María Elena Llana, el persistente ejercicio de contar
La escritora cubana, de 87 años, fue reconocida este martes con el Premio Nacional de Literatura 2023.
Por Wilfredo Cancio Isla
La jornada de este martes postnavideño está marcada por una noticia que comporta a la vez un reconocimiento merecidísimo y un acto pleno de justicia: el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura 2023 a la escritora y periodista cubana María Elena Llana.
Mujer de recia personalidad, narradora que ha establecido un magisterio en el cuento y el relato breve, dueña de poderosa sagacidad estilística para adentrarnos en la órbita de la imaginación literaria, María Elena se merecía este galardón desde hace mucho tiempo. Estamos ante una de las más notables cuentistas cubanas contemporáneas y una figura intelectual de primer orden, con el añadido de acumular una carrera periodística de excelencia y probado profesionalismo, algo que suena a rareza en el periodismo cubano de nuestros días.
La distinción de MELL -como muchos la identifican por su firma al pie de crónicas y despachos noticiosos- me llena de orgullo y satisfacción, porque la premiada es mi amiga desde hace más de 40 años, sin que la distancia haya podido erosionar nuestros afectos permanentes.
María Elena nació en Cienfuegos el 17 de enero de 1936. Realizó estudios inconclusos de Pintura en la Academia de San Alejandro, en La Habana, y se tituló como periodista en la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling”, en la graduación de 1958.
El periodismo y la literatura han ido de la mano en su carrera, y ambos se han beneficiado de esa relación de vasos comunicantes. Fue una estelar adaptadora de clásicos literarios para el espacio de la novela en Radio Progreso y escritora de programas con el seudónimo de Mariel. Se desempeñó como reportera, corresponsal internacional, editora de revistas…Tiene un excelente poemario de juventud titulado Así era, que nunca logró publicar.
Por esas cosas inextricables del destino, hace poco más de un mes reanudamos entre ambos una comunicación que había estado interrumpida por largo tiempo Y fue una charla intensa y llena de emociones, como si volviéramos a los días lejanos de la revista Cuba Internacional, en la casona de la calle Reina, donde tuve el privilegio de ser asignado para realizar una práctica profesional bajo su tutoría, en 1981.
Con María Elena no hay medias tintas. Si estás en sintonía con ella y te ganas su estimación con trabajo y juego limpio (Dulce María Loynaz nos recuerda que estimar es un sentimiento más portentoso que querer), pues los latidos de la amistad pueden ser duraderos. Pero si desentonas por cualquier razón, será mejor que te despidas cordialmente, porque es de esas personas que no se andan por las ramas para decirte a la cara lo que piensa. Y no quieras ver de lo que es capaz en un momento de incomodidad extrema.
No creo necesario ratificar que pasé la prueba y desde entonces María Elena fue inspiración y cátedra, siempre con la dosis de sensatez y alegría suficientes que atesoran las amistades genuinas.
“Estoy muy satisfecha, porque me ha llamado mucha gente para dejarme saber su felicidad por la noticia del premio y porque piensan que se ha hecho justicia literaria, y ese es un regalo inmenso”, me dijo María Elena cuando conversamos telefónicamente esta tarde.
Es la duodécima escritora cubana que recibe el Premio Nacional de Literatura desde que la distinción fue instituida por el Ministerio de Cultura de Cuba en 1983.
Tal vez, María Elena no sea tan conocida y promocionada entre sus compatriotas como su obra amerita. Creadora de un mundo personalísimo de misterio y fascinación, con personajes alucinantes que nos hablan a veces desde las sombras, MELL es una voz sui generis en el panorama literario cubano. No se dejó arrastrar por modas, ni por imposiciones estéticas de ciertas épocas olvidables, y recreó historias en su peculiar forma de hacer, con sutilezas, con juegos irónicos, siempre con una elegancia que parece sacada de otra época.
Su obra es extensa. Se dio a conocer como narradora con La reja (1965), editado por las Ediciones R, y desde entonces dejó huella como hacedora de una literatura femenina que desbordaba expresividad sin acomodarse a filiaciones ni a tendencias. Hubo luego un impasse editorial prolongado hasta 1983, fecha clave en su trayectoria creativa con la aparición de Casas del Vedado, un libro de madurez que ganó el Premio de la Crítica al siguiente año.
Casas del Vedado fue una eclosión de emociones y sortilegios en un espacio interior que puede parecer enclaustramiento, pero que resulta, en esencia, una soberbia representación de lo fantástico y lo esotérico en un pasadizo crucial de la existencia. Invito a revisitar estos 11 cuentos exquisitos, que hoy nos parecen un mapa prístino de nuestra desolación y dejadez. Un clásico que el tiempo se ha encargado de incrustar en la cartografía literaria de la nación.
Después siguieron Castillos de Naipes (1998), Ronda en el Malecón (2004), Apenas murmullos (2004), Casi todo (2006), En el Limbo (2009), Sueños, sustos y sorpresas (2011), Desde Marte hasta el parque (2014) y El cristal con que se mira (2016), entre otros títulos que le otorgaron un sitial de trascendencia en las letras cubanas.
Junto a su aporte estético y literario, quiero destacar en esta hora de celebración otras cualidades que han engrandecido también su magisterio: su capacidad para estimular y abrir oportunidades para los talentos jóvenes, su humor filoso y demoledor, y su visión de los acontecimientos cotidianos desde la certidumbre que otorga una profunda cultura.
Para mí ha sido una experiencia enriquecedora compartir coberturas periodísticas con MELL, no solo por el aprendizaje que significaba, sino porque podían resultar tremendamente divertidas. Las anécdotas y ocurrencias satíricas de María Elena valdrían para un libro de perpetua carcajada. Su capacidad de observación hasta el detalle más aparentemente insignificante, su habilidad para redactar contra la hora del cierre y la limpieza del lenguaje informativo, la señalaron como una cronista excepcional. Su entrevista al pintor Wifredo Lam (1902-1982) queda como una pieza emblemática del género.
El Premio Nacional de Literatura no podía tener mejor destinatario que esta mujer que, al filo de los 88 años, no se ha cansado aún de trabajar, imaginar y fundar. Y de animar a sus amigos.