Entre el poder y la máscara: Conversación con Mephisto en La Habana

Una de las películas más extraordinarias de nuestro tiempo está cumpliendo 40 años con lozanía y vigencia que solo pueden exhibir los clásicos: Mephisto (1981), obra maestra del realizador húngaro István Szabó.

Entre el poder y la máscara: Conversación con Mephisto en La Habana
Klaus Maria Brandauer en una escena de "Mephisto"(1981), el laureado filme de István Szabó.
Una de las películas más extraordinarias de nuestro tiempo está cumpliendo 40 años con lozanía y vigencia que solo pueden exhibir los clásicos: Mephisto (1981), obra maestra del realizador húngaro István Szabó. El aniversario marca también el momento histórico en que recibió el Oscar como mejor filme extranjero, primera producción cinematográfica de Hungría en conseguirlo.

Cuando me enfrenté a la película por primera vez no pude sustraerme del estremecimiento que produce el disfrute y la introspección de una obra de arte, con todas sus derivaciones polisémicas en los sentidos. Toda lectura o apreciación de una creación artística termina siempre en una asociación con nuestro entorno y nuestras prioridades emocionales y reflexivas. En los 80s, Mephisto me parecía demasiado alusiva a la realidad cubana, a la relación viciada entre arte y política que gravitaba sobre la vida nacional. Casi cuatro décadas después, el filme no podía ser más vivo, más elocuente, más aleccionador.

Mi ejercicio profesional en la esfera del cine me proporcionaría pocos años después el inmenso regalo de poder entrevistar al protagonista de la cinta, el ya célebre actor austríaco Klaus María Brandauer, y conocer y mantener un diálogo con el realizador István Szabó en La Habana. La extensa entrevista con el actor es una de mis satisfacciones plenas como entrevistador y apareció publicada en la revista CINE CUBANO, en 1988, bajo el título de “Brandauer: Las máscaras humanas son peligrosas” (Las fotos de la entrevista con Brandauer se las debo a la excelente fotógrafa y amiga desde los tiempos universitarios, Natacha Herrera).

El descalabro de la conciencia

Mephisto es una gran parábola de los vínculos entre el poder y el arte, el oportunismo y la lealtad, el afán de protagonismo y el descalabro de la conciencia. Basada en la novela homónima de Klaus Mann, la película se inspira en la vida y la trayectoria del actor alemán Gustaf Gründgens, quien transitó desde el teatro bolchevique de agit-prop en un pueblo de provincias hasta transformarse en ícono de la propaganda nazi.

Gründgens/Hendrik Höfgen goza de creciente popularidad en la medida en que sus amigos entrañables huyen, son excluidos o desaparecidos por el régimen, y opta por encubrirse en las apariencias de la teatralidad, de espaldas a los latidos del conflicto social. Los compromisos morales de su situación se justifican en su conciencia con una lógica complaciente: sus estrechas relaciones con los oficiales nazis son para ayudar a amigos que, de otro modo, serían maltratados y victimizados.

Durante mi entrevista con Brandauer en La Habana. Foto: Natacha Herrera

Congraciarse con el oficialismo y el Partido Nazi le permite preservar su trabajo y mejorar su posición social. En la cúspide del estrellato, el pacto con Mefistófeles termina convirtiendo su conducta en una historia fáustica. Ha renunciado a su integridad moral y vendido su alma para alcanzar el poder y la gloria, pero al final no es más que una pieza de manipulación, un títere que en la demoledora escena final se pregunta desolado: “¿Qué más quieren que haga? ¡Yo soy un artista!”

Estamos en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y los nazis emprenden la cacería contra judíos y desafectos a la ideología dominante, pero el escenario y los protagonistas pueden ajustarse a cualquier latitud o circunstancia de actualidad, como sucede con las metáforas posibles del arte genuino.

El cineasta informante

No paso por alto en estas palabras dictadas más por la impresión que por la crítica de arte, que en 2006 Szabó suscitó una gran polémica cuando el semanario húngaro Élet és Irodalom (Vida y Literatura) publicó un artículo con revelaciones de que había sido informante del servicio secreto del régimen comunista. El artículo lo comprometía con 48 informes sobre 72 personas, entre 1957 y 1961.

Tras la publicación del artículo, más de 100 destacados intelectuales, entre ellos algunos de los que Szabó había denunciado, firmaron una carta de apoyo para defenderle.

Quiero pensar a estas alturas que Szabó se valió de Mephisto para exorcizar también su culpa y sus fantasmas. De cualquier manera, Mephisto y Szabó están en la historia del arte, sin discusión posible, y su legado auténtico junto a ese debate ético tal vez nos pueda servir a los cubanos para dilucidar en un futuro las que serán nuestras exclusiones y permanencias en el imaginario cultural de la nación.

Es una consideración, no una certeza, pero lo veo venir. La única convicción es que la obra -en el arte o en cualquier otro campo de la creación humana- es el único pilar verdadero, sujeto a la valoración del tiempo. Las circunstancias, los contextos y las conductas de sus hacedores pueden ayudar a explicarla, pero la obra es un universo en sí misma, con vida propia y dimensión autónoma.

Y como decía un querido profesor, hoy solo recordamos la existencia y la vitalidad de La Divina Comedia, no si Dante era güelfo o gibelino.

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