Waldo Balart: El arte es una mentira
Las últimas horas de la fascinante historia del pintor cubano, quien solicitó la eutanasia por "miedo a seguir viviendo", según la entrevista publicada en el diario español EL MUNDO.
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Esta es una entrevista de antología, para cualquier antología. El diario español El Mundo acaba de publicar la última conversación con el pintor cubano Waldo Balart, horas antes de que se le praticara la eutanasia. Balart cumplía 94 años este 10 de febrero.
Realmente es una experiencia profesional única, intensa y estremecedora, con el entrevistado al filo de la muerte, exhibiendo lucidez y valentía para el derroche. Para quienes seguimos y buscamos preservar la cultura cubana, resulta un testimonio valiosísimo para aquilatar la certidumbre de un excepcional artista que parece definitivamente llamado a trascender, reconocido alrededor del mundo, menos en su país de nacimiento. Otra deuda pendiente entre las miles que deberá cumplirse en un futuro de racionalidad en Cuba.
Además de su valor documental, esta larga pieza escrita por Rodrígo Terrasa, con fotos espléndidas de Antonio Heredia, tiene el aliento un un gran texto periodístico. La entrevista es un género de descubrimiento, un logro bipartito que depende de la perspicacia y autenticidad de los contrincantes. La interacción se consigue gracias a la habilidad de los entrevistadores y a un Waldo en plena gallardía, elocuente, determinado, nada mayestático como se pensara de un hombre que va a morir.
He impartido y he practicado mucho este género periodístico, desde las aulas y sobre el terrero, con fascinación. No solo porque es el que más me gusta y reconforta profesionalmente, sino porque siento que es el más periodístico, el más provechoso para comunicar. De eso se trata esta profesión lastimada y en fuga: de comunicar.
Al tomar el camino del exilio en 1994, dejé un proyecto trunco de antología crítica de entrevistas periodísticas, que realizaba junto al colega y prominente periodista Ciro Bianchi Ross, con quien compartí la impartición de los cursos de Entrevista periodística en la Universidad de La Habana. El proyecto iba a tener dos tomos de textox seleccionados y se intentaba llamar La entrevista, otro oficio del siglo XX, a manera de homenaje a uno nuestros más célebres hacedores del periodismo y la literatura cubana contemporánea: Guillermo Cabrera Infante.
Si alguna vez retomo esa “montaña mágica mecanuscrita” que trabajamos Ciro Bianchi y este servidor para que fuera un libro útil a nuestros estudiantes, quisiera solo añadir a la antología esta entrevista con Waldo Balart que CaféFuerte ha querido reproducir para beneficio de sus lectores. Me encanta también que Waldo nos recuerde en este auto antisacramental, con versos entremezclados de Calderón de la Barca, que la vida es como un café. (Wilfredo Cancio Isla)
Las últimas horas en la fascinante historia de Waldo Balart: “No me da miedo la muerte, me da miedo seguir viviendo”
El artista cubano, padre del ‘orden axiomático’, falleció el miércoles tras solicitar la eutanasia. 24 horas antes recibió a EL MUNDO para repasar una vida inacabable que le llevó de La Habana al Nueva York de los 60 y del MoMA a Madrid. De Fidel a Warhol, de Botero a Manrique: “Sólo me queda morirme”.
Por Rodrigo Terrasa
Fotos: Antonio Heredia
EL MUNDO, Sábado, 8 febrero 2025
Waldo dice -o decía- que un cuadro está terminado sólo cuando por fin refleja aquello que su autor ha imaginado. Cuando, casi por arte de magia, todo parece tener sentido. Cuando cada luz encaja en las fórmulas matemáticas que él garabatea en cientos de cuadernos como si fueran sudokus de color. “El uno es el violeta, el dos es ultramar, el tres es cian…”. Orden axiomático, lo llamó. “El seis es naranja, el siete es rojo y el ocho es el magenta”. La armonía dentro del caos.
Algo parecido rigió toda su vida más allá de los lienzos. Una vida fascinante, confusa y a la vez incomprensiblemente coherente. Waldo sabía -o sabe- que su historia, como sus pinturas, también terminaría cuando ya no quedase mucho más por fantasear.
El pasado martes, Waldo pintó su último cuadro. Lo llamó así: El último cuadro. Justo 24 horas después decidió poner fin a su vida. “Se acabó”, proclamó. Y uno ya no sabe si hablaba del cuadro o de todo lo demás.
Waldo Balart (Banes, 1931), pintor cubano, amigo de Raúl Castro, ex cuñado de Fidel, socio de juergas de Andy Warhol y colega de Jackson Pollock y Willem de Kooning, compañero de piso de Fernando Botero, casado con tres mujeres, amante de César Manrique, artista y contable, cifras y color, genio de lo concreto y creador incansable, falleció el pasado miércoles a los 93 años de edad en la que era su casa y su estudio, un pequeño taller en una calle estrecha del centro de Madrid. Se marchó porque le dio la gana, rodeado de unos pocos amigos, sólo cinco días antes de cumplir los 94 y un rato después de compartir con ellos una copa de whisky, unas croquetas y unas zamburiñas. También sopló las velas por última vez.
Dicen que da mala suerte soplar las velas antes de tu cumpleaños, pero ya ves tú… “Cumplir años es una necesidad que hemos creado para saber el tiempo que vamos consumiendo”, decía Waldo.
En los últimos tiempos casi no podía caminar y apenas podía pintar, así que hace unos meses decidió solicitar la eutanasia, que le fue practicada este miércoles a la una de la tarde en su domicilio. Llevaba más de un año bocetando su final. “Me gustaría desaparecer de forma fugaz”, había anticipado. El martes lo repitió en la que iba a ser su última entrevista.
Apenas 24 horas antes de morir, Waldo Balart citó a EL MUNDO en su estudio para despedirse de una realidad que es difícil exprimir con mayor entusiasmo. “Sólo puedo decir que he vivido”, presumirá en las próximas horas. Será el epílogo de una historia deslumbrante.
Rebobinemos un momento como si lo inevitable todavía no hubiera ocurrido. Son las 10 de la mañana del martes 4 de febrero. El taller de Waldo Balart está en un modesto bajo del barrio de Antón Martín. En las paredes cuelgan sus cuadros, en los armarios hay más cuadros suyos embalados en plástico de burbujas y en el sótano se esconde casi toda su colección. El suelo es una mezcla genial de manchas de pintura y no hay superficie horizontal que no tenga pinceles, acuarelas, rotuladores y colorines casi fluorescentes. Las estanterías están llenas de libros, manuales, álbumes de fotos, diccionarios y biografías de artistas. En cada rincón hay recortes de prensa que hablan de la crisis en Cuba y Venezuela.
Y en mitad del barullo, ellos dos. Waldo y el último cuadro.
Waldo está muy delgado y bastante sordo. A ratos contesta a gritos y parece que te está echando la bronca hasta que rompe a reír. Tiene los dedos largos, duros y delgados como pinceles y el pelo blanco y alborotado. Como el mostacho. Sus ojos son azul cian. Número tres. Su cuadro es azul ultramar. Número dos. Con el borde en verde. Número cuatro. Y también amarillo. Número cinco.
“¡Yo no puedo trabajar en el caos!”, brama para explicar su particular puzle de números. “Necesito orden porque yo ya soy caos”.
PREGUNTA. ¿Pinta todos los días?
RESPUESTA. Quiero pintar todos los días, pero últimamente se me ha complicado la cosa… El problema es el tiempo, la vida… ¿Sabes qué es el tiempo? El tiempo es nuestro deterioro. ¡Que se va jodiendo uno, coño! Tengo casi 94 años. Puedo conversar, me mantengo bien de la cabeza, pero el cuerpo está muy jodido. Ya no puedo moverme. Tengo que ir con andador y hace nada tenía que salir en una silla de ruedas. Me estoy deteriorando de una forma acelerada de cojones. Esa es la verdad… aunque yo no creo en verdades.
¿Y en qué cree usted?
En la única verdad que hay, un café.
Waldo pide un café solo a uno de sus asistentes personales, pero apenas lo toca durante las dos horas de charla. Va alejando la taza para hacer sitio a los álbumes de fotos, las libretas, los bocetos y sus numeritos.
“Creo en que estoy vivo. Al menos por ahora… En eso sí creo. En que estoy vivo y deteriorándome. Pero si me preguntas por si creo en Dios y todas esas cosas, no. Son invenciones humanas. No creo en nada, aunque estoy abierto a lo que venga”.
¿Le da miedo la muerte?
No me da miedo la muerte, me da miedo seguir viviendo. Necesito ayuda para levantarme. Hay muchas cosas sencillas que ya no puedo hacer. Antes me levantaba, desayunaba y me ponía a trabajar todo el día. Ahora ya no puedo. Me voy deshaciendo. Esa es mi verdad. ¿Qué otra verdad puedo tener? El deseo, el amor, las ganas de ayudar… Todo tiene límites. Y yo no puedo esperar la ayuda incondicional. Por eso mi decisión no es drástica, pero sí definitiva. ¿Hasta cuándo puedo asumir mi deterioro? Es mi responsabilidad saber hasta cuándo puedo exigir a los demás. Porque a partir de ese límite, soy un problema y me tengo que plantear mi situación en el mundo. Ya no puedo pedir más a los demás. Se acabó.
¿Cuándo?
Mañana.
¿Ha imaginado cómo será?
Ya sé cómo será…
Waldo vuelve a apartar el café y lleva uno de sus dedos, largos y duros como pinceles, hasta el centro de su brazo, como si fuera una jeringuilla. “No será heroína, que conste”. Y sonríe como si acabara de cometer la travesura de un chiquillo
¿Y de verdad no le da miedo?
¡¿Cómo me va a dar miedo?! Me preocupa porque no sé qué pasará. Es una gran incógnita. Morir es como abrirse a un abismo. Pero es un abismo al que tengo que enfrentarme. Solo sé que dejo un estado de deterioro humano y que dejo un estado de pesar y dolor en mis amigos, pero sé que al final será beneficioso. Es peor seguir así. No tengo otro remedio. ¡Está bueno ya! Me he pasado mi vida activo y me he cansado de necesitar.
¿Pintará mañana?
No. Ya no. Ya he pintado mi último cuadro. Se acabó. Ya no tengo ilusión. Por eso quiero joderme. Si se va la ilusión, se va la vida.
¿No ha sentido nada diferente con este cuadro?
Siempre tengo la misma sensación de no saber nada. La misma sensación de tratar con elementos efímeros. Mezclar colores es mágico. De pronto tengo el color que quiero. ¿Sabes qué es lo que es el color? Es un pedazo de vida que haces tuyo y trasladas a los demás como un pedazo efímero de belleza.
¿A usted qué le ha dado el arte?
El arte es humo, pero me da sentido de vida. A través del arte he conocido a las personas a las que quiero, he hecho camino con el arte. Es lo que decía el verso de Machado: Caminante no hay camino, se hace camino al andar. El arte es eso, pero con un factor de fantasía muy grande, porque al final sólo estás dando humo.
¿Se marcha feliz?
Bueno, tengo un pesar. Siento dejar a mis amigos, pero no hay otra.
¿Y se marcha con alguna cuenta pendiente?
No creo. Quizás me hubiera gustado ser de otra manera a veces. Haber tenido familia, tener hijos, tener mujer… Pero eso son necesidades no perentorias. Hay otras cosas más importantes. Antes podía caminar. Fíjate tú la tontería que es caminar… Pues define mucho. Hace 10 años no estaba en la flor de mi juventud, pero al menos vivía. Esto de ahora no es vida.
¿Imaginó alguna vez una vida como la suya?
Yo no he imaginado, he vivido.
Mucho… Y bien.
Bueno, dentro de las circunstancias, he hecho lo que he podido. He tratado de no hacer daño a mis semejantes y, si he podido dar un poco de amor, lo he dado. No sé si bien o mal, pero he vivido.
¿Podemos repasar un poco su vida?
Venga.
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Waldo Díaz-Balart nació hace hoy justo 94 años menos un día en Banes, uno de los 14 municipios que comprende la provincia de Holguín en Cuba. Su madre murió cuando nació él. Tuvo tres hermanos mayores, pero los tres han fallecido ya. Su padre, cuenta, fue “un padre ausente”. Un abogado de United Fruit Company, multinacional dedicada a la producción y comercialización de frutas tropicales cultivadas en América Latina. “Vivíamos muy bien… y la parte emocional, pues mejor o peor”.
