Cuba en la encrucijada: Castrismo light
Por Carlos Cabrera Pérez
A mí no me eligieron Presidente para restaurar el
capitalismo en Cuba, ni para entregar la Revolución.
Raúl Castro, 24 de febrero de 2013
Raúl Castro está harto de casi todo; pero principalmente de ser el bellaco de los Castro y ha tirado de Miguel Díaz-Canel Bermúdez para instaurar el castrismo light, al menos hasta que su hermano muera, y los que vengan atrás arreen como puedan y quieran.
A sus casi 82 años no puede revertir la herencia maldita de la que formó parte como vicecomandante en jefe porque cada vez que ha intentado abordar soluciones, ha encontrado que los mayores obstáculos y desafíos no están en la contrarrevolución, sino en la intrarrevolución, es decir, en una burocracia ineficaz y corrupta que se maneja como pez en el agua salvaguardando las conquistas de la revolución y sus fortunas en moneda dura para cuando escampe.
Por ello, la puesta en escena del pasado 24 de febrero en la Asamblea Nacional del Poder Popular fue una pieza made in Raúl de principio a fin. Previamente había desarrollado el primer acto en un Pleno del Comité Central, donde informó al Partido Comunista de lo que iba a suceder un par de horas más tarde; luego hizo comparecer a Fidel Castro con Dalia Soto del Valle para que leyera una proclama con sus habituales letanías y repartió los cargos.
Puesto para el aburrimiento
El “negro bastante grande” Esteban Lazo – son palabras textuales de Raúl- fue destinado al aburrimiento de la Asamblea Nacional; el anciano José Ramón Machado Ventura, de capataz en el PCC; y el rubio de ojos claros Miguel Díaz-Canel como segundo al mando. En todos los casos, las primeras figuras van acompañadas de mujeres, negros y mestizos en ese intento pueril de yugoslavizar el aparato mediante cuotas absurdas, pues lo importante es la capacidad y no el color de la piel o la tersura del pelo.
Cuando tomó la palabra, Raúl reiteró que no lo eligieron para construir el capitalismo, explicación innecesaria que a más de uno debe haberle sonado justo al revés: ¡Ahora sí vamos a construir el capitalismo!, aunque tenemos que manejar los tiempos para que mi hermano Fidel descanse en paz y yo pueda acogerme a un retiro tranquilo, sin sobresaltos como el de Pinochet en Londres.
La reciente Presidencia de la CELAC abre un espacio nuevo para el mandatario cubano, que en el ámbito interno se preservará para grandes momentos como los entierros de su hermano y de Hugo Chávez, el Sexto Congreso del Partido Comunista y el acariciado arreglo del diferendo con Estados Unidos, sin dejar de estar atento a las señales de sus hijos Mariela y Alejandro: ella asumirá el rol de portavoz oficiosa de su padre en temas puntuales, mientras que él garantizará que quien se mueva no salga en la próxima foto.
Pero esto no implica que a Miguel Díaz-Canel Bermúdez le haya tocado un jamón. Porque conseguir ese castrismo light mplicará pactar con Estados Unidos, tender puentes con el exilio y una parte representativa de la oposición y, sobre todo, conseguir que la economía genere renta, empleo y bienestar, ahondando las injusticias sociales ya apreciables en la isla y que marginan incluso a combatientes de la revolución cubana.
Tranquilizar a USA
Un acuerdo con EEUU podría parecer complicado, pero Alan Gross, la probable exclusión de Cuba de la lista de países que apoyan al terrorismo, Venezuela devaluada, la colaboración en política antinarcóticos y cinco espías dan para comenzar un juego que tranquilice a los norteamericanos sobre potenciales oleadas migratorias y permita sentar las bases de un diálogo mutuamente ventajoso, que desemboque en la reanudación de relaciones diplomáticas.
Cuba no debe seguir privándose de las ventajas de vivir a 180 kilómetros de un mercado tan dinámico como el norteamericano, y donde viven 1.8 millones de cubanos que -mayoritariamente- ha sabido integrarse y trabajar con acierto en una sociedad muy diferente a la que se educaron y vivieron los primeros años.
El mundo se está reagrupando en esferas de influencia por vez primera desde la caída del Muro de Berlín, los bloques europeo-norteamericano, la cuenca del Pacífico con China, Viet Nam y Sudáfrica como locomotoras; Rusia y sus aliados del Asia Central, que recelan de Pekín, son magníficas oportunidades para la isla, porque el capital humano que formó la revolución puede encontrar trabajo y mercado en esa nueva configuración.
Pero antes, Díaz-Canel debe marcar distancias con el eje bolivariano, como ha hecho Lula Da Silva, antes de que sus ahora aliados consoliden o fracasen en sus proyectos nacionales y dejen de necesitar la mano de obra cualificada y barata de Cuba, que ha acudido presurosa al enésimo llamado de la revolución para garantizarse unos ahorros en CUC y apertrecharse de baratijas varias del capitalismo.
La Cuba que necesitamos
En el caso del exilio, excluyendo a los que propugnan una noche de San Bartolomé, el entendimiento no sería demasiado complicado porque una parte está acostumbrada a pensar en clave democrática. La opinión del otro pesa lo mismo que la propia y otra parte arde en deseos de que levanten la veda inversionista para volver a su antiguo Cedeerre e invertir en casa, coche y hasta en amores caros, que nunca viene mal.
