Carlos Varela: Nada es como antes
En este disco el trovador muestra que nunca se podrá desprender de sus obsesiones, porque la realidad a la que ha cantado no solo se mantiene como un cuadro, sino que ha visto cómo sus conflictos se agudizan Se cronifican.
Por Michel Hernández
He escuchado el nuevo disco de Carlos Varela, Nada es como antes, que salió en las plataformas el pasado viernes 22 de noviembre, al cumplirse dos años del fallecimiento de su amigo Pablo Milanés. Lo he oído no una sino dos y tres veces y me he encontrado con Carlos Varela en las noches de La Habana y he mirado de frente el desarraigo que el trovador ha volcado sobre sus canciones para desprenderse tal vez del dolor de la distancia.
Pero en Carlos ese ejercicio es estéril. El trovador muestra con estas canciones que nunca se podrá desprender de sus obsesiones, porque entre otras cosas la realidad a la que ha cantado no solo se mantiene como un cuadro, sino que ha visto cómo sus conflictos se agudizan Se cronifican.
El disco tiene nueve temas que recuerdan diversas etapas del trovador, pero conservan algo en común: el interés por dialogar con las nuevas generaciones de cubanos, esos que van creciendo en la incertidumbre y el desasosiego del país al que Varela ha desmenuzado desde sus fondos con precisión quirúrgica. Hay canciones que reúnen todas las condiciones para entablar un diálogo cercano con el oyente y otras en las que el trovador pone nombre y banda sonora al hastío.
Es Varela frente a sí mismo lo que muestra este álbum. Varela frente a la interpretación que cada uno de nosotros tiene sobre el trovador. Con sus contradicciones y desvelos. Es el trovador que vuelve a unir sus partes en la prolongada distancia a partir de sus más diversas formas de interpretar la lejanía de su país, que en este momento tiene un mayor significado.
El disco fue grabado en Madrid donde el músico se encuentra desde hace ya un tiempo y desde donde ha continuado su carrera. Es también un álbum en el que podemos reconocer a la persona que éramos cuando salieron albumes de la categoría de Cómo los peces (1995).
Una singularidad que he percibido en Nada es como antes es que podemos quedarnos con el Varela que queramos tras oír la diversidad textual y rítmica que muestra el disco. “Elefantes”, “Libre” y “Tú alma y la mía” pueden ser algunas de las canciones que se conviertan en referentes de su regreso y del Varela que es hoy. Que no es el mismo pero es igual. Cómo el país al que canta desde el otro lado del océano.
Pablo en el recuerdo permamente
La foto que acompaña este texto la guardo con particular emoción. Fue tomada en los estudios PM Records cuando Carlos Varela y Pablo Milanés ensayaban para unos conciertos programados en Miami. Ambos músicos no paraban de bromearse con códigos que solo ellos podían descifrar porque parten de esas conexiones espirituales y avatares que se van compartiendo durante la vida y sobre los escenarios.
Recuerdo la despedida de Pablo en Casa América en 2022 en Madrid. Cientos de cubanos homenajearon al trovador cantando sus canciones, mientras en uno de los recintos de la instalación amigos entrañables de Pablo sucumbían ante el dolor por la ausencia del trovador. Fito Páez, en una esquina, no paraba de dar vueltas sobre sí mismo para tratar de afrontar el dolor que se le dibujaba en el rostro. El rosarino fue uno de los artistas que prácticamente le debe su vida y su carrera a Pablo, porque el cubano le echó una mano en uno de sus momentos más difíciles.
Pablo fue un artista que nunca hizo alarde ni publicidad con lo que hacía por los demás y por el país. Por Cuba hizo mucho en silencio hasta que las puertas se cerraron y el trovador apeló a su conciencia y a la conciencia crítica de sus inicios. Del verdadero origen de la Nueva Trova. Algún día serán escritas esas memorias que por la misma discreción que definió al trovador nunca sacó a la luz para demostrar nada. Porque en verdad Pablo ya nada tenía que demostrar.
Varela estuvo muy cerca de él cuando ya su cuerpo no podía seguir en la lucha por la vida. Uno de los actos más valientes que he visto lo protagonizó el propio Pablo en Cuba. Él estaba seguro que era su último concierto en el país y diseñó su despedida a la medida de la ilusión por su regreso e intereses creativos. Esperó con calma que desapareciera todo el polvo levantado por los que querían reducir su concierto en La Habana a una pequeña sala para unos cuantos invitados. Pablo sabía que las cosas tomarían su lugar. Y así fue.
Su público exigió ver con toda la libertad posible al trovador en un lugar para todos y Pablo subió al escenario de la Ciudad Deportiva para regalar el concierto que tenía dibujado en su mente. En el escenario olvidó el cerco de la enfermedad y volvió a repasar los clásicos que seguirán permaneciendo en el futuro de Cuba. Porque sí, aunque a veces es difícil imaginarlo, Cuba tendrá un futuro para todos. Pablo lo sabía y y la nostalgia también lo ayudaba a entregarlo en sus canciones para ese público humilde que lo sigue adorando por la sencillez y la calidez con que se entregaba durante sus conciertos.
Ya que se acerca diciembre recuerdo también que los fines de año en la isla no estaban completos sin los conciertos de Pablo. Se sentían como el regreso de un amigo con el que era obligado tomarse un café porque su presencia y conversación nos revitalizaba. Tuve la suerte de estar muy cerca de Pablo durante una buena etapa de mi primera vida profesional y de conocer a otras personas de su entorno íntimo con una humanidad increíble como su viuda Nancy Pérez Rey, que le entregó al trovador parte de su vida para que él siguiera con la suya, para que siguiera en la ruta.
Pablo se mantuvo en pie tras varios momentos definitorios y regresaba cada vez a los escenarios con el espíritu de aquella tarde en La Habana, donde no paraba de reírse con Varela en ese estado de complicidad que solo conocemos los cubanos.