¿Tuvo una infancia feliz?
Chico, sí. Mi infancia fue feliz.
¿Y quién cuidaba de usted si su madre había muerto y su padre estaba ausente?
¿De mí? ¡De mí no cuidaba nadie!
Acabado el bachillerato, Waldo recorrió los 800 kilómetros que separan Banes de La Habana para matricularse en la universidad. “Yo quería estudiar Arquitectura, algo creativo, pero no sabía nada del arte y necesitaba dinero, así que empecé a estudiar contabilidad porque era la única profesión que enseñaban de noche. Podía trabajar por el día como office boy de la compañía Crusellas y estudiar por la noche”, cuenta. “Vivía en un hotel que devino en casa de huéspedes, frente a la universidad. Tenía dos dormitorios y un baño. En una habitación estábamos mi hermano Frank y yo. Y en la otra, Raúl Castro”.
¿Qué tal era Raúl Castro?
Era una buena persona, un buen amigo. Su padre era un terrateniente. Pero, mientras que su hermano Fidel había ido a la escuela, Raúl era un poco iliterato. El comunismo llenó el vacío que él tenía.
¿Alguna vez le sedujo a usted el comunismo?
No, nunca. Siempre fui muy consciente de que el comunismo nos vendía no sé si mentiras, pero al menos falsedades.
¿Cómo conoció a Fidel Castro?
¡Le conocí porque era novio de mi hermana Mirta! Mi hermano mayor y Fidel estudiaban Derecho juntos y así la conoció a ella. Mi hermana era preciosa y se liaron. Luego se casaron.
¿Cómo era Fidel?
Chico, de la misma manera que te dije que Raúl era mi amigo, Fidel nunca lo fue. El concepto de autoridad era primordial en él. Siempre quería imponer su criterio y lo impuso hasta que se murió. Tanto, que su criterio aún está vigente en Cuba. Viví mucho tiempo en la misma casa que Fidel Castro, pero nunca hablé con él. Era muy egoísta.
¿Para usted fue un dictador?
Total, total, total.
¿Cuántos años estuvieron casados Fidel y su hermana?
Siete años. Tuvieron un hijo, pero Raúl lo mató.
¿Raúl Castro mató a su sobrino?
Ah, sí, claro. Fidelito estaba en una institución gubernamental porque tenía un problema mental. Dicen que se tiró por la ventana, pero abajo ya había una ambulancia y un médico esperando para certificar su muerte.
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El 1 de enero 1959, tras el triunfo de la revolución cubana y la caída de Batista, Waldo Balart escapa del país rumbo a Estados Unidos en el último vuelo que logró salir de Cuba. Tenía 28 años. “Si me quedo, me matan”, cuenta entre carcajadas. “Estaba despidiendo el año junto al hijo del presidente electo, Andrés Rivero Agüero, y me fui corriendo a casa. Le dije a todo el servicio que tenía que marcharse porque ya no podíamos protegerles y me marché directo al aeropuerto. El piloto, que era de la Compañía de Aviación cubana, se negaba a volar, pero recuerdo que alguien le puso una pistola en el pecho y le dijo: ‘Sí, usted se sale’. Y así despegamos”.
¿Ya nunca volvió a Cuba?
Nunca. La imagen que tengo es mirar por la ventanilla y pensar que Cuba se iba para siempre.
¿Lo ha echado de menos?
Noooo. Yo no era artista en Cuba. Era otra vida. Yo en Cuba era un contable buscándose la vida. No fui artista hasta que llegué a Nueva York.
¿Cómo conectó con el mundo del arte?
Por la cara. Jajajajaja. Era joven, tenía dinero, no pedía nada a nadie, era guapo… ¡Joder! A través de las relaciones humanas fui desarrollando mi vida.
