Carlos Victoria, siempre entre nosotros
Este 12 de octubre se cumplieron 17 años de la muerte de uno de los más extraordinarios escritores cubanos contemporáneos, desaparecido en plena madurez creativa: Carlos Victoria.
Una partida demasiado temprana y vertiginosa. Demasiado cruda para poder asimiliarla.
Carlitos -como todos los cercanos amigos y colegas le llamábamos- fue también un amigo excepcional y un compañero insustituible de faenas periodísticas. Fue el mejor de los editores de mesa de El Nuevo Herald, y constituía un verdadero privilegio tenerlo hasta altas horas de la noche, vigilante y obsesionado con la perfección. Creo que quienes compartimos esas jornadas con él, aún no nos resignamos a haberlo perdido tan pronto.
Tendría centenares de anécdotas y referencias para recordar a Carlitos en este doloroso aniversario de su partida. Me tocó hacer su obituario en el Herald, y recuerdo ese momento como una de las más desgarradoras experiencias que he atravesado por mis ya casi 50 años en la profesión, esta profesión que está herida de muerte, con cuestionables caminos de sobrevivencia, pero que sigo amando como se ama a las pertenencias esenciales durante el extravío.
Carlitos está más presente en mi vida que lo que yo mismo pudiera pensar.
Hace unos días recordando con un amigo un aparatoso incidente de nuestra historia reciente, ocurrido en Santa Clara en octubre de 2004, reímos a carcajadas cuando le conté que estando Carlitos en su tradicional guardia de cierre, me llamó a casa para consultarme el título que creía debíamos poner en la 1A del Herald. Mi respuesta fue: “Pon ese mismo que has pensado. Ese ha sido el anhelo de nuestros lectores durante décadas y va a ser una oportunidad única de resarcir causas pendientes con una verdad palpable: Se cayó Fidel”.
Este 12 de octubre sucedió algo que tengo que atribuir necesariamente a los buenos designios de Carlos, desde dondequiera que esté. Estuve meses sin conversar con un querido amigo, que lo era también de Carlitos de manera entrañable. Estábamos distantes e incomunicados por esos tropiezos inevitables que a veces interponen la vida y los azares. Y entonces sucedió el milagro de una comunicación restauradora por casi dos horas. Quiero y tengo que pensar que detrás de este reencuentro están los buenos oficios de Carlos Victoria.
Para muchos que desconocen la obra y la trayectoria de Carlos Victoria, merece recordarse que nació en Camagüey, en 1950, y que siendo prácticamente un adolescente ganó el premio de cuentos auspiciado por la revista El Caimán Barbudo. En 1971 fue expulsado de la Universidad de La Habana, donde estudiaba Lengua y Literatura Inglesas, por “diversionismo ideológico”. En 1978 fue arrestado por la Seguridad del Estado cubana y todos sus manuscritos fueron confiscados. Salió de Cuba con su madre en el verano de 1980 durante el éxodo del Mariel. Nunca pudo olvidar la imagen de la salida, con personas escupiéndoles.
Fue uno de los fundadores de la revista Mariel, en 1983. Como el jesuita de la literatura que fue, todos sus empeños estuvieron dedicados a crear ficciones escritas y cuidar a su madre. Dejó una valiosa obra en cuento y novela, entre las que prefiero destacar un título imprescindible: La travesía secreta (1994).
Esta entrevista que fue rescatada años atrás por Café Fuerte y que reproducimos aquí como un recordatorio de nuestra memoria, es una espléndida semblanza de Carlos Victoria, inmenso, sensible, ninguneado y estropeado por el oficialismo cubano, pero cada vez más imborrable. Cada vez más cubano y presente.
El texto completo de la entrevista publicada en 2014, puede leerse AQUÍ