Guerra de Ucrania: Tragedia de e(ho)rrores
Han transcurrido tres años desde el comienzo de las hostilidades, con un saldo de más de un millón de muertos y casi $400 mil millones de dólares gastados. Occidente viene ahora a despertarse en la realidad.
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Por Arnaldo Miguel Fernández
La invasión rusa de Ucrania empezó el 24 de febrero de 2022, pero la guerra venía andando desde 2014.
Tras ser depuesto el presidente Víktor Yanukóvich por la Revolución de la Dignidad, tropas rusas con uniformes sin insignias principiaron la ocupación de Crimea, que terminaría con la anexión a la Federación Rusa por referendo popular, el 18 de marzo de 2014. Entretanto, separatistas prorrusos se alzaban contra el gobierno central en las provincias de Donetsk y Lugansk, que acabarían proclamándose repúblicas populares el 7 y el 27 de abril, respectivamente.
Por simple lectura del acuerdo entre Rusia y Ucrania redactado en Estambul el 29 de marzo de 2022 (adjunto al final de este artículo), se desvanece el mito de que la invasión obedeció a cierto prurito imperial post-soviético de Vladimir Putin.
El núcleo duro de la negociación bilateral en Estambul reza: “Proclamación de Ucrania como Estado neutral con garantías al amparo del Derecho Internacional para implementar el estatus de país no alineado y sin armas nucleares”. Tanto la ocupación de Ucrania como la Gran Marcha del ejército ruso por Europa son fabricaciones pueriles de agitprop barata para eludir que Moscú advirtió que extender la OTAN a Ucrania se consideraba amenaza existencial y Rusia iría a la guerra para prevenirlo.
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El 30 de marzo, Boris Johnson, premier del Reino Unido, se empinó como rey por un día de Occidente y soltó: “Debemos seguir intensificando las sanciones [contra Rusia] en programa continuo hasta que todas las tropas [de Putin] estén fuera de Ucrania”. Para el 9 de abril, BoJo aterrizaba en Kiev.
Su mensaje quedó confirmado el 24 de noviembre de 2023 por el jefe de la delegación negociadora de Ucrania, Davyd Arakhamia, al ser entrevistado por Nataliia Moseichuk (Ukrainska Pravda): “Cuando salimos de Estambul, Boris Johnson vino a Kiev y nos dijo que no firmaríamos nada con los rusos y que sigamos luchando”.
Volodomyr Zelensky se encandiló con que las sanciones de Occidente quebrantarían a Rusia y que la ayuda militar de la OTAN propiciaría la victoria. Así, el teatro de la guerra se convirtió así en el teatro del absurdo. Zelensky pretendió emular a Fidel Castro con algo así como que primero se hundirá Ucrania en el Mar Negro antes de que consistamos en ser esclavos de Rusia.
Vivir para contarla
Zelensky se arrebató con el prurito psicogénico de hacer historia, sin advertir que tenía que contar primero con la geografía. La única opción racional de Ucrania, varada sin remedio entre dos potencias nucleares, la OTAN y Rusia, estriba en no alinearse con una u otra ni procurar armamento nuclear.
Ahí radica otro mito de esta guerra: Ucrania habría cometido el error de firmar el Memorando de Budapest (1994), que incluyó pasar su arsenal nuclear a la Federación Rusa. Al igual que aquellos de Bielorrusia y Kazajastán, ese arsenal pertenecía a la Unión Soviética y, por imperativo de Derecho Internacional, pasaba a la Federación Rusa como Estado sucesor, tal y como la maletica de los códigos de activación pasaba de Mijaíl Gorbachov a Boris Yeltsin.
No sólo porque la Federación Rusa ocupó el asiento vacante de la URSS en la ONU, sino también porque el Tratado de No Proliferación (1968) impedía que de un solo Estado nuclear emergieran cuatro.
Zelensky se creyó el cuento de que el Trío Mata-moros [musulmanes] de Washington —Pentágono, Departamento de Estado y Asesor de Seguridad Nacional— aseguraría la victoria contra Rusia por la doble acción de armas decisivas (game changers) y sanciones económicas masivas.
Como resultado más que contraproducente, Rusia continúa ganando la guerra y ascendió al cuarto puesto en la economía global por su Producto Interno Bruto per cápita, de acuerdo con reportes del Banco Mundial, así como al primer puesto como potencia militar, según el escalafón de US News and World Report.
