Por el camino de San Lázaro

El 17 de diciembre no es solo el peregrinaje al santuario. San Lázaro es el alma de la efeméride y los peregrinos la sustancia, pero el entorno es un universo variopinto de difícil descripción.

Por el camino de San Lázaro
El Rincón de San Lázaro en la periferia de La Habana. Foto: Archivo CF.

Por José Antonio Michelena

Hoy es el día de San Lázaro. Millares de personas van a la iglesia de El Rincón, al sur de La Habana, para cumplir promesa al santo milagroso, para rezar, para orar y pedir por su salud, por su familia, y por la salud de la nación. Hoy es un día inmenso para los cubanos.

Hace 20 años, recorrí el último tramo del camino de los peregrinos junto a ellos, y me sumergí en esa zona de mi país. En el trayecto obtuve testimonios y vivencias que compartí en esa ocasión en el reportaje “Pagadores de promesas en la ruta de Lázaro”, publicado en 2004.

En aquella marcha conocí a Javier, un joven veinteañero que hacía el recorrido por quinta ocasión. En 2000, su esposa tuvo un parto muy complicado y los médicos dijeron que el niño tenía pocas posibilidades de vivir. Entonces él le formuló una petición a San Lázaro: si su hijo se salvaba, recorrería, todos los diecisiete de diciembre de su vida, a pie y descalzo, vestido con tela de saco, la ruta que va desde el parque de La Fraternidad, en el centro de La Habana, hasta la iglesia de El Rincón, una caminata de cuatro horas.

Entre las decenas de miles de fieles que se trasladaban hacia El Rincón, el mayor por ciento viajaba en ómnibus hasta Santiago de las Vegas –si podían llegar hasta allí– y después emprendían la caminata hasta el santuario. Pero una cantidad menor –aunque no pequeña– hacía la ruta caminando desde puntos lejanos. Otros, elegían traslados cuyo sacrificio recuerda el Vía Crucis de Jesús.

Entrada de fieles a El Rincón de San Lázaro en La Habana. Foto: JA Michelena.

En mi trayecto en 2004 conocí a Felipe, quien salió del pueblo de Regla arrastrando una piedra, cinco días antes; también vi a Francisco, un anciano que avanzaba dando vueltas sobre su cuerpo; y a Ernesto, quien viajaba en tren desde Güines hasta el apeadero de El Rincón, y una vez allí, continuaba a rastras hasta la parroquia.

Carlos era un joven que llevaba 15 años transitando la ruta. A los siete comenzó a hacerlo con su abuela, y en 2001, por un accidente, estuvo a punto de perder un pie. Aunque lo operó un eminente cirujano, él hizo una petición al santo. Su sacrificio consistía en caminar por la línea del tren, desde el pueblo de Cojímar, en la costa norte habanera –una distancia enorme–, hasta El Rincón. El tramo final lo hacía a rastras.

En el santuario me encontré con dos amigas: Elina, profesora universitaria de 45 años, que caminó con su hija adolescente desde La Víbora, y María Isabel, de similar edad y profesión, quien viajó desde Guanabacoa para cumplirle a Lázaro. Esta última me dijo que había aprendido más de su país ese día que en diez posgrados de sociología.

Porque el 17 de diciembre no es solo el peregrinaje de los cubanos al santuario, en La Habana o en Miami. La comunidad cubana en el sur de Florida también se moviliza para rendir fervoroso tributo al santo, con peregrinaciones por las callesde Hialeah, donde se ubica el templo. Es un momento de confluencias simétricas de nuestro sincretismo religioso.

Un tiempo atrás, cuando usted se bajaba de la guagua y emprendía la marcha hacia la parroquia, junto a la tupida masa humana que cubría todo el ancho de la vía, podía observar ventas de todo tipo: comestibles, jugos, refrescos y bebidas alcohólicas; velas de varios colores; imágenes de San Lázaro, La Caridad del Cobre, Santa Bárbara, casi siempre en yeso; relicarios, sombreros de guano, tabacos, cocos, y mil mercaderías más a todo lo largo del camino, ya fuera en casetas, en mesas improvisadas, o simplemente en manos de los vendedores.

Casi toda la mercancía era ofrecida por los particulares, sin intervención del estado. En el pueblo de El Rincón se veía el mismo cuadro. Algunas casas ofrecían baños para necesidades urgentes. ¿Cuánto habrá cambiado todo ese panorama hoy, ¿cuánta de esa mercadería se podrá ofrecer y a qué precio?

Una vez dentro de la iglesia, las ofrendas, las oraciones, los rezos, los cantos, las vibraciones que emanan del lugar, tienden un manto de espiritualidad que viaja hacia el interior de cada persona. Así lo he sentido en mis sucesivas visitas al santuario.

Hace una buena cantidad de tiempo, un poeta me dijo que en esa vía, en el tránsito hacia el santuario, se vive una experiencia única, porque allí se acumula el dolor y el deseo de la nación, y que cuando él penetraba en la iglesia, podía sentir esa acumulación de dolor.

Hoy miles de personas estarán en la ruta hacia el Santuario Nacional de San Lázaro, porque 2024 ha sido otro año de mucho dolor, de mucho sufrimiento, y ese peregrinaje es un ejercicio sanador. Mentalmente me traslado hasta ese sitio, me planto frente al altar mayor, y recuerdo que hace veinte años una hermana de la Caridad nos invitó a cantar, a rezar el Padre Nuestro, a pedir por la paz y la unión de las familias; y nos tomamos de las manos hombres y mujeres; el blanco, el negro, el mulato; el devoto de los santos católicos y el que adora a los orichas, todos mezclados, para pedir por nosotros y por la nación cubana. Y digo ahora como entonces: San Lázaro milagroso protégenos, ampáranos. Sálvanos.

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