Del Teatro Payret y otros dislates: Las cosas que estamos por perder
Por Norge Espinosa Mendoza
Me detuve en La Habana Vieja, antes de seguir rumbo al Vedado, para tomar la foto del cartel que, frase de Eusebio Leal mediante, anuncia la construcción del Manzana Payret y del Hotel Pasaje, a manera de confirmar lo que se comenta en la redes y que, para variar, no ha desatado ningún desmentido desde las instituciones que deben preocuparse por cosas semejantes. Lo que se avecina sobre el Teatro Payret, abandonado por años y ahora, según esta imagen indica, a punto de perder su historia en pos de otro destino turístico, a solo unos pasos de los flamantes nuevos hoteles que el cubano de a pie mira sin atreverse mucho a pisar, es el síntoma de tantas otras cosas. Ese desasosiego que nos hace comprobar que, sin consultas ni diferendos, estamos perdiendo mucho de lo que deberíamos proteger, para seguir siendo ciudadanos en nuestra propia Nación.
Por años, como ya comenté, un empresario de Broadway vino con el interés de invertir en la restauración del Payret, ese teatro que abrió en 1877 Joaquín Payret, y por cuyo escenario desfilaron actores, cantantes, bailarines, políticos y jefes de estado, añadiendo lustre a su famosa historia, que incluye hasta una maldición que al parecer ahora se cumplirá. Las visitas de ese posible inversor demostraron que la estructura teatral del Payret permanece asombrosamente intacta, lista para que una reparación capital lo devuelva como espacio de representaciones. Los diálogos a favor de la idea, como la esperanza que la conversación Obama-Castro trajo a muchos, se desvanecieron rápidamente. El silencio que operaba detrás de las respuestas que ese empresario nunca escuchó vino a romperse solo ahora, cuando vemos de qué manera se piensa transformar toda la manzana en algo que Payret, ni bajo los delirios que la maldición debe haberle provocado, hubiera podido sufrir en sus mayores pesadillas.
Proteger la historia
Imaginemos, incluso, que como dicen fuentes diversas, el Payret se restaure, convirtiéndose en un centro de convenciones aledaño a una galería de tiendas –como si no estuviera a solo unos metros de otra ya muy visible, en el Gran Hotel Manzana. Un restaurador inteligente, capacitado en entender que el nuevo uso de un valor patrimonial (como lo es el Payret) debe proteger también su historia, podría recuperarlo como coliseo, y eso al menos paliaría la pérdida de otras cosas a su alrededor. Pero restaurar, y con ello, eliminar el espíritu original de ciertas cosas, es algo que no nos ha faltado. También muy cerca del Payret está la que alguna vez fuera la librería más famosa y concurrida de La Habana: La Moderna Poesía, convertida hoy en un desangelado punto de venta de libros en divisas, que poco o nada preserva de lo que en su momento de esplendor sucediera allí. El Historiador de la Ciudad trató de aliviar ese desatino diciendo que al final del propio boulevard, en la biblioteca que allí se sitúa, el lector podría encontrar los mismos títulos que ya no estarían al alcance de su bolsillo. Comprar, poseer y pedir prestado, ya se sabe que no es lo mismo, amén de que NO están en uno y otro sitio los mismos volúmenes. En fin, que La Moderna Poesía hoy no es ni poética ni moderna, sino un edificio que perdió su carácter de sitio emblemático en una ciudad que al punto de cumplir sus 500 años, tiene que asimilar que el adiós a uno de sus más famosos teatros sea parte de los festejos por su medio milenio de existencia, según reza el cartel.
Pérdidas materiales y pérdidas espirituales. Los cubanos nos enfrentamos a un diciembre de numerosas carencias. Desde un transporte imposible, hasta cosméticos y otros productos de primera necesidad, incluido el pan. A ello se añadió, ayer, un “desafortunado” twit enviado desde la Asamblea Nacional, que produjo una confusión inmediata alrededor del muy polémico decreto 68 del Anteproyecto Constitucional, relacionado con el cambio de concepto de matrimonio en nuestro país, y que ha sido combatido con fuerza por un sector regresivo de nuestra sociedad, en particular las iglesias evangélicas, y que ha confirmado la pervivencia de una homofobia que no se ha desterrado con paso de conga durante un único día de celebración anual.
