Velada Ciudadana: primer territorio libre de Cuba
Un grupo de activistas por los derechos ciudadanos se reúnen cada martes y jueves, de 6 pm a 8 pm, en el parque de 31 y 41, en la esquina del hospital “Liga contra la Ceguera”, muy a tono con la función de los activistas por apartar la venda a los cubanos y enseñarles a superar el miedo.
Para continuar con su ejemplo y a la memoria del que fuera vilmente asesinado, comenzaron a reunirse el mismo día que enterraron al disidente Juan Wilfredo Soto, (El Estudiante), y sellaron ese día como el nacimiento de la Velada Ciudadana.
Al principio fueron tres los que comenzaron la Velada, luego cinco, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce defensores de un espacio de libertad y que están resueltos a pagar el precio mayor.
De todos los ángulos comienzan a llegar con rostros entristecidos. Es la hora de los convocados. No saben qué les deparará el resto de la tarde. En ocasiones anteriores los han arrestado, golpeado, amenazados. Pero a pesar de todo, al encontrarse un brillo de nobleza los invade y se abrazan.
–Llegamos a tener una contradicción –me comentaba José Alberto Alvarez Bravo, su principal organizador–, cada vez que llegábamos a diez nos golpeaban. A veces cuando veíamos que llegaba el número nueve, no sabíamos si deseábamos que se uniera el siguiente; pero la convicción nos hacía espantar el miedo, no importan los golpes. Nos parten la cabeza, vamos al médico, nos cosen y regresamos. Nos fracturan un hueso, lo enyesamos y volvemos. Nos encierran en un calabozo, esperamos, en algún momento tendrán que liberarnos, y sin pensarlo retornamos. Es nuestro convencimiento. A pesar de los sufrimientos que tengamos que padecer, queremos que se nos unan cien, mil, un millón, todo el pueblo de Cuba para que exija sus derechos.
Mientras permanecen en acecho por los miembros de la Seguridad del Estado, los disidentes se ayudan a ahuyentar el miedo, conversan sobre tópicos específicos “El concepto de la unidad posible”: “La necesidad de implementar el elemento afectivo dentro de la sociedad civil”. “La tolerancia”, “El respeto absoluto a la libertad individual”.
–Tratamos de aprender a ser ciudadanos –me decía uno de los más jóvenes, Yaroslan Tamayo Rueda, sin perder de vista a dos agentes que fingían conversar.
–Hacemos el entrenamiento –prosigue una muchacha–, de cómo viviremos en una Cuba democrática, al menos teóricamente.
Los agentes se mueven a nuestro alrededor, muestran nerviosismo. Esperan la orden de proceder o mantenerse “pasivos”.
Repaso los rostros del grupo de disidentes, busco la respuesta que convoca a varias generaciones a reunirse, qué los motiva a pesar del asedio y los abusos a correr el riesgo: profesionales, trabajadores, una mujer de origen campesino, negros y blancos. Converso con ellos y encuentro la razón que los une: CAMBIO. Necesitan progreso, libertades.
José Alberto Alvares Bravo, como asegura su segundo apellido, ha soportado seis detenciones. Amenazado de enviarlo a prisión, incluso a muerte.
–La policía política me ha robado dos móviles –me dice José Alberto–, el 12 de julio varios policías allanaron mi vivienda para robarme la laptop y todos sus componentes. Me llevaron los libros –prosigue pausado mientras tomo nota–, 64 cuc. Son ladrones vulgares, simples asaltadores de camino.
Hace una pausa, recorre la vista o la deja en el vacío intentando darle un descanso en la distancia.
–Pero al comprender que nada que hagan contra mí va a amedrentarme, han decidido sembrarnos falsos “disidentes” que han dicho que en el registro encontraron debajo de mi almohada 20 000 dólares entregados por donación y que no había informado para no compartido –José Alberto sonríe apenado–, ese dinero no lo he visto ni en película.
Y llama a Inés Antonia Quezada Lemus, una de las valientes Damas de Blanco.
–Enséñale –le ruega–, los golpes que recibiste en G y Calzada. Ella sin mucho interés enseña algunas marcas que se aferran en no desaparecer.
Inés llama a José Ángel Luque Alvarez.
–A él fue peor –y lo abraza–, este sí es un héroe, soportó tanto dolor y humillación como Cristo.
El joven tímido me enseña un rosario de cortaduras en los brazos. Asegura que los militares, a cambios de dádivas, instigaban a los reclusos comunes a golpearlo.
–Me violaron –me dijo y recibí la noticia como un golpe en el mentón–, los oficiales me penetraron. Uno a uno mientras me repetían que no se me iba a ocurrir más gritar “Abajo la Dictadura y Fidel es un asesino”, le aseguraban que él iba a saber qué era una Dictadura. (Pero este es un futuro post que haré en forma de recordatorio. Las denuncias nunca serán suficientes).
En solidaridad una muchacha que observaba desde un banco cercano nos alerta de que nos están tomando fotos.
–No le den la importancia que ellos no merecen –dice Leidi Coca, otra de las Damas de Blanco.
Alguien del grupo avisa que desgraciadamente ya debemos separarnos porque son las 8 p.m.
–Y ahora esperar nuevamente cinco días para revivir este espacio de libertad que no gobiernan los hermanos Castro –lamenta Inés Antonia.
Cada uno vamos expresando el sentimiento, la experiencia que nos recorre el cuerpo y la mente por habitar un espacio, por ahora ínfimo, de plena libertad.
Finalmente nos damos el abrazo de despedida con los mencionados anteriormente, y René González Bonella, Florentina Machado Martínez, Pedro Larena Ibañez.
Nos vamos asustados, pero con la firme convicción de regresar el martes siguiente y revivir ese espacio de libertad.
* Escritor cubano residente en La Habana. una de las más prominentes voces de la literatura cubana actual. Su libro de cuentos Dichosos los que lloran ganó el premio Casa de las Américas en el 2006.
José Alberto Alvarez Bravo se encuentra detenido desde el 20 de septiembre, cuando se dirigía a participar en una de las Veladas Ciudadanas.