Teatro de Miami: Un parque, un ruso y una familia cubana
Para iniciar el otoño teatral de la ciudad, Arca Images y el Miami Dade County Auditorium se unieron en la presentación de Un parque en mi casa, obra del multipremiado teatrista cubanoamericano Nilo Cruz.
Por Jorge Carrigan
Una vez más hemos podido disfrutar de un autor, formado en Miami y que se ha convertido un importante dramaturgo en Estados Unidos. Para iniciar el otoño teatral de la ciudad, Arca Images y el Miami Dade County Auditorium se unieron en la presentación de Un parque en mi casa, obra del multipremiado teatrista cubanoamericano Nilo Cruz, bajo la dirección del propio autor y con Alexa Kuve al frente de la producción.
Han pasado varias semanas desde el estreno de esta puesta en escena, pero luego de pensarla una y otra vez he decidido abordarla, no sólo como una reseña crítica, sino como una exploración de lo que en mi opinión parece proponernos el autor.
En primer lugar, con esta obra Nilo Cruz da un giro de 180 grados a su producción dramática para ofrecernos una comedia satírica con la que se burla -y nos induce a burlarnos- de un momento crítico de la realidad cubana. El autor nos pone frente al peligro de profesar una religión, los intentos fallidos por llevar a cabo un proyecto personal, la represión de cualquier manifestación artística fuera de los intereses de la “revolución”, la clandestinidad de la carne de cerdo, o de cualquier otro alimento que no haya sido entregado por el gobierno y las razones por las que en esos años muchos cubanos expresaban su desmedido amor por la Unión Soviética.
Aunque a primera vista podemos notar inexactitudes históricas, si lo miramos desde otra perspectiva puede interpretarse como una alteración intencional de los hechos y su cronología para armar un retrato de las fuerzas que se movían en Cuba a lo largo de la década del 60. La fe de unos, la decepción de otros, la represión, las cercanías y alejamientos con la Unión Soviética y los intentos por conseguir la soberanía económica en la Cuba de 1970, con la frustración de la zafra de los Diez Millones. La caída de las certidumbres, el inicio del desengaño y los esfuerzos de los soviéticos por mantener su presencia en la isla. Con esos ingredientes en su obra, Nilo nos relata cómo vive ese momento histórico una familia cubana puertas adentro.
La llegada a Cuba -y a la casa- de Dimitri, un científico soviético, sirve de catalizador de las actitudes de los miembros de la familia, y cada uno supone de qué manera la “estancia del ruso”, que en realidad viene de la república centroasiática de Kazajistán, les traerá beneficios.
El elenco está encabezado por Grettel Trujillo, que con su Ofelina nos ofrece una clase magistral de interpretación. Es la típica madre de familia del teatro cubano, que no entiende de política y su propósito, como el ama de casa que es, se centra en resolver lo necesario para que la casa funcione, más allá de los gustos y las ideologías, sin espacio para suponer lo bueno o quejarse de lo malo,
Las esperanzas de Hilario, arquitecto y padre de familia, interpretado por el experimentado Carlos Acosta Milián, se basan en la aprobación por el gobierno del diseño de un parque, que las buenas relaciones con la URSS podrían ayudar a construirlo. La contradicción en la que trata de desenvolverse este personaje está relacionada con su intención de beneficiar al pueblo desde la iniciativa individual, en un medio en el que se ha decidido que el único benefactor sea el máximo líder.
Un sobrino de la familia, identificado como Fifo, es fotógrafo y tras la censura de una exposición de imágenes que critican al régimen, es obligado a irse a los cañaverales donde se produce el azúcar para la tan publicitada zafra y se convierte en el toque trágico de la pieza.
Pilar, la joven sobrina, ama la Unión Soviética a partir de la propaganda diseminada por el gobierno cubano, y con su amor por Dimitri trueca lo político en romántico en un personaje encarnado con sencillez y encanto por Claudia Tomás.
Su hermano Camilo es un muchacho que ha quedado mudo, tal vez para evitar ser reprimido por hablar, y es inducido a entrar en el catolicismo, por lo cual, aunque no hable lo podrían reprimir. Un trabajo intenso y que hace mover nuestras emociones por el novel Ricky Saavedra.
Por último, Dimitri, interpretado por Guillermo Cabré, sin proponérselo es responsable de poner patas arriba los sueños y deseos de esta familia, y de Cuba, que guardaba la cándida ilusión de que se produjera el milagro del desarrollo con la ayuda de los “rusos”.
El autor y director se apoya en un amplio equipo técnico, en la escenografía, siempre hermosa de Novarte, y nos lleva a una casa que guarda aún en su arquitectura el encanto del recinto familiar cubano. Sin embargo, la obra se enmarca en un momento en el que todo se derrumba. El vestuario de Gema Valdés y el diseño de luces de Richard Rodríguez contribuyen a redondear una puesta en escena que no deja espacio a errores o imperfecciones mayores.
Como toda buena pieza teatral, percibo que Un parque en mi casa esconde aún muchos secretos que a nosotros, espectadores al fin, nos tocará descubrir.