Teatro en Miami: Un león, una domadora y una balsa permanente
Esta es una de esas obras que nos dejan la sensación de haber presenciado algo inextricable pero encantador.
Con el otoño, como ya es costumbre, llegó el Miami Open Arts Fest, que organiza Artefactus Cultural Project cada año en esta ciudad y, como parte del festival, se presentó El León y la Domadora, del reconocido escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, con puesta en escena y dirección de Eddy Díaz Sousa. La producción de Artefactus Cultural Project se realizó en colaboración de la Fundación Cuatrogatos.
Una domadora escapa de su país en una endeble balsa, pero a la hora de partir no puede llevárselo todo y debe escoger qué llevará consigo. Esa elección está en el destino de cada emigrante, y sus implicaciones se colocan en el centro de El León y La Domadora, escrita por Rodríguez hace 25 años para Mapa Teatro y que se estrenó en 1998 en el Festival Internacional de Teatro de Bogotá, bajo la dirección de Heidi y Rolf Abderhalden.
Esta obra, que se remonta a la huida de miles de cubanos en frágiles embarcaciones en 1994, conserva su vigencia a pesar del tiempo transcurrido, y no la perderá mientras haya alguien en el mundo obligado a dejarlo todo atrás para huir del hambre, la inseguridad y un futuro incierto. Es por eso que, como siempre el autor ha señalado, empecinadamente, la acción transcurre “ahora”.
Entre el miedo y el desarraigo
Aunque al comienzo tenemos la impresión de que el tema será el miedo, o tal vez el desarraigo, en el transcurso se van mostrando argumentos muy diversos que no se destacan uno sobre otro para crear un entramado muy difícil de clasificar dentro del teatro dramático. La construcción del texto rompe los conceptos de unidad y propone una fábula fraccionada en la que se insertan una variedad de temas y lenguajes. Desde esta perspectiva el discurso dramático es concebido sólo como hilo conductor para ir más allá en la utilización de recursos, sobre todo de la narrativa, y así formar un complejo andamiaje de actos fragmentarios que no permiten una lectura lineal basada en el entendimiento racional de la obra.
Los episodios se nos muestran como un inmenso fresco y será tarea de los espectadores ejercitar su propio intelecto para apreciar cada uno de los elementos expuestos y armar con ellos la obra. De manera que, en este tipo de creación, se nos plantea también una reflexión sobre el propio teatro y la participación en él, no sólo del que emite la obra, sino también del que la recibe.
Lo escrito se ajusta milimétricamente a lo que necesita íaz Sousa para crear una puesta en escena muy personal a la vez que respetuosa de la letra original. El director nos tiene acostumbrados a puestas en escena limpias, relucientes si cabe el símil, además de ocuparse de la belleza plástica de sus trabajos. Esta obra le ofrece la posibilidad de crear imágenes hermosas a la vez que reveladoras de la multitud de ideas que habitan el texto.
La puesta en escena se apoya en la escenografía y otros objetos de utilería creados por el veteranísimo Carlos Artime, quien además de escenógrafo es un excelente artista plástico, un diseño de luces del que se ha encargado el propio director y el decisivo y pocas veces mencionado trabajo de Carlos Arteaga en la producción general, que se ocupa de convertir en realidad las ilusiones de todo el equipo artístico.
Un salto al vacío
La intrincada dramaturgia y la puesta en escena hacen que los actores se muevan en una clave de actuación más que de interpretación, y la intensidad intelectual y física que requiere lo convierten en un trabajo agotador para el elenco encabezado por Mabel Roch, quien encarna a una Domadora convencida de que lanzarse al mar es un salto al vacío pero que, aun con semejante riesgo, es la única salida. Este es un personaje difícil, que Mabel va tejiendo desde lo tremendamente fantástico, casi circense, hasta los cables que lanza para atarlo a la realidad de una mujer golpeada por el lugar y el momento en que le ha tocado vivir, y que deberá esconder sus propios miedos para que el equilibrio precario del entorno no los aniquile. Sólo alguien con su experiencia, además de calidad interpretativa, puede asumir un rol de esta magnitud.
Por las mismas razones, Juan David Ferrer comprende y traduce a este León para entregarnos un desempeño que, como la Domadora, irá varias veces de la fantasía a la humanidad en viajes de ida y vuelta. Actores ambos curtidos por la escena, con más de 30 años sobre las tablas, nos regalan un recital de buen hacer. La interpretación musical a cargo de la chelista Yamilé Pedro es un fino detalle, aunque el director pudo haberla involucrado como actriz en algunos pasajes de la trama. No obstante, con su instrumento Yamilé agrega encanto, además de sonido a la puesta.
No le crea a quien le diga al salir de la función que la obra le ha gustado mucho. Tampoco le crea a quien le diga que no le gustó. Esta es una de esas obras que nos dejan la sensación de haber presenciado algo inextricable pero encantador, y convencidos de que nos tomará mucho tiempo de reflexión descifrar todo lo que autor y director nos han querido comunicar con una simple fábula de un león y su domadora.
*La obra estuvo en cartelera desde el viernes 29 de septiembre hasta el domingo 1 de octubre como parte de la programación del Miami Open Arts Fest, y se espera tenga nuevas funciones en Miami, que serán informadas próximamente.