Con la oposición interna, los primeros contactos serán complicados, pero todo dependerá de la generosidad de ambas partes para sentarse a conversar sobre la Cuba que necesitamos, que queremos y, sobre todo, la Cuba posible que proteja a los damnificados del castrismo: ancianos, madres solteras, enfermos crónicos y personas con escasa instrucción, poniendo en valor las bondades de la riqueza económica y la justicia.
El indulto, reducción de pena o posibilitar que el escritor Ángel Santisteban cumpla su condena en arresto domiciliario podría ser un gesto notable hacia los cubanos que no comparten la visión del Buró Político sobre los temas nacionales, y obligaría a la oposición pacífica a replantearse su relación con las autoridades.
Lamentablemente, los maoístas mítines de repudio dentro y fuera de Cuba -como los sufridos por Yoani Sánchez en su reciente visita a Brasil-, las recientes golpizas denunciadas por las Damas de Blanco y el encarcelamiento del reportero independiente Calixto Martínez no contribuyen a generar un clima de convivencia pacífica entre cubanos que piensan diferente. Los fuegos no deben apagarse con gasolina y Díaz-Canel puede estrenarse bajando la tensión con quienes no piensan como él.
Negociar la paz social
El gobierno teme a una revueltas como la Primavera Árabe y, particularmente, a una salida como el injusto asesinato de Muammar Gadafi y por eso sabotea todas las acciones de la oposición. Pero cerrarse al diálogo, desconocer al adversario respetuoso e imponerse por la fuerza puede ser la chispa que acabe incendiando a un pueblo noble y con hambre de pan y libertad.
En su momento, habría que redactar una nueva Constitución pactada con todas las sensibilidades por opuestas que parezcan, que garantice la paz social necesaria para crecer económicamente; pero antes habría que negociar si se avanza hacia un esquema de perdón pero no olvido a los represores o se ahonda el cisma entre las dos Cubas.
Estaríamos ante la angustia de elegir mirando al futuro o al pasado. La sensibilidad del tema no permite pasiones ni improvisaciones y la decisión que se proponga debe ser refrendada en voto secreto y directo por los ciudadanos en un plebiscito ad hoc.
Los altos cargos militares cuentan con cinco años para consolidar su reparto del pastel y luego asistirán disciplinados a la fiesta del capitalismo, pues aunque puedan recelar de un compañero como Díaz-Canel, quien no estuvo en la Sierra ni en el Llano, ni cumplió misión internacionalista, más le valdrá alguien conocido y endeudado afectivamente con su jefe, que uno nuevo que se ponga a rebuscar en el origen de sus fortunas o a dictar leyes para enjuiciar a supuestos criminales que comienzan a estorbar.
Alejamiento gradual
Probablemente, más de un general o coronel esté barajando la opción de ser el Putin cubano, pero Cuba y Rusia son naciones muy diferentes y la huella más palpable de tanta ayuda generosa y desinteresada ha sido la bolsa negra que los soviéticos importaron en aquellos días luminosos y tristes del Caribe, como dejó escrito Che Guevara, quizá a manera de epitafio.
La Iglesia Católica tendrá que suavizar su discurso social para evitar que los nuevos mercaderes acaben echándola de los templos en alianza con los neobabalawos área dólar que dibujan cábalas y ordenan cruces de ceniza en lenguas, al compás de Caridad del Rosario Diego Bello, la discreta jefa de Asuntos Religiosos de un partido materialista y dialéctico.
Pero para comer del pastel su Eminencia Jaime Ortega Alamino cuenta, además del peso Vaticano, con dos poderosos aliados: Eusebio Leal Spengler y Miguel Barnet Lanza, sincretistas contumaces que podrían encontrar tranquila acogida en San Carlos y San Ambrosio, donde instalarían un Acetre con hisopo electrónico, que aparte al rebaño de las tentaciones del dinero que todo lo envilece… menos a los ricos de espíritu como ellos.
Algunos análisis no descartan que el nuevo hombre fuerte sea una figura de paso para luego colocar al verdadero tapado o tapada, aprovechando errores del ahora uncido o su desgaste popular debido a políticas impopulares pendientes de aplicación. Pero ojo con el Vice, que si sale vivo del envite nadie podría disputarle el poder.
Raúl Castro sabe todo esto y más, pero parece que ha perdido la ilusión. Así que -pragmáticamente y en comunión con Benedicto XVI- ha preferido un alejamiento gradual del tedio de un Estado pobre y periférico en un mundo unipolar regido por una oligarquía financiera milenaria, corriendo incluso el riesgo de que Díaz-Canel no llegue vivo políticamente al próximo mandato en 2018.
Pero qué más da. Ya Fidel Castro ponderó la virtud de no aspirar a cargos ni a glorias, y parece que Raúl, Furry Colomé Ibarra y Machado Ventura le han tomado la palabra. aunque van a seguir de cerca a Miguel Díaz-Canel Bermúdez y a Marino Jorge Murillo, dos hombres unidos por el destino de una peculiar partida de Monopoly, que ahora comienza de verdad… o de mentira, pero donde se juegan todo, o casi todo.