Ausencias personales: Mi infancia con Minnie Miñoso

Celebramos el centenario de un mito del béisbol. Como tantos otros símbolos y valores cubanos desterrados, denigrados y ninguneados, la Cuba del futuro le debe un gran desagravio a Orestes Miñoso.

Ausencias personales: Mi infancia con Minnie Miñoso
Orestes Miñoso durante su etapa gloriosa con los Chicago White Sox. Foto: John Austad/Chicago Tribune.

Estamos llegando al centenario de Saturnino Orestes Armas Arrieta Miñoso (1923-2015), el gran Minnie Miñoso, una fecha que toda Cuba y el béisbol deberían celebrar como una jornada gloriosa. Porque Miñoso no fue solo uno de los peloteros más espectaculares del siglo XX, sino también un hombre cuya conducta dentro y fuera del terreno consiguió inyectar de dignidad la permanencia del béisbol en nuestra época.

La fecha exacta del natalicio de Miñoso estuvo en disputa por mucho tiempo, incluso a partir de sus propias indefiniciones a lo largo de los años, pero las precisiones finales que quedaron ajustadas para la documentación del Salón de la Fama de Cooperstown en 2022, reiteraron el 29 de noviembre de 1923 como el día de su alumbramiento en Perico, Matanzas, un lugar que Miñoso iba a añorar con pasión de hijo agradecido hasta los momentos finales de su existencia.

Miñoso a mediados de los años 50. Foto: Osvaldo Salas/National Baseball Hall of Fame and Museum.

Las hazañas del Jackie Robinson cubano, el primer pelotero afrolatino en jugar en Grandes Ligas, a partir de abril de 1949, están fuera de toda discusión y su legado es inmenso para el béisbol y la familia beisbolera. Alguna vez en Cuba se insistirá debidamente en su historia personal y en su contribución al acervo de la nación, porque no basta solo para hacer justicia con la restitución de su nombre en un Salón redivivo tras años de ignominioso olvido. Creo que como tantos otros símbolos y valores cubanos desterrados, denigrados y ninguneados, la Cuba del futuro le debe un gran desagravio a Miñoso.

Pero en este centenario quiero rendir mi tributo personal a lo que significó -y aún significa- Miñoso para mi infancia, las memorias familiares más entrañables y mi devoción irrenunciable por el béisbol, que finalmente terminó por definir mi inclinación por la profesión periodística. Lo hago con la doble satisfacción de habérselo podido contar al propio Miñoso durante una de las últimas charlas telefónicas que sostuve con él, a finales de 2014.

El tema de la frustrante votación para Cooperstown y la entrada al rescatado Salón del Béisbol de La Habana me llevaron a contactarle en varias ocasiones en 2014. La última vez, en diciembre de ese año, conversamos por cerca de una hora y constituyó un verdadero regalo de emociones, sin imaginar que era también una suerte de despedida.

Con Felo Ramírez durante un almuerzo de homenaje en el Big Five Club Miami. Foto: CF.

Miñoso abandonó Cuba en 1961, en plena gloria deportiva, aclamado por su pueblo y por la afición en Estados Unidos. Nunca más regresaría a su patria, ni los medios cubanos volverían a mencionarlo, pero mi niñez en Sancti Spíritus –nací en 1960- estuvo rodeada de su presencia a través de los recuerdos familiares.

En 1954 y 1955 mi madre, la maestra normalista Ana Isla Rubert, y mis abuelos viajaron desde Cuba a Chicago, donde mi tío se había asentado como inmigrante y había formado familia en años recientes. Miñoso vivía entonces sus más espléndidas temporadas con los Chicago White Sox, y su nombre retumbaba en los medios de comunicación y en los escenarios públicos de la ciudad. El Cometa Cubano era la sensación que deslumbraba a los fanáticos en Estados Unidos.

Tarja de Orestes Miñoso en el Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown, NY.

Ni mi madre ni mis abuelos hablaban inglés, pero de las pocas palabras que podían entender en la radio y la televisión de Chicago estaba el nombre de Minnie Miñoso. Cuando mi madre era presentada allí por mi tío con la referencia de que ella vivía en Cuba, la respuesta más común de las personas era manifestarle la bienvenida con un sonoro ¡Minnie Miñoso!, mientras levantaban el puño en señal de orgullo por la contribución del cubano a la franquicia beisbolera local.

Desde entonces el nombre de Miñoso quedó asociado a una etapa feliz de la memoria familiar. En las reuniones caseras se evocaban esos viajes y se repasaban fotos sacadas de un baúl de recuerdos, con un sentimiento combinado de placidez y nostalgia por un pasado definitivamente ido. Fue así que Miñoso se sumó a los relatos de otros dos ilustres peloteros de mi familia que abandonarían poco después el país: Octavio Rubert, un estelar lanzador del Almendares que fue firmado en Grandes Ligas, y su hermano, Segundo “El Guajiro” Rodríguez, un bateador temible que hizo historia en la pelota amateur cubana de finales de los años 40s.

Pronunciar “¡Minnie Miñoso!” quedó fijado para  siempre como un grito de alegría y plenitud en mi hogar de Sancti Spíritus, donde permanecieron intactos los símbolos religiosos colgados de las paredes y se siguió festejando Navidad, Año Nuevo y Día de Reyes puertas adentro, al margen de la arrasadora impostura revolucionaria. “¡Minnie Miñoso!” fue de cierta manera la expresión cómplice de una resistencia ante lo prohibido. Hasta entrados los años 70s, mi familia aguardó por una salida hacia Estados Unidos que nunca se materializó.

Le relaté a Miñoso esas anécdotas y mi interés infantil por los peloteros ausentes de quienes se hablaba en la sala de mi casa. Me agradeció afectuosamente el relato y tuvo la inapreciable reciprocidad de contarme sobre su familia y su niñez, rememorando los cañaverales y el olor de la molienda del central Tinguaro en el Perico remoto de su memoria.

“Quisiera volver a pasear por los cañaverales de Perico, oler la tierra y el aire que me acompañaban cuando niño… Ojalá pueda ser pronto”, me confesó.

Pelota dedicada por Miñoso a la familia Cancio.

Miñoso estaba entonces en el dilema de ir a Cuba. Sabía que su salud le estaba fallando y no tenía mucho tiempo para hacerlo a manera de reencuentro final con sus orígenes y su patria. Tuvo la disposición para asistir a la ceremonia que iba a efectuarse el 27 de diciembre de 2014 en Bayamo, Granma, pero su médico personal no autorizó el viaje, debido a sus problemas cardíacos.

Quedamos en vernos en su próxima visita a Miami para seguir hablando de pelota, de familia y de Cuba. Pero no pudo ser. Semanas después el corazón le falló. Fue hallado inconsciente cerca de una gasolinera y declarado muerto en la madrugada del 1 de marzo de 2015.

Desde el olimpo donde está por todas sus virtudes atléticas y humanas, celebro este primer centenario de Orestes Miñoso agradeciéndole como asidero familiar, puente entre épocas del béisbol, y expresión sentida de cubanía, grandeza y generosidad.

Entrevista con Orestes Miñoso en 2014

Estadísticas completas de Orestes Miñoso en Grandes Ligas

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