Dolor en primera persona: Fallece en Miami Nancy Pérez Crespo
Nancy fue una pionera en muchas áreas, una protagonista de innumerables acontecimientos que hicieron Historia y una personalidad sin la que no puede contarse el acontecer de la cultura literaria y artística de Miami de las últimas décadas.
Hoy es un día particularmente doloroso entre todos los que me ha tocado vivir en tres décadas de exilio. Ha muerto en Miami una persona fundamental en mis afectos más sensibles, en mi familia y en mi desempeño profesional tras abandonar nuestro país: Nancy Turuseta o Nancy Pérez-Crespo (1940-2024), periodista y editora, mujer comprometida con la causa cubana y con todas las batallas de generosidad y justicia que convocaron su determinación de servir siempre.
Nancy deja como legado un ejercicio genuino de contribución humanísima y desinteresada a personas, proyectos, reclamos perentorios, llamados de salvamento, necesidades médicas, y tantas y tantas cosas -muchas veces desconocidas o anónimas- que imposibilitan conformar el retrato espléndido de esta compatriota en unos cuantos párrafos inacabados.
Se atropellan en mi cabeza todas las virtudes inmensas de Nancy y los recuerdos que guardo como un regalo invaluable. Ella fue parte importante de mi educación y adaptación en el exilio, una fuente importantísima de registros históricos, una catedral donde se atesoraban testimonios de primera mano y anecdotarios para una enciclopedia cubana de la diáspora.
No nos equivoquemos. Nancy no era fácil. Era firme y cortante, sin pelos en la lengua ni contemplaciones para la ambivalencia, sobre todo el zigzagueo politiquero y la complacencia indigna con la dictadura de Fidel Castro, razón por la que se vio obligada a abandonar su patria vía México en 1965, una partida que sería definitiva, porque Nancy no estaba dispuesta a volver a Cuba si no era en plena libertad.
Pero una vez que sintonizabas con Nancy, podías contar con ella a todo dar. A todo dar, quiere decir poniendo a prueba sus propios recursos, porque fue extraordinariamente generosa aun en horas de limitaciones. Lamento que a estas alturas muchas personas que se beneficiaron altamente de la bondad de Nancy tengan una memoria tan corta y hayan desaparecido de su entorno sin siquiera preguntar por su suerte.
Nancy fue una pionera en muchas áreas, una protagonista de innumerables acontecimientos que hicieron Historia reciente (así con mayúsculas) y una personalidad sin la que no puede contarse el acontecer de la cultura literaria y artística de Miami, y el periodismo independiente cubano de las últimas décadas.
Sus librerías SIBI y otros espacios culturales fueron tribunas para lo más excelso de los escritores y artistas en la ciudad. Allí se reunía en peñas, charlas y presentaciones de libros un sedimento poderoso de figuras republicanas, desde Lidia Cabrera, Guillermo Martínez Márquez, Carlos Montenegro, Enrique Labrador Ruiz, Rafael Esténger, Agustín Tamargo, José Ignacio Rivero, Enrique Riverón, Antonio Prohías, y también visitantes ilustres, como el hoy Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.
No tuvo nunca temores de acoger al recién llegado ni buscarse controversias locales, como cuando decidió presentar al preso político Jorge Valls. En su casa acamparon Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes… Fue una de las defensoras de los escritores y artistas del éxodo del Mariel, desde Arenas y Carlos Alfonzo a René Ariza. Fue una verdadera protectora de esa generación, los ayudó a sobrevivir y su propio hogar se convirtió en escenario teatral de proyectos que no cabían en otros lugares.
Tampoco tuvo reparos en respaldar a los nuevos exiliados de la crisis de los balseros y a los creadores llegados durante el éxodo de 1994, como el artista plástico Sergio Lastres. Fue también la anfitriona amable e incondicional de Mario Chanes de Armas tras su largo calvario en las cárceles cubanas.
Lo mismo se involucraba en conseguir un avión fletado para traer a Estados Unidos a un hijo de Oswaldo Payá Sardiñas en una emergencia médica que en coordinar los esfuerzos de la acaudalada filántropa Elena Díaz-Verson para propiciar la arriesgada operación de rescate familiar del piloto Orestes Lorenzo, el 19 de diciembre de 1992.
