París sin aguacero: Cuba en su peor Olimpiada desde México’68

Monólogos de un Quedado Especial... desde La Habana. Para mí ese naufragio debía llegar dentro de cuatro años, en Los Ángeles 2028. Sin embargo, el desastre se adelantó.

París sin aguacero: Cuba en su peor Olimpiada desde México’68
Adiós, París. Foto: AFP.

Por Michel Contreras

Y bueno pues, llega la hora de recoger los bates. O sea, los bates no, porque en París dejaron fuera al béisbol para abrirle la puerta al break dance, lo que da la medida de cuánta sen$atez hay en el COI y alimenta la esperanza de que en un futuro no lejano el reguetón pueda tener concurso olímpico. ¿Se imagina a Bad Bunny mordiendo la medalla? ¡Qué momento!

Y es que las Olimpiadas se parecen a un batido de mamey con mucha azúcar. Algo que por naturaleza es especial, pero que lo han querido endulzar tanto que se torna empalagoso. Si Coubertin supiera… Ahora hay competencias de jueguitos con las olas, y hasta de subidera de paredes. Cosas de necesario aprendizaje para emigrantes clandestinos o ladrones cinco estrellas, pero que poco o nada tienen que ver con el deporte. El deporte es otra cosa. Tiene alma.

Hace un ratico, todavía con lagañas en los ojos, vi que Siffan Hassan ganaba el maratón y sentí un brinco en el pecho como si desde niño conociera a la holandesa. Que corrió los cinco mil y sacó un bronce. Corrió los diez mil y volvió a ser tercera. Entonces, con la perseverancia en carnavales, salió a correr 42 kilómetros y logró la medalla que quería. De eso se trata bajo los cinco aros: de exprimir las esencias de la condición humana.

¿No vio usted la final femenina de voleibol de playa? Brasileñas y canadienses se enzarzaron en una discusión acalorada, y de pronto empezaron a escucharse las notas de “Imagine”, ese himno. Fue increíble: mágicamente las aguas regresaron a su cauce, y el encuentro acabó del mejor modo. Poesía. La fiesta olímpica, que siempre puso fin a toda guerra, sigue ejerciendo el mismo silencioso magisterio, y el mundo es más feliz durante dos semanas incrustadas en cuatro enormes años. París ha sido hermosa. Me ha tocado seguirla viendo desde lejos (gracias Gaston Leroux, Patrick Süskind, Víctor Hugo…), pero me la he pasado a gusto. Tanto como un adolescente en un burdel. Gocé a full con la hazaña de Mijaín López, salté con Jordan Díaz, me sorprendí con Erislandy Álvarez, admiré el desparpajo del pistolero turco, me emocioné con Simone Biles reverenciando a una rival, lloré la despedida de un Kipchoge vencido por el tiempo.

El pronóstico de Cuba se me fue a bolina, sí, tal como le pasó al pronóstico de Sports Illustrated y al de cualquiera sin una bola de cristal. No era optimista ni disparatado calcular cuatro de oro, estoy seguro, pero sí resultaba imposible adivinar que la delegación iba a vivir su peor Olimpiada en 56 años, desde México’68. Para mí ese naufragio -y lo escribí- debía llegar dentro de cuatro años, en Los Ángeles 2028. Sin embargo, el desastre se adelantó y ahí estamos, coqueteando patéticamente con el puesto 32 de la clasificación, con nueve medallas: dos de oro, una de plata y seis de bronce. Ya lo sé, ya lo sé, la culpa es del bloqueo

El punto es que París nos dice adiós, y a la vuelta de la esquina se asoman las críticas veladas, el dossier de pretextos, la baba cuaternaria de la medalla de la dignidad… Ojalá este fracaso sea un punto de giro, aunque lo dudo: la verdad la sabremos a lo largo del venidero ciclo olímpico. Si Dios quiere, estaré vivo en los próximos Juegos y tendré lucidez para contarlos desde aquí, mi columna de Quedado Especial. Ha sido un gran placer. Mercí!

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