Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanos

Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanosConcluida su preparación para viajar a Estados Unidos como el agente Ariel de la inteligencia cubana, el profesor Edgerton Levy fue instruido para simular una salida ilegal con su familia desde la costa norte de La Habana.

Pero el simulacro de la partida se convirtió en una verdadera odisea. El azar les jugó una mala pasada y no sería hasta el cuarto intento que Levy y su esposa, la agente Laura, pudieron finalmente hacerse a la mar y tocar territorio estadounidense.

En este tercer fragmento testimonial, Levy cuenta los agónicos acontecimientos que rodearon su aparatosa fuga de la isla para integrarse a la Red Avispa, la organización de espionaje que él mismo contribuiría decisivamente a desmentelar poniéndose al servicio del FBI desde su llegada a Estados Unidos en junio de 1993.

Los testimonios publicados por Levy en CaféFuerte forman parte de un libro actualmente en preparación.

EL AZAROSO SIMULACRO PARA SALIR DE CUBA

Por Edgerton Levy

El segundo intento de salida tuvo lugar el jueves 1ro de octubre de 1992 y fue no menos desafortunado que el primero, aunque no hubo que sufrir el trauma de salir en las condiciones naturales adversas de un punto en la costa. Como se había acordado, la salida en esta ocasión tuvo lugar desde la propia base de Tropas Especiales en Jaimanitas.

Llegamos alrededor de las nueve de la noche al mismo muelle techado al que habíamos arribado anteriormente, que se hallaba igualmente desolado, pero a diferencia del día de nuestro arribo, sólo se encontraba atracada la embarcación del pescador de Cojimar con la balsa a bordo. Ya Frank y el patrón -que así fue como lo conocimos y siempre le llamamos- se estaban esperándonos, listos para partir.

Salