Antonio Gasalla, un genio de bondad

Tuvo siempre una mano tendida para todos los cubanos y cubanas que transitaban por Argentina y necesitaban ese primer aliento que es el empujón necesario para poder iniciar una vida diferente en libertad y plenitud.

Antonio Gasalla, un genio de bondad
Osvaldo Fructuoso Rodríguez (izq.) junto a Antonio Gasalla en la escalinata del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Foto: Cortesía OFR.

Por Osvaldo Fructuoso Rodríguez

Hace algunos años llegué a Buenos Aires. Antonio Gasalla (1941-2025) me esperaba en Ezeiza. Me había marchado de mi país de forma definitiva. Nos habíamos conocido en La Habana un tiempo atrás, entablamos una duradera y gran hermandad, y -entre miedos y ansiedades propios de la partida- conocí la inmensidad de esa ciudad llena de libros, cúpulas y teatros, de espléndidos restaurantes e increíbles fiestas

Buenos Aires me atrapó como me atraparon los argentinos amigueros que suelen querer entre fragilidades e intelecto. Son esos amigos que me han acompañado hasta hoy.

Fue mi primera ciudad fuera de La Habana y de mi país. Gracias a Gasalla pude sobrevivir verano e invierno. Su generosidad infinita me llevó a acompañarlo a Uruguay y Chile mientras él realizaba sus presentaciones. Así fui penetrando ese misterioso mundo del Sur, que como dijera Benedetti y reafirmara Serrat, “también existe”, redescubierto con la visión adelantada de Subiela en su Hombre mirando al sudeste.

Llegar al Chile de Pinochet y visitar la casa de Neruda en Isla Negra fue uno de los privilegios que Antonio me regaló.

Al cabo del tiempo no sé si fue el amor, las ganas o los miedos lo que me hizo cerrar mi piso en Buenos Aires y mudarme a Madrid en pleno verano, con ese seco calor que hasta las hojas se estrujan. Antonio no dejó de llamarme y preocuparse por mí, prohibirme la tristeza y hacerme reír cada vez que conversábamos. Y conocí finalmente la Alhambra gracias a su astucia y simpatía.

En Nueva York, con Antonio Gasalla. Foto Cortesía OFR.

Un día desperté y decidí que Estados Unidos sería mi próximo destino. Mi amigo se disgustó muchísimo por mi decisión, pero no había marcha atrás. Un 10 de enero, bajo un frío atroz, llegué a Manhattan.

Mi vida daría un vuelco absoluto, pero mi amigo no cambió, y continuamos el contacto.

Pasó el tiempo y un poquito después, Antonio apareció como por arte de magia en Miami. Hicimos juntos programas de televisión y en un abrir y cerrar de ojos se nos ocurrió aterrizar en Manhattan por un puñado de días. Recapitulamos en pasado y nos invadimos de musicales, museos, planetario y cuantas cosas se nos ocurrió.

Siempre estuvimos hablando y mucho hasta que llegó la hora de su retiro, tras la última presentación en Mar del Plata, cuando su salud mental comenzó a descarrilarse.

Mi testimonio pudiera parecer egoísta, pero el hecho es que Antonio era un hombre dotado de una profunda bondad, que le brotaba tan espontánea como su humor cáustico y desternillante. Tuvo siempre una mano tendida para todos los cubanos y cubanas que transitaban por Argentina y necesitaban ese primer aliento que es el empujón necesario para poder iniciar una vida diferente en libertad y plenitud. Archivó también una valiosa colección de pintura cubana, entre los que figuraban Portocarrero, Servando Cabrera Moreno, Mirta Serra, Alejandro Montesinos, Iraola…

Para Antonio Gasalla, el agradecimiento por su generosidad invaluable y su poder para hacernos reír. Por siempre.

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