Angustia y malestar
De inmediato se dispararon las reacciones en la prensa extranjera e independiente: nuestra prensa oficial ya se sabe que pervive gracias a la cautela y a la demora con la que se refiere, obedientemente, a ciertos aspectos álgidos. Mariela Castro e Iroel Sánchez, cada cual desde su tono, salieron a aclarar el entuerto, provocando en algunos receptores aún más confusión. Un mensaje que proviene de una de las más altas esferas del poder es “desafortunado”, ¿y ya? ¿Se calcula el impacto de un error informativo que proviene de tales alturas, ya que está haciéndose visible desde las redes y plataformas que de inmediato legitiman lo que ahí se dice, abierto a tantas lecturas? ¿Habrá consecuencias para quien dejaron escapar el dislate, y deben responder desde sus cargos por tal cosa?
En un año en el que hemos visto a numerosos dirigentes y funcionarios subir y bajar de aviones, irse a provincias y centros de producción, el producto interno bruto de nuestro país ha crecido en un índice risible. La angustia y el malestar que provocan las carencias mencionadas y otras, como la que desatará el cierre definitivo de la embajada norteamericana en Cuba, dejarán secuelas a corto y largo plazo. Diciembre, mes de celebraciones, se muestra como zona insegura para quien aspira a cerrar el año con un festejo que reúna a familiares y amigos alrededor de una mesa, para repasar lo conseguido y no en estos doce meses.
Reuniones, acuerdos, cabildeos, pero se tardan las mejoras en puntos concretos de nuestra realidad que el cubano de a pie anhela, y no recibe. Las colas de quienes esperan en vano por un auto para volver a su hogar o irse al trabajo, y ante las cuales desfilan los choferes con sus autos de alquiler vacíos o pidiendo precios exorbitantes, hablan por sí solas. Las respuestas que desde los espacios de prensa oficiales (nuestra televisión acomodaticia al frente de ellos), rozan a veces el delirio de promesas que parecieran hablar no de otro país, sino de otro planeta. Y en medio de ello, estamos nosotros, lamentando la pérdida posible del Payret. Porque algunos de los que levantamos la voz, somos artistas e intelectuales (intelectuales, esa palabra que nuestra televisión teme como el diablo a la Cruz, y por eso está poblada de voceros de la cultura, pero no de auténticos intelectuales en sus espacios de supuesto debate), y sabemos de lo que vale, definitivamente, la cultura en horas turbias y placenteras. Por eso nos preocupa, sufriendo con los demás muchas de estas carencias, y esperando respuestas y acciones definitivas que sin embargo, “por respetar todas las opiniones” hacen que la imagen progresiva de un país se nos escape.
Postura conservadora
El martes, en medio de la confusión que el “desafortunado” mensaje de la Asamblea Nacional provocó, un amigo gay, que vive en un poblado de provincias, me contaba, angustiado, de su decepción ante la noticia y de cómo, entre los habitantes más homofóbicos del pueblo, eso desencadenó reacción es de alegría. Es triste que mientras las opiniones no se escuchen para otras cosas, por altas y claras que sean, esta vez se ceda sitio a una postura tan conservadora, que hiere, por lo demás, a quienes simplemente aspiran a un derecho que no debería negárseles. Se nos dice ahora, que no, que esto no cierra la puerta al matrimonio igualitario, mientras desaparecen las líneas dedicadas al tema del nuevo documento constitucional.
Desaparecen. Se abre otra zona de silencio. Quedará la decisión sobre lo que esperábamos, nos dicen, en la discusión del Código de Familia, al cual se le han hecho sugerencias de nuevas variantes, más ligadas a la vida real, desde hace años, sin respuesta alguna al respecto. ¿Cuánto tendrá que esperar mi amigo, y tantos, para sentirse menos desalentado, para sentir que su presencia entre nosotros ya nos impone una pregunta específica y genuina? ¿Cuánto tendemos que esperar para saber si el Payret desaparecerá o no, o si el pan llegará a punto? ¿Cuánto demorarán Patrimonio, la Oficina del Historiador, el ministerio del Turismo, el Ministerio de Cultura o la UNEAC en decir algo al respecto, que aclare dudas y nos permita tomar decisiones sobre lo que se planea, o al menos expresar nuestro desacuerdo como ciudadanos, mientras el rumor sigue y continúa desalentando?
Desde Santa Clara, mi madre me pide que lleve comida a su casa, cuando la visite este fin de año. Y no sé qué hacer al respecto, mientras espero un transporte que me lleve a un sitio donde pueda seguir haciendo lo único que tal vez sé hacer, para bien de este país al que sigo perteneciendo, mientras se nos escapan y perdemos, muchas veces sin darnos cuenta de ello, tantas otras cosas.