Como si fuera poco todo esto, fue una de las máximas impulsoras de la agencia Nueva Prensa Cubana (NPC, las mismas iniciales de su nombre), que dio cabida a decenas de periodistas independientes desde Cuba y fue vínculo permanente de Raúl Rivero, a partir de los años 90. Nancy fue una firme promotora para conseguir el reconocimiento del movimiento de periodistas independientes ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Su labor y su voz al producirse el arresto de decenas de periodistas y activistas independientes durante la Causa de los 75 fue realmente gigantesca y vital, con publicaciones de libros y revistas, programas especiales con familiares de los arrestados, gestiones internacionales e iniciativas incontables como las del Árbol de Navidad con los rostros de los presos de la Primavera Negra y el engañoso mapa de turismo que dentro registraba las locaciones de las cárceles y centros de reclusión de Cuba. Debo decirlo, con dinero de su bolsillo, porque nunca le tocaron los bendecidos grants de las entidades gubernamentales de Estados Unidos.
Hay una historia grandiosa y reveladora que conservan los archivos de Nancy y Juan Manuel Pérez-Crespo, su esposo y colaborador imprescindible. En esas cajas, cintas magnetofónicas, gavetas con legajos y cartas, caricaturas originales y una colección de arte de singular valor (con algunas piezas no cubanas que son auténticas rarezas), se guarda un patrimonio cubano que debería preservarse y promoverse de la mejor manera. Pensemos solamente en una voluminosa papelería de Arenas que estaba bajo su cuidado, y la serie de programas de frecuencia semanal que condujo en Radio Martí, teniendo como invitados regulares a Guillermo Cabrera Infante, Guillermo Álvarez Guedes y Raúl Rivero.
Por cierto, Nancy siempre entrevistó y defendió en su programa radial “Lunes de Comunicación con Cuba”, junto a su amigo entrañable Agustín Tamargo, a figuras como Payá, Elizardo Sánchez Santacruz, Laura Pollán y la doctora Hilda Molina, cuando ciertos figurones del exilio los consideraban colaboracionistas o “sospechosos”, porque a veces nos olvidamos de las infamias cometidas en nombre del patriotismo anticastrista.
Escribo estas líneas con la sensación de que estoy conformando un texto incompleto ante la obra inabarcable y la vida plena de Nancy. No creo que haya mucha gente que tenga gestos y decisiones como los que ella era capaz cuando veía a cubanos dignos en situaciones límite de necesidad o acoso político. ¿Conoce usted en Miami a mucha gente que sea capaz de hipotecar su casa para enviar dinero a disidentes y periodistas independientes en Cuba?
Pero no quiero cerrar esta nota de dolor sin hablar de Nancy como la Gran Dama hospitalaria y cariñosa que fue conmigo y, especialmente, con mi hijo Daniel. A todos sus atributos de persona familiar (porque Nancy era familia nuestra de corazón), añadía la virtud de ser una cocinera de altos quilates, de manera que visitarla fue siempre un disfrute doble de placer.
Nancy resultó también una enseñanza de cómo lidiar con las diferencias entre oleadas de exiliados, con puntos de vista de divergencia inevitable en muchas cuestiones. Nuestra relación empezó, curiosamente, por una discrepancia de tintes políticos que resolvió la querida tía Lilia Crespo con información pertinente. Tuvimos varios encontronazos, porque es imposible que personas que salieron de Cuba con una diferencia de 30 años puedan pensar, percibir y asimilar las realidades de uno y otro lado con la misma mirada y similares resultados.
La lección es que, por encima de todo, están los afectos, las lealtades y los agradecimientos por las cosas compartidas, las manos tendidas y el corazón abierto en momentos cruciales. Nada, ni la política, ni una ideología y menos un candidato a algo puede socavar lo entrelazado por vínculos legítimos de entrega y amor.
Nancy querida, gracias por tu grandeza humana y tu corazón cubano.