Madonna, la gira del milagro

The Celebration Tour revisita no solo sus mayores éxitos, sino que los recicla en función de lo que tal vez ahora más le importe: legarnos una idea de su propia biografía.

Madonna, la gira del milagro
Escena de The Celebration Tour en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México. Foto: Norge Espinosa.

Por Norge Espinosa Mendoza

El Palacio de los Deportes de Ciudad de México se llenó este 24 de abril hasta la casi máxima capacidad que puede permitirse: unos 15 mil espectadores que acudieron a aplaudir y a ver, como quien presencia una suerte de revelación, a la Reina del Pop. Con la edad y el porte de una veterana que ya viene de vuelta en tantos sentidos, una sobreviviente que ha visto pasar a grandes figuras que solían dominar espacios tan amplios como éste, y que ahora se reconoce casi solitaria en esa dimensión, Madonna está festejando los 40 años de su carrera como estrella musical. Y lo hace con The Celebration Tour, gira mundial que revisita no solo sus mayores éxitos, sino que los recicla en función de lo que tal vez ahora más le importe: legarnos una idea de su propia biografía.

La Gira de la Celebración es más bien una gira de autoelogio, una galería de espejos en la cual Madonna se mira para confirmarnos cuán adelantada siempre estuvo en ciertos temas, y cómo se le ha ido endureciendo la piel para combatir insultos, críticas y rechazos desde aquella vez en la que llegó a Nueva York desde Michigan con solo $35 dólares en el bolsillo. El resto es leyenda, convertido acá más bien en un cuento de hadas: la ascensión gloriosa de una Cenicienta del Pop que pasó de no ser admitida en la entrada de ciertos clubes a regalarnos ahora una pasarela en la cual sus bailarinas y bailarines desfilan con los atuendos de sus mil y una encarnaciones.

La Gira de la Celebración es la gira del milagro: los prodigios de una diosa que, desde su propio cielo, Madonna, madre de todos, como se identifica durante el concierto de más de dos horas, nos ha brindado para que nos inclinemos ante ella, más allá de las bromas, los criterios sobre la edad y sus discos más recientes, la edad que ya tiene, y tantos desafíos que ella convierte en la alfombra que pisa.

Concebida en tres actos, con un prólogo en el que Bob The Drag Queen sirve de maestro de ceremonias vestido a la manera en que Madonna interpretó Vogue “alla Maria Antoniette”, es la primera gira que su protagonista emplea como repaso de sus triunfos y no como maniobra promocional de un nuevo álbum. La última vez que se fue por el mundo con su equipo de bailarinas y bailarines (los de esta vez son, como siempre, magníficos), músicos, técnicos, guardaespaldas, asistentes, etcétera; fue para dar visibilidad a Madame X, en teatros más pequeños, y no puede decirse que ni el disco ni la gira estuvieran a la altura de lo que de ella se espera.

Concierto The Celebration Tour en Ciudad de México. Foto: NEM.

Por eso, The Celebration Tour está pensado como un megaespectáculo que al tiempo que la protege (ya no baila con tanto brío, acaba de pasar por una unidad de cuidados intensivos, canta en directo mucho menos), se empeña en devolverla a ese escaño que nos deje reconocerla en su expresión más triunfante. Vuela sobre nosotros, mientras entona “Live to Tell”, entre pantallas que muestran los rostros de víctimas del SIDA, o cuando los haces frenéticos la envuelven durante su versión de “Ray of Light”: dos de los mejores momentos de la velada.

Concierto The Celebration Tour en Ciudad de México. Foto: NEM.

Como una diva de ópera que se acerca al final de su trayectoria, Madonna ha sabido coordinar con los creadores del espectáculo cómo se le ve, se le oye, se le refleja en esas otras pantallas a fin de aparentar que no la vence el agotamiento, ni las demandas físicas de toda la representación. Y lo consigue, a ratos evocando a una Mae West rodeada de boxeadores, jugando a ser juez de un concurso de voguing, o enlazándose a sus bailarinas en topless que la acompañan en una exuberante reinvención de Hung Up. El escenario, la distancia que implica ante los espectadores, también la protege, y la cámara que la persigue para captar de inmediato su imagen en esos otros enormes espejos que son las pantallas, la muestra casi siempre en planos medios o amplios. El espectáculo (Lewis James y Jammie King entre algunos de sus creadores) la arropa, crea una aureola a través de la cual la distinguimos, como si aún cuando nos hable aquí y allá de algunos momentos de su larga vida en escena, se empecinara en que la reconozcamos como una mujer, definitivamente, sin edad.

Ella más que una cantante o una actriz, es una performer. Lo que vale es su presencia y lo que ella subraya en términos de icono y referentes. También están sus causas, de ahí el momento que nos recuerda al SIDA, a las fuerzas de lo femenino, las batallas políticas de ayer y de hoy que nos ha comentado, como si necesitara ajustar sus vivencias a lo que una agenda woke hoy proyecta. Lo irónico, claro, es que no pocas veces Madonna pagó varios platos rotos al atreverse con esos temas cuando aún no eran políticamente correctos. Parte de su triunfo es ese, y ello además le evita explicarse acerca de por qué no se acompaña esta vez por músicos en vivo, prefiriendo una banda sonora que suena muy pregrabada, y que interrumpe acá y allá para que sus hijos aparezcan tocando algunos instrumentos o ella misma, guitarra en mano, haga palidecer esa ilusión de factoría perfecta que ha construido alrededor de sí misma.

