Carlos Varela: Libre como el viento

Como los vientos de un ciclón tropical que va creciendo en intensidad, Nada es como antes, el más reciente disco de Carlos Varela, va aumentando su audiencia de manera acelerada, apenas cinco días después de estar disponible.

Carlos Varela: Libre como el viento
Carlos Varela, arrasando con Nada es como antes. Foto: Cortesía CV.

Por José Antonio Michelena

Como los vientos de un ciclón tropical que va creciendo en intensidad, así el último álbum de Carlos Varela, Nada es como antes, va aumentando su audiencia de manera acelerada, apenas cinco días después de estar disponible, porque igual que se anuncia la trayectoria de los huracanes, y llegan los primeros vientos antes que el ojo de la tormenta, algunas canciones del disco ya eran conocidas y presagiaban el furor que se ha desatado por escucharlo.

Está justificado. Carlos Varela lleva cuatro décadas de sostenida carrera musical seguida por varias generaciones. Desde Jalisco Park su voz y su forma de expresar la canción marcaron territorio y posicionaron un discurso al que ha sido fiel, en el que se ha mantenido hasta hoy. Un discurso que representa, como ninguno otro, el creciente descontento en la sociedad cubana.

Nada es como antes sigue en esa ruta, pero sube la parada, refuerza la intención, y, para seguir con la metáfora del tiempo, se convierte en un huracán fuerza 5, cuyos vientos derriban a farsantes, payasos, marionetas, falsos magos y otras especies del mismo circo, de un ecosistema de doble moral, cobardía y oscuridad anquilosadas.

El nuevo álbum, bajo diferentes registros musicales, contiene una diversidad de temas y asuntos que Varela ha frecuentado, en los que ha dejado huella, pero en los que esta vez ahonda, dimensiona, precisa; y no solo con la metáfora, el doble sentido, sino además con el señalamiento directo, a “la cadena” y “al mono”.

El primer tema del disco, “Hot cake”, es un preámbulo de lo que viene, y enlaza con otros dos números, “Elefantes” y “La feria de los tontos”. Ellos forman una tríada satírica que (junto a “Libre”), contiene los mensajes más fuertes de crítica socio-política y que igualmente, estructuran su contenido en varios niveles de significados, en estrofas diversas.

En “Hot cake”, del estribillo La vida es dulce como un hot cake/ Pero también te enseña a golpes, se pasa a un enunciado dirigido a una segunda persona, como para despertarla de su letargo, No creas todo lo que dice el rey/ No siempre tiene la razón la ley, a la que insta a tomar otra postura, porque Cuando no queda nada que perder/ Tu sueño puede ser tan grande como el de Bill Gates. Y a continuación, el narrador se implica en el conflicto, lo hace suyo: Vamos a perder toda la noche, una idea que volverá, con mayor precisión en los siguientes números.

El bloque final de “Hot cake” se dirige a cuatro actores en situaciones distintas: “el que tiene miedo y tiene dudas”; “el que cruza fronteras”; “el que sueña y no sale de la basura”; y “las madres que tragan palabras mudas”. Para todos ellos, pide Aleluya al Señor.

El segundo número, “Demasiado tiempo”, hace más explícito el mensaje del hastío, del cansancio de los cubanos, pero desde la primera persona: Llevo demasiado tiempo/ Viendo cómo se va el tren; señala el conflicto, Nada está bien; apunta a un (posible) horizonte, A lo lejos sopla el viento, al que la ceguera imposibilita distinguir: Pero hay quien no quiere ver. Finalmente, declara su propia percepción y accionar: Hay un mundo mejor/ Pero en este ya no aguanto un día más, una idea que repite, con énfasis hacia el contexto: Pero aquí no hay quien aguante un día más.

“Elefantes” y “La feria de los tontos”, son dos piezas muy divertidas, compuestas de forma diferente, pero con personajes muy parecidos en sus roles, dispuestos en dos escenarios con vasos comunicantes: un baile y un circo.

“La feria de los tontos” asume el ritmo, el tono y las maneras de un lenguaje circense, con varias capas de sentido. Se inicia con una invitación: Vengan vengan a la feria de los tontos/ Ya comienza el circo pronto, en la cual se expone la oferta: Domadores, marionetas, magos y caretas, seguida de otra: Vengan vengan a la casa de los juegos, donde se intensifican las emociones: Se reparte el miedo, en tanto, Todos llevan una venda/ Y un bastón de ciego.

Completa el show un salón de los espejos, que como en la literatura y el cine góticos no refleja nuestros rostros, sino el de “muchos muchos viejos”. Cualquier semejanza con la realidad no es casual.

“Elefantes”, a su vez, se nutre de la música y el lenguaje popular para mostrar toda una fauna de personajes y maneras de ejecutar el baile de los farsantes, esa danza en la que intervienen, no solo los careguantes, los que mienten y luego salen en la tevé, sino igualmente, quien prefiere quedarse callao, cuando lo invitan a la fiesta.

Pero ese maleficio tiene un remedio: Sácate tu miedo échalo pal suelo/ Y luego písalo con los pies. Desafortunadamente, el baile no ha terminado, porque, aunque se murió el elefante, nos dejó la trompa, y esa, aunque no la ves, te tumba los pies.

“Libres”, acompañado por el pop rock de los setenta, discurre como una crónica de la isla en los últimos cincuenta años que mezcla la nostalgia de un tiempo pasado, En los 70 en la fiesta de mi barrio siempre tocaba un combo; la crisis de los noventa, en la que Ya no daba la cuenta fuimos tocando fondo/ La gente inventa, pero cuando revienta se escapan con el combo, extendida hasta el tiempo presente, Los fantasmas de las mesas aún rezan por un día mejor, a la que el autor agrega su reflexión (No hace falta una iglesia para encontrar tu voz), y proclama: Y aunque no voy a la iglesia te juro por Dios/ Que yo voy a ser libre como el viento, y repite, una y otra vez, algo que dice, de distintas maneras, en varias canciones: Ya no le des más vuelta tu tiempo ya pasó como tu viejo cuento.

“Cicatrices en la acera” es otra crónica, más íntima, más personal, que arriba a una conclusión reiterada, en otros temas del álbum: Hasta cuando vas a estar callando/ Sin hablar de lo que nos rodea/ Tantos sueños se van marchitando/ Como cicatrices en la acera.

“Tu alma y la mía” y “Una vez”, son canciones de amor. La primera nos deja cuatro versos llamados a perdurar en la cancionística cubana: Te quiero tanto que por ti me escondería/ Para que nadie te haga daño por culpa mía/ Te quiero tanto que jamás te lo diría/ Para que nada pueda separar tu alma y la mía.

Finalmente, “Miedo a ser feliz”, es otra pieza de íntimo lirismo, en la que creemos reconocer la angustia del que parte (de una ciudad, de un país) dejando pedazos de su identidad, de su vida, porque como nos dejó dicho Kavafis, la ciudad que dejamos atrás, estará siempre con nosotros, Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques no hay, ni caminos ni barcos para ti.

Así concluye, con esta canción lacerante, esta reflexión sobre el desarraigo con que cargamos millones de cubanos, este álbum en el que están representados los conflictos que arrastramos; las dudas y los miedos que nos corroen; los sueños pospuestos; pero también están, anotados y subrayados, los personajes que sostienen la trompa; y las advertencias para que pises el miedo, para que lo eches pa΄tras, y avances hacia la luz.

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