Cuando La Habana tuvo un Festival

Quedaron atrás los tiempos en que el Festival de Cine abarcaba una amplia zona de interés de los espectadores, y encontrarse en la multitud era parte de un fervor colectivo que nos identificaba en otra dimensión.

Cuando La Habana tuvo un Festival
Calle 23, cerrada y con tarima para las presentaciones musicales ante la fachada del ICAIC, con baños en la calle. Foto: Pepe Horta.

Por Norge Espinosa Mendoza

Tuve que bajar el reportaje desde YouTube para volverlo a ver y convencerme de que mis oídos no habían escuchado otra cosa. Y así fue: en el reportaje que se transmitió en el Noticiero Nacional de Televisión, el realizador Manuel Herrera se alegra de que el Festival del Nuevo Cine esté recuperando el “ánimo y los bríos” de sus días iniciales, porque según él, el evento había ido derivando a una “línea comercial” que ahora se sustituye por otra “de carácter artístico” más en sintonía, añade, con estos tiempos, “una línea de ayuda con los ciudadanos de estos tiempos”.

Con todos los contraluces del Festival en su historia, que ya va siendo hora de ser contada por sus protagonistas, con todas sus virtudes y defectos posibles, me parece un desatino semejante afirmación. Si el Festival consiguió alzarse como el gran evento cultural del diciembre cubano y ganar un sitio de prestigio en el circuito Iberoamericano y más allá de producción cinematográfica, fue justamente por obrar en pro de la expresión de cineastas y artistas, premiando obras arriesgadas, abriendo espacios para la recepción en Cuba de obras y personalidades que acaso no hubiesen llegado a nosotros si no existiera esta cita, y optando siempre por hacer del cine su protagonista.

Y ello incluyó la obra de jóvenes y consagrados, de narrativas al uso y otras más arriesgadas, hasta consolidar la idea de un movimiento que por desgracia, y bajo presiones sí comerciales que el Festival ahora saluda convirtiendo en su actividad más promocionada la presentación de dos episodios televisivos de Netflix, ya ha pasado a dinámicas menos intensas.

Que el evento no incluya en sus eventos teóricos las discusiones más recientes y necesarias que los cineastas cubanos han querido promover, da otra imagen de esa idea de un supuesto regreso a los “orígenes”. Y habría que pensar en qué diría Alfredo Guevara ante la romerización de su cartelera, con calles cerradas para presentaciones musicales, gastronomía y carnavalización callejera, en pos de una imagen de lo supuestamente popular. Cuando el Festival siempre lo fue, sin necesidad de tales cosas, ni poniendo baños públicos portátiles delante de la fachada del ICAIC.

Negar los momentos de otras directivas que salvaron al Festival en instantes de crisis, que reinventaron el evento preservando contactos y apoyos imprescindibles para los tiempos más recientes, y querer cubrir ello con una idea semejante, es como mínimo irrespetuoso. Un Festival, con sus logros y sus fallas, debe construir un discurso, un lenguaje común, y sostener sus expectativas en una comunión de fuerzas que lo eleve más allá incluso de su cartelera diaria.

Eso se logró, y no debe perderse, aunque obviamente las personalidades y los compromisos con el cine mismo y una idea de lo cultural entre nosotros ya no estén presentes, y se vayan sustituyendo por figuras y proyectos de menor intensidad, liderazgo forzado o sin real eficacia —y conste que ello se advierte no solo en el ICAIC o entre los decisores de este evento.

Porque ya no son exactamente los tiempos en que el Festival abarcaba una amplia zona de interés que los espectadores no podían cubrir de otra manera, y encontrarse en la multitud que intentaba entrar a una proyección como parte de un fervor colectivo nos identificaba en otra dimensión. Pero lo que debería mantenerse y respetarse es el espíritu de lo fundado y el carácter que lo hizo visible y habitado por tantas generaciones que allí se encontraron. Y lo digo como parte de ello, como testigo, colaborador, crítico y comentarista y hasta jurado que he sido de este evento.

El triunfalismo inherente a nuestros medios de prensa podrá decir lo contrario y recibir acríticamente opiniones como estas, con las que quiere borrarse el empeño fundacional bajo una capa de festividad donde el cine no es exactamente el eje. Porque de lo que deberíamos estar hablando es del cine, de la ausencia de algunas o nuevas producciones cubanas en esta muestra, de cómo pensar esa industria y lo que Cuba necesita para no perder enteramente el rol que alguna vez consiguió en ese otro discurso.

Pero si nos limitamos a la queja o la sorpresa ante estas maniobras, y el olvido intencionado puede obrar sin que alguien pase a desenmascararlo, podremos tener pantallas y tarimas en la calle. Pero un Festival de Cine, que nos forjó como artistas y espectadores, probablemente ya no.

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