Tomás Barceló in Memoriam

Tomás deja una extensa obra fotográfica, acumulada mayormente durante sus años como reportero en Cuba, y reconocida con una treintena de premios nacionales e internacionales.

Tomás Barceló in Memoriam
Tomás Barceló Cuesta (1950-2010)

Por Wilfredo Cancio Isla

Se ha ido el amigo Tomás Barceló Cuesta, un excepcional fotógrafo cubano que también exploró con tenacidad y lucidez la creación literaria, el periodismo y la docencia. Su muerte ocurrió el pasado 27 de mayo como resultado de la reacción alérgica a un medicamento que agudizó una crisis hepática.

Tenía 60 años y era profesor de la Escuela de Ciencias de Información de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, donde residía desde 2001.  A la vez colaboraba con las principales publicaciones de Córdoba, entre ellas La Voz del Interior, Comercio y Justicia, Aquí Vivimos y Recovecos.

Tomás deja una extensa obra fotográfica, acumulada mayormente durante sus años como reportero en Cuba, y reconocida con una treintena de premios nacionales e internacionales. Fue un observador intenso y perfeccionista, de esos cazadores de imágenes capaces de hallar el drama o el humor que subyace en una composición imperceptible para el ojo no entrenado, todo ello recreado con un singularísimo sentido de la plasticidad.  Una visión pictórica de la cotidianidad que aprendió de dos grandes maestros: Rogelio Moré y Osvaldo Salas.

Se involucró en la fotografía para “hacer algo” tras cumplir el Servicio Militar, a comienzos de los años 70. Tomó la convocatoria de un curso libre, temeroso de convertirse en víctima de la ominosa Ley contra la Vagancia de 1971. Y así del azar surgió el reportero gráfico y el artista del lente.

Su primer trabajo fue como fotorreportero del Instituto de Deportes (INDER). Lo conocí en 1983 en la redacción del diario Trabajadores, donde ambos coincidimos en labores periodísticas por casi cinco años. También tuve la satisfacción de contarlo entre mis alumnos de la carrera de Periodismo en la Universidad de La Habana, cuando Tomás (o Tomasito, como le decíamos) decidió formalizar académicamente el crédito profesional que avalaba ya su desempeño cotidiano.

Comprendí desde esos días que Tomasito no era un sólo un fotorreportero que cumplía asignaciones con corrección y laboriosidad. Sus afanes y retos iban mucho más allá de la cobertura periodística del día. Era un lector voraz que tenía además destrezas de cronista y talento narrativo.

Su pasión por la escritura terminó por encauzarse en títulos como Cuentos de La Habana Vieja (1997), Perverso ojo cubano (antología de cuentos, 1999) y Recuérdame en La Habana (2005), su primera novela, una desgarradora historia de la participación cubana en la guerra de Angola (1975-1989). En 2006 se alzó con el Premio del concurso Gabriel Miró, en Alicante, España, con el relato “Mañana estaré muerto”.

Poco antes de morir había terminado otra novela titulada El ojo del mundo, que se publicará próximamente en Argentina y planeaba presentarla en la Feria del Libro de Miami, en noviembre.

Aunque en los últimos años la vorágine de la vida nos impidió contactos más frecuentes, tuve la dicha de poder comunicarme repetidamente con él en las semanas que precedieron su muerte. Le escribí tratando de localizar unas fotos que Tomasito había tomado al actor Jack Lemmon durante su visita a Cuba en diciembre de 1985. Ambos estuvimos en la conferencia de prensa que ofreció Lemmon y tuvimos la oportunidad de acompañarle en grupo durante un recorrido con el artista por La Habana Vieja, lo que me permitió hacerle varias preguntas adicionales para una entrevista que quedó finalmente inédita.

Casualmente, Tomasito había conservado aquellos negativos y los tenía en Córdoba. Los escaneó y retocó para enviarme las fotos apenas días después de mi petición.

“Seleccioné las que consideré tienen un gesto más o menos que se acerque a su personalidad de sano humor”, me escribió en un email en abril.

Sin imaginármelo, este reencuentro electrónico estaba marcando nuestra despedida. Con la publicación de estas fotos rescatadas quiero rendir un modesto tributo al amigo Tomás Barceló y continuarlo recordando con su sonrisa diáfana, su espíritu jodedor y su contagiosa pasión por la vida.

“Su novia eterna”, como solía llamar a la esposa, la periodista argentina Irina Morán, de 35 años, y la hija de ambos, Lucía, de ocho, planean viajar a la isla en noviembre para darle una última despedida y echar sus cenizas al mar, en el Malecón de La Habana, deseo que alguna vez manifestara Tomás en la intimidad familiar.

En Cuba quedan sus hermanos, innumerables amigos y su otro gran amor: la doctora en Estomatología Katia Barceló, de 28 años e hija del primer matrimonio, y su nieto Andrés Fabián.

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