Entre el SoHo y East Village, alternando bares, teatros y galerías, Waldo conoció a Andy Warhol. “Los dos éramos jóvenes. Hubo atracción e iniciamos una buena relación. En el Cedar Bar conocí a Pollock, a Klein, me hice buen amigo de De Kooning. Iba eventualmente para ver a los más grandes, para ver si se me pegaba algo“. Exploró el pop y la abstracción y huyó de nuevo en busca de una estética que consagró el resto de su trayectoria. En Nueva York arrancó una carrera que llevó sus cuadros hasta las salas del MoMA, el Museo Metropolitano de Nueva York, el Reina Sofía de Madrid o el Museo de Arte Moderno de Hünfeld, en Alemania. “Hasta que llegué a Nueva York nunca había estado en una escuela de arte”, reconoce. “Dibujaba árboles y flores y tuve la suerte de vivir un momento de efervescencia total”.
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¿A usted le gustaba Warhol como artista?
No, nunca. No comprendía su arte y sigo sin comprenderlo. Pero en los bares me empecé a relacionar con otros artistas que trabajaban con la geometría y me fui metiendo más en la expresión geométrica y el concretismo. A través del arte siempre intentas ofrecer algo que tú tienes dentro. El abstraccionismo ofrece un tormento interno y yo pensé que si seguía haciendo abstracción, la única solución era pegarme un tiro. No tenía otra opción que irme a lo concreto, aunque fuera una mentira.
¿El arte es una mentira?
Totalmente. ¿Qué estamos ofreciendo en el arte? Fantasía. Ilusiones. Verdades. Mentiras. Todo es fantasía. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión. Un sueño. Una ficción. Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.
He leído que fue actor también. Que actúo en dos películas de Warhol.
Jajajaja. Pasaron cosas, sí.
¿Qué pasó?
Nada… Aparecí en dos películas, pero estaba medio borracho entonces. Salía de pie sin hacer nada. Era una tontería, igual que todas las películas de Andy Warhol.
¿Cómo era Warhol más allá de su obra?
Andy, chico, era un gran manipulador. Y esto lo digo ahora que ha pasado el tiempo, pero él siempre juntaba a los que no eran nadie en ese momento, como yo, y a los directivos del Museo de Arte Moderno. Todo lo manipulaba él. Por eso lo mataron.
¿A usted le ayudó en su carrera?
Bueno, emocionalmente, sí. En un momento dado, suplió una necesidad de acompañamiento. Pero ayudarme, ayudarme… Hubo un momento en el que quiso hacer un cuadro conmigo, pero le dije que no porque no veía la cosa geométrica con la cuestión de Andy. A mí su personaje me gustaba porque me sentía bien con él y lo pasábamos bien. ¿Qué cojones te voy a decir?
¿Tiene algún cuadro de Andy Warhol?
Tenía uno, pero lo vendí.
También vivió con Botero…
Yo tenía una casa en el Village y en el último piso vivió Botero por un tiempo. Vivía conmigo porque era barato. Él fue siempre muy sagaz. Luego se mudó a la Quinta Avenida y ya nunca bajó. De ahí para arriba haciendo siempre mierda.
¿Tampoco le gustaba el arte de Botero?
Y sigue sin gustarme.
¿Qué artistas admiraba usted?
Malevich o Peter Forakis. Los concretos. Yo he creído en la fantasía de que el arte es una búsqueda. Y Botero sólo buscaba dinero… Lo encontró.
¿A usted nunca le preocupó el dinero?
Siempre tuve, pero nunca me hice rico. El arte me ha costado dinero.
Siendo joven, guapo y con pasta en aquel Nueva York de los 60, no sé cómo sobrevivió a los excesos.
Yo siempre intenté no vivir en el exceso. Vaya, fumé marihuana. Y me metí como tres o cuatro LSD, tú entiendes, pero a la cuarta ya me parecía lo mismo de siempre, una mierda. Siempre me ha gustado más la cosa natural.
¿Tenía pareja entonces?
Sí, tuve varias parejas. Chicas y chicos. Que duraban y que no duraban. Yo trataba de desarrollarme emocionalmente a través del arte y la cuestión física no fue tan importante. Viví con dos o tres chicas. Me casé con una cubana que era una arpía, con una inglesa preciosa y con una americana tonta.
¿Quién ha sido su gran amor?
Yo tengo un amigo que dice que el amor no existe, sólo es un eco. Creo en el amor y en la relación humana, pero no he tenido un gran amor.
¿A usted no le impresiona la vida que ha tenido?
