Cuba: La locura y la villanía

No es posible sostener que una supuesta “gloria vivida” en el pasado sea motivo para mantener la desgracia devoradora del presente cubano.

Cuba: La locura y la villanía
Fidel Castro durante una presentación ante la prensa en 1959. Foto: Archivo del Consejo de Estado.

Por Orlando Márquez*

Seguramente la cordialidad y el trato acogedor de su anfitrión, el Cardenal Jaime Ortega, y el ambiente íntimo y de confianza percibido en la oficina, ubicada en la misma esquina de la planta principal del palacio arzobispal de La Habana, contribuyeron a liberar al visitante de su carga.

En fin, que el ya veterano capitán del ejército rebelde Antonio Núñez Jiménez, viejo compañero de luchas y de tareas revolucionarias ordenadas por Fidel Castro, más conocido como geólogo, arqueólogo y espeleólogo, había ido a mediados de la última década del pasado siglo a saludar al nuevo cardenal de Cuba y, creo, regalarle uno de sus libros. Pero en el contexto que vivíamos era forzado el tema de las carencias, la “Opción Cero”, el “Periodo Especial” y el “destino histórico de la revolución cubana”, según lo entendía el Comandante en Jefe.

Antonio Núñez Jiménez habló de esto, y de la tozudez del Comandante para hacer las reformas que necesitaba el socialismo cubano. Fue el propio Cardenal Ortega quien me contó la parte que le pareció debía conocer de la entrevista, cuando le preguntó al educado capitán si no se le podía hablar a Fidel Castro así, como Núñez le hablaba a él, o si no podía alguien decirle esas mismas cosas. Pero la respuesta en tono de pregunta de su interlocutor le reveló -y a mí después- el ambiente de terror existente en el inner circle de Fidel Castro: “Y ¿quién le dice a un loco que está loco?”

Niña pionera. Foto: Cubadebate.

Años atrás, yo había tenido la oportunidad de conocer al doctor Jorge Abdo Canasí, un siquiatra que trabajaba en el hospital siquiátrico “San Juan de Dios”, único centro de salud que, por razones desconocidas por mí, el gobierno no había nacionalizado y permanecía en manos de la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios. El doctor Canasí había sido acogido por los hermanos para prestar servicios allí, pero no firmaba recetas, ni certificados, ni participaba en eventos. Después supe que había estado preso.

Era un socialista de la vieja escuela, graduado antes de 1959 y entrenado en la escuela soviética de Siquiatría después de la Revolución; había sido profesor en la Universidad y dirigido el servicio siquiátrico del Sanatorio “Dr. Galigarcía”, en La Habana, desde 1964 hasta 1970, cuando fue destituido y sancionado a prisión porque, según me cuenta un viejo amigo que trabajó entonces en el San Juan de Dios (y según había oído él mismo decir, porque cuando se trataba de Fidel Castro todo era misterio), en una sesión docente con sus alumnos se discutió si el Comandante en Jefe sufría de paranoia, y el doctor y profesor Canasí zanjó la discusión con su diagnóstico sobre el entonces primer ministro: Fidel Castro podía considerarse como maníaco/depresivo. Hoy creo se le llamaría bipolar.

Canasí fue sancionado a uno o dos años de prisión, y a cerca de 20 años de espera para emigrar y reunirse con su familia porque, como profesional, dijo ante futuros profesionales su diagnóstico sobre el personaje más público en Cuba. Evidentemente Núñez Jiménez y sus compañeros históricos, sin ser capaces tal vez de dar un diagnóstico científico, conocían mejor que el doctor Canasí la personalidad y capacidad de reacción de Fidel Castro.

Imágenes de la agonía cotidiana en Cuba. Foto: Otra palabra.

En un mundo como el actual, donde casi ninguno de los mortales escapamos a ser diagnosticados con algún tipo de neurosis, el problema no sería tan grave si quedara en el ámbito familiar. Pero cuando alcanza dimensiones sociales por el poder e influencia del diagnosticado, el problema suele tener graves consecuencias. En el libro biográfico Todo el tiempo de los cedros (2003), de Katiuska Blanco, “periodista y experta en la granmática de rigor”, varias anécdotas del joven Fidel que la autora presenta como simpáticas e ingeniosas son verdaderas revelaciones de una personalidad revuelta.

Se me ha vuelto recurrente la respuesta de Fidel Castro al periodista norteamericano Jeffrey Goldberg, en 2010, durante una sesión de terapia mientras contemplaba los delfines del Acuario Nacional y donde expresa esta convicción en el ocaso de su vida: “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros mismos”. Dos días después, sin desmentir al periodista, dijo que se refería al capitalismo de Estados Unidos. Se le fue. El modelo socialista cubano no funciona, pero hay que continuarlo contra toda cordura.

Aquellas vivencias engendraron el absurdo del presente. Aquellos diagnósticos adelantaban la continuidad que se ensañan en apuntalar hoy los sucesores de Fidel Castro. Pero no es posible sostener que una supuesta “gloria vivida” sea motivo para mantener la desgracia devoradora del presente. No es cierto que los centenares o millares de mártires revolucionarios hayan aceptado morir para que sus descendientes vivan hoy peor de como ellos vivieron, ni que su muerte justifique los actos de los dictadores de hoy y sus familias, quienes viven mejor que el dictador que ellos combatieron, sin mérito y con más cinismo.  Aquel fue dictador por más de seis años, estos llevan más de sesenta.

Empeñarse en mantener al país y sus habitantes en semejante desgracia, precariedad y escasez, no es muestra de paranoia ni bipolaridad, mucho menos defensa de ideología alguna, porque las más locas ideologías del siglo XX al menos buscaban la superioridad de sus pueblos. Aplicar solo políticas que incrementan el retroceso económico, social, cultural, educacional, espiritual y hasta de la salud pública de los ciudadanos y del país, para evitar la independencia personal de los cubanos, difícilmente puede ser calificado como algo menos que perversión y villanía.

Pocas veces -si alguna vez- la historia ha mostrado un puñado de infames destruyendo los cimientos fundacionales e identitarios del país, al tiempo que emulan al cruel déspota colonial Valeriano Weyler  y se satisfacen de ver a los ciudadanos huir del suelo patrio. Deberían al menos no aplicar leyes tan crueles a quienes se quejan de su estupidez y maldad -más bien un verdadero grito de misericordia y reclamo de piedad-, porque si esas mismas leyes antihumanas prevalecen el día que los sorprenda la cordura, podrían ser aplastados por su injusta perversión.

*Fundador y ex director de la revista Palabra Nueva de la Arquidiócesis de La Habana. Reside en Miami. Este artículo apareció en el blog Otra Palabra y se publica en Café Fuerte con el consentimiento expreso del autor.

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