Con un apoyo de tramoya y luces impresionante, un vestuario que se pone al servicio de este repaso de cuatro décadas, y una relación puntual con las pantallas que suben y bajan creando muros y paisajes a su alrededor, amén del aro metálico, el cubo de luz y el carrusel que aparecen aquí y allá, The Celebration Tour es un alarde de tecnología en función de una sobredosis de Madonnamanía, y el público fiel a ella lo agradece. También agradece que en el playlist no aparezcan demasiados temas de los discos de la última etapa, privilegiando los éxitos de cuando ella dominaba las listas en las que hoy Beyoncé, Taylor Swift, reguetoneros y otras figuras de paso efímero parecen reinar. Como una nota personal, también interpreta temas que una relación exclusiva de números-1 eludiría. De ahí que nos devuelva “Bad Girl” o “Father and Mother”, por ejemplo, acaso como recordatorios de que ella, más que complacernos, canta y hace lo que su biografía le permite como derecho ganado a golpe de calle y escenario.

The Celebration Tour, en su amplia iconografía, nos dice que Madonna ya forma parte de un canon de señales y legados al que ella admiró y donde se ha hecho, quiérase o no admitirlo, de su cuarto propio. Tamara de Lempicka, Eva Duarte, Frida Kahlo, Freddie Mercury, Keith Harring, Nina Simone, David Bowie, James Baldwin, Marlon Brando, Eva Perón -y hasta Ernesto Guevara- aparecen en esas pantallas. Y también es el momento de pretender una reconciliación, como la que sugiere el rostro de Sinead O´Connor entre ellos, y el homenaje en siluetas y baile, mezclando “Billie Jean” y “Like a Virgin”, a Michael Jackson. La bandera gay, la androginia, el travestismo, el reclamo político en tantos sentidos, el “No Fear”, que el espectáculo proyecta, son golpes intencionados entre el sonido que remezcla un éxito tras otro: un repaso frenético y acelerado de estas cuatro últimas décadas, a las cuales ella ha aportado un soundtrack no solo de rimas, baile y canciones, sino también algunos manifiestos. El de ser ella misma, por encima de todo, “all free and unapologetic”: un símbolo de una época que de cuando en cuando necesita desahogar sus utopías bajo el resplandor infinito de una bola de discoteca, en la pista de baile.

Para el adolescente que la descubrió tratando de repetir los pasos de Marilyn Monroe en el video de Material Girl, este concierto de anoche era una cita pendiente. Estar ahí fue una promesa que cumplí, no solo con ella sino con aquel muchacho cubano que yo era a mediados de los 80, y que le agradece aún haber salido de algunos cuantos closets con solo elegir una de sus canciones de por aquellas fechas. También ha sido un ejercicio crítico, que agradezco tras haberlo vivido en primera persona, y de su propia voz.

“You can call me mother, or you can call me motherf*cker”, ha dicho en estos conciertos a sus fanáticos. Si la gran revelación en su existencia le llegó tras haber sido madre, como asegura, sus hijos están ahí para abrazarla, juzgarla y aplaudirla como se hace con quien nos trajo al mundo, incluso cuando ya su cuerpo no sea el mismo del día del alumbramiento, ni las canciones suene igual. No pude llegar a tiempo para ver un concierto de Michael Jackson, David Bowie o Prince (ausente en este cúmulo de homenajes, pese a lo que le debe a él ese disco que es Like a Prayer). Madonna, que los despidió a todos, nos saludó anoche en el Palacio de los Deportes de Ciudad de México. Le queda aún otro concierto aquí, y el grandioso cierre que tendrá la gira en Rio de Janeiro, con un concierto gratis que, como éste, añadirá al turismo ganancias considerables. Oiré el rumor de ese concierto como quien sabe que ya cumplió la deuda, la promesa. Y con la seguridad de que, en otros momentos de mi vida venidera, su música o sus videos (lo más rotundo que acaso nos haya legado artísticamente), me seguirá acompañando.

Vendedor ambulante a las afueras del Palacio de los Deportes. Foto: NEM.

A la salida del concierto, los vendedores de mercancías seguían haciendo su zafra. El nombre de Madonna aparecía en playeras, vasos, jabas, pines, lo imaginable y lo inimaginable. Una vendedora humilde había levantado en su esquina un cartel para promocionar sus snacks. “Ricas Papas Madonna”, se leía en ese pedazo de cartón. Y pensé que también ese era el efecto de esta (Self) Celebration Tour, un festejo en dimensiones de orgasmo colectivo que amén de las portadas de los discos, los pósters,, las camisetas, nos confirme de qué extraña forma, si se ha llegado a un cierto nivel de mitificación, puede aparecer hasta de las formas más imposibles ante nosotras y nosotros eso que alguna vez hemos querido, amado y criticado.

Como Madonna, yo también he esperado 40 años para esta noche y este encuentro. Y a pesar de lo que afirma en términos de adiós definitivo, no sé, algo me dice que en unos pocos años volverá a convocarnos para la inevitable Farewell Tour. Como una diosa que sabe que, si no aparece de vez en vez, su culto, su mito, su leyenda, tal vez acabe disolviéndose en la desmemoria que parece ser el primer síntoma del fin seguro de este mundo.

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