Me viene a la mente el verso de Neruda: Confieso que he vivido. Pero no sé si he vivido mejor o peor. Es la vida y cada cual tiene la suya.
La suya no está mal.
No sé…
A principios de los 70 Waldo vuelve a coger un avión, esta vez con destino a España. “Me dolió más dejar Nueva York que Cuba”, admite. Abandona el SoHo porque ya no se lo puede permitir y se traslada a Madrid para trabajar en la empresa financiera de su hermano. “De pronto me acordé de que era economista de nuevo”. Su reencuentro con el arte se produce en nuestro país a través de la figura del pintor y escultor César Manrique. “Fue un gran amigo”, recuerda. ¿Sólo un gran amigo? “Bueno, fue uno de mis grandes amores”.
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¿Nunca pensó en regresar a Cuba?
No me pasó por la mente nunca. Lo eliminé de mis proyectos de vida.
Después de casi 50 años aquí, ¿se siente español?
No me siento español, no sé lo que significa eso. Yo sólo soy un ser humano vagando por el espacio.¿Y nunca se ha sentido solo en el espacio?
Siempre he tenido amigos cerca.
¿Es posible ser artista sin tener un ego descontrolado?
Yo debo tenerlo muy grande porque si no, no puedo sobrevivir a mí mismo. Claro que tengo ego, pero vivo con él y trato de ser muy hipócrita para ser lo que no soy, para parecer amable, generoso… Soy condescendiente con la vida. Vivo sin hacer daño y me protejo de que no me hagan daño a mí.
Si echa la vista atrás, ¿cuál cree que ha sido el momento más importante de su carrera?
El porvenir, el momento que viene ahora.
¿De quién le gustaría despedirse?
No, no… Bueno… [Waldo se emociona visiblemente por primera vez en toda la entrevista]. Estás metiendo el dedo en la llaga… Trato de eludir o huir de los sentimientos para no sufrir, para no morir antes del momento. Yo no quiero sufrir.
¿Qué le hace sufrir?
Los sentimientos. Entrar en el asunto del amor. Yo creo que van a sufrir los que se queden. A mí sólo me queda un día para sufrir.
Cuando se publique esta entrevista, usted ya no estará. ¿Hay algo que quiera dejar dicho? ¿Alguna cosa que quiera decir y no haya dicho nunca?
No sé qué decir… Se me obnubila el pensamiento, vaya. ¿Qué puedo decir? Que los quiero, los adoro. Y que ya se acabó.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Eso ya no depende de mí. Algunas personas me recordarán bien. Otras personas no me recordarán. La mayoría ni siquiera sabrá quién soy. Vivir ha sido una pérdida.
¿Está absolutamente convencido de su decisión? ¿No se arrepentirá en el último momento?
No importa ya eso. Me siento muy dichoso de poder escoger este tiempo. ¿Pasó algo en la vida? Pasó. Pudo haber pasado mucho más.
¿Le gustaría volver a nacer? ¿Repetirlo todo de nuevo?
No.
¿Y reencarnarse en algo o en alguien?
Nooooo. ¡Por favor! No, no, no. Quiero desaparecer. Pero no sé lo que va a pasar. Todo es un cuento. Sólo quiero detener el deterioro.
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Es casi la una de la tarde. Dentro de 24 horas, Waldo ya no estará. El miércoles 5 de febrero, el periodista estadounidense de la NBC José Díaz-Balart, sobrino del pintor, anuncia “con gran tristeza” la muerte de su tío desde su cuenta de Instagram. Waldo se tomó dos copas de whisky y un último café antes de marchar. Pero el martes eso aún no ha ocurrido. Waldo se levanta con ayuda de un andador manchado también con chorretones de pintura. Avanza hasta la mesa donde dibuja cada mañana. Quita el precinto que aún divide los colores de su último cuadro. El número tres, el dos y el cuatro. Luego le da la vuelta y lo firma con dificultad.
¿Qué representa este cuadro para usted?
Los cuadros no representan nada, sólo son una búsqueda, un camino. Cuando ya no puedo hacer camino, ¿qué pasa?
¿Qué le queda por hacer en la vida?
Morirme.
El último cuadro. WBalart.