A 55 años del asesinato de Kennedy: La verdad de las mentiras
El viernes 22 de diciembre de 1963, el presidente en funciones de Estados Unidos, John F. Kennedy, fue baleado de muerte a la luz del día en medio de la calle como si fuera un perro.
Aún quedan por desclasificar más de 15,800 documentos de la CIA, el FBI y otras agencias del gobierno sobre aquel asesinato, pero las investigaciones independientes en torno a más de 300 mil ya desclasificados apartan a Lee Harvey Oswald como asesino en solitario y desbaratan la mitología de que Fidel Castro estuvo involucrado.
Las imputaciones contra Castro serían casos y cosas de manicomio a menos que, como cabría inferir, obedecieran al propósito deliberado de oscurecer los hechos y desviar la atención. El último grito de esta moda se profirió por dos ex empleados de la CIA: el ex analista Dr. Brian Latell, en su libro Castro’s Secrets (Macmillan, 2012, 2013), y el ex agente especial Bob Baer, en la serie de televisión Tracking Oswald (History Channel). Ambos se inspiraron en el testimonio de Florentino Aspillaga, quien desertó a Occidente a mediados de 1987 siendo mayor de la Dirección General de Inteligencia (DGI).
Adorables mentiras
Al noticiarse el pasado 23 de octubre que Aspillaga había fallecido a los 71 años, por causa de complicaciones del corazón, se repitió la ficción de que encabezó la inteligencia cubana en Checoslovaquia. Aspillaga ocupaba un puesto de tercera línea en Bratislava, bajo la cobertura de funcionario de Cubatécnica y relacionado más bien con la vigilancia de los cubanos que iban a trabajar a Europa del Este como parte de la llamada cooperación socialista.
A cambio de documentos que sustrajo de la estación DGI de primera línea en Praga y dejarse exprimir por la CIA y el FBI, Aspillaga consiguió un paquete de lujo para reasentarse en Estados Unidos. Divulgaría tantos casos y cosas de casa Cuba que por los mentideros de Miami se popularizó el choteo “¡Oye, tú sabes más que Aspillaga!”
Para 2007 Aspillaga revelaba al doctor Latell algo que solo había contado a la CIA en 1987 y pasó al libro Castro’s Secrets como “historia de Jaimanitas”. El 22 de diciembre de 1963, con apenas 16 años, Aspillaga rastreaba comunicaciones de la CIA desde un centro de inteligencia electrónica en el pueblo de pescadores de Jaimanitas, al oeste de La Habana y cerca de Punto Cero. A eso de las 9:30 de la mañana recibió la orden de reorientar las antenas hacia Texas e informar de inmediato si algo importante ocurría. Tres horas después se enteró por radioaficionados del atentado a Kennedy en Dallas y dedujo que “Castro sabía”.
Guayaba de cartón
Aparte de que sería un sinsentido utilizar recursos de radio-inteligencia para enterarse de algo que cubrían en vivo las emisoras de radio y televisión comerciales, Aspillaga queda desmentido el mismo día del asesinato por el periodista francés Jean Daniel, enviado informal de Kennedy a Castro. Daniel conversaba en Varadero con Castro cuando llamó el presidente cubano Osvaldó Dorticós para dar la noticia, que Castro siguió en su desarrollo por NBC en Miami. Así está narrado al detalle por Daniel en su reportaje “When Castro Heard the News”, que se publicó el 7 de diciembre de 1963 en la revista The New Republic.
Aspillaga mismo terminó como Chacumbele al contarle a Latell -y anotar en sus memorias inéditas- haber relatado la historia de Jaimanitas a la CIA durante el debriefing tras su deserción. Entre los documentos de la CIA relacionados con el asesinato de JFK, ya sean desclasificados o secretos, no consta ninguno que tenga nada que ver con Aspillaga.
Ni Castro ni Oswald
Lo mejor no es que Castro esté fuera del potaje, sino que Oswald está dentro en virtud de pruebas que distan de ser concluyentes. La comisión gubernamental investigadora del asesinato solo pudo probar que Jack Ruby mató a Oswald porque se vio por televisión. Ni siquiera el arma y las balas asesinas se acreditan indubitadamente.
- La versión oficial reza que Oswald encargó por correo a Klein’s Sporting Goods (Chicago) una carbina Mannlicher Carcano de 36 pulgadas. El arma ocupada por la policía en Dallas es un rifle corto Mannlicher Carcano de 40.2 pulgadas. Y con mira telescópica, que la armería ofertaba para la carabina y no para el rifle corto. Oswald habría pagado el arma con giro postal de $21.45, fechado el 12 de marzo de 1963, que Klein’s depositó al día siguiente en su cuenta del First National Bank. Algo absolutamente imposible, ya que entre Dallas y Chicago median 700 millas y el correo no tenía entonces ni códigos postales rigurosos ni aviones supersónicos.
- La versión oficial reza que una bala [codificada CE 399 y conocida como la bala mágica] atravesó a Kennedy e hirió a Connolly. Causó siete heridas en total, entre ellas par de huesos quebrados. Sólo que CE 399 consta en exhibición casi intacta y ni siquiera es la bala que O. P. Wright —jefe de seguridad del Hospital Parkland, donde falleció el presidente— entregó al Servicio Secreto tras ser encontrada en una camilla. El recibo del jefe del Servicio Secreto, James J. Rowley, indica que la bala se entregó en la Casa Blanca, a las 8:50 pm del día del asesinato, al agente del FBI Elmer Lee Todd, quien se encargó de llevarla al laboratorio del FBI. La hoja de trabajo del laboratorista Robert Frazier registra que recibió la bala a las 7:30 pm.
- La versión oficial reza que se recogieron tres casquillos en el “nido del francotirador” [Sexto piso del Almacén de Libros Escolares de Tejas, Dealey Plaza, Dallas]. Uno de ellos (CE 543) no corresponde a bala disparada ese mismo día, sino a casquillo vacío cargado y extraído tres veces, según las marcas examinadas por expertos en balística como Howard Donahue (EEUU) y Chris Mills (Reino Unido).
Y así quedan en entredicho todas las pruebas contra Oswald e incluso la versión canónica de que disparó tres veces.
¿Francotirador solitario?
Una bala reventó la cabeza de JFK y otra dio en un contén e hirió de refilón al espectador James Tague. La otra sería justamente CE 399, que para herir a Connolly tuvo que haber impactado a Kennedy por detrás y salido a la altura de su garganta.
Aunque era cosa de cajón, las heridas de bala del Presidente Kennedy no fueron sometidas a disección forense para precisar entrada, trayectoria interna y salida. No obstante, el médico personal de Kennedy, Almirante George Burkley, indicó una herida de bala en la espalda, a nivel de la tercera vértebra torácica, al llenar el certificado de defunción en el Hospital Parkland. Este balazo no encaja con salida por la garganta, pero sí con el agujero de bala en el saco de JFK, a 5 3/8 pulgadas [13.65 cm] por debajo del cuello.
La comisión gubernamental investigadora no incluyó el saco (ni la camisa) entre sus pruebas ni llamó a Burkley como testigo, pero sí corrigió el borrador del informe final: dónde decía “en la espalda”, el comisionado Gerald Ford puso “en el cuello”.
Este balazo embarajado es la prueba crucial de que Kennedy no fue asesinado por un francotirador solitario.