Al igual que Fidel Castro, quien predicó en el socialismo fúnebre, Zelensky no se detuvo ante la maldita circunstancia de que la guerra contra Rusia tendría un costo humano insuperable, comparado con plegarse a la exigencia de jamás ingresar en la OTAN. Tampoco atinó a comprender que para desrusificarse no tenía que darle cuero a las regiones rusófilas de Ucrania, sino enderezar al país entero con vistas al ingreso en la Unión Europea, al cual Rusia nunca se opuso.
Los aprendices de brujo
En esta tragedia, Donald Trump dista de ser productor ejecutivo tras heredar el guión de Joe Biden. Trump llamó a Putin porque se dio cuenta de que esta guerra no tiene como terminar más acá de la capitulación de Ucrania, tal como Estados Unidos tuvo que capitular en Afganistán, porque una guerra que no se ha ganado con $400 mil millones o más de ayuda a Kiev y unas 50 mil sanciones económicas contra Moscú no se ganará jamás, y es peor negocio que la guerra interminable en Afganistán.
El Secretario de Defensa, Peter Hegseth, siguió la rima declarando en el ambiente tóxico de la OTAN que Putin tiene la sartén por el mango y el viraje de la guerra en contra de Rusia es imposible. Si por intervención divina Moscú se viera al borde de la derrota, procedería a borrar a Kiev del mapa con armas nucleares, que eran desde el principio, son y serán las únicas game changer, en vez de la ristra que sin éxito viene hilvanando la OTAN desde aquellos Javelines antitanques hasta los cohetes de largo alcance hoy en día.
Ya no es plausible que Trump pueda presionar a Putin con los mismos recursos obsoletos de sanciones económicas y ayuda militar a Ucrania. Ni que logre resultados con las mañas del arte de la negociación, pues Putin está convencido de que no puede confiar en Occidente ni un tantico así.
Hay que volver al prontuario de la Historia:
- El 9 de febrero de 1990, el Secretario de Estado James Baker le repitió tres veces a Gorbachov que la OTAN no se expandiría “one inch eastward” tras la reunificación de Alemania. Luego se supo que se le hizo creer (sic) a Gorbachov que tal expansión no iba a suceder. Aquello no fue un tratado, pero sí un pacto de caballeros y Rusia se percataría que Occidente no honraba su palabra.
- El 12 de febrero de 2015 se firmó el Acuerdo Minsk II para resolver los conflictos entre el gobierno central en Kiev y las provincias rebeldes de Donetsk y Lugansk. Luego se supo, tanto por la excanciller alemana Angela Merkel en el semanario Die Zeit, como por el expresidente francés François Hollande en Kyiv Independent, que aquella movida diplomática fue mero intento para que Ucrania ganara tiempo y se fortaleciera militarmente, porque Rusia tenía que caer en combate. Rusia se había percatado ya de que Occidente no cumple acuerdos.
- El 15 de diciembre de 2021, Putin envió a Washington ciertas propuestas de seguridad regional, que fueron publicadas como sendos anteproyectos de tratado entre Rusia y Estados Unidos, y Rusia y la OTAN. El 26 de enero de 2022, Estados Unidos y la OTAN rechazaron la demanda de que Ucrania nunca ingresara en la OTAN.
Y así llegamos al sábado 19 de febrero de 2022. En la LVIII Conferencia de Seguridad de Múnich, el entusiasmo de Zelensky por ingresar en la OTAN se desbordó ante la vicepresidenta estadounidense, Kamala Harris, al punto de sugerir que Ucrania podía zafarse del Memorando de Budapest y procurar armas nucleares.
Moscú concluyó entonces que si las cosas de la OTAN eran a timbales, tenía que sonar los timbales de la guerra. A tal efecto Putin aplicaría el mismo patrón que usó la OTAN para bombardear a Serbia sin contemplaciones en 1999. Tras oír a Zelensky aquel sábado en Múnich, Putin tomó el domingo de descanso y el lunes 21 de febrero reconoció a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk para agarrarse del derecho de legítima defensa colectiva [Carta de las Naciones Unidas, Artículo 51]. La Duma Estatal de Rusia aprobó el proyecto legislativo para reconocer oficialmente a Donetsk y Lugansk, ubicadas en el territorio de Ucrania Oriental, como estados independientes.
Tres días después Putin desató la invasión “no provocada y a toda escala”, según Occidente, que por efecto Rashomon se considera también prevenible y limitada.
A tres años vista, ya el daño incalculable está hecho e insistir en lo mismo —sanciones económicas contra Rusia y ayuda militar a Ucrania— a la espera de resultados diferentes, define la locura que padece Occidente en su decadencia.