (¿ir de tiendas?) ha hecho una delegación que tal vez rompa el hielo hoy por intermedio de Leyanis Pérez, obligada a dar la nota en ausencia de la invencible venezolana Yulimar Rojas. La pinareña sabe que el oro le hace guiños, pero el oro, como el café, no llueve. Es preciso cosecharlo. Así, tiene que ir con la autoconfianza de Sha’Carri y oxigenar un fuego como el que consumió este viernes a los futbolistas de Argentina y Francia. Le hace falta llegar a la pistilla con la bronca interior de quien le debe cosas a sí mismo. Si no… Leyes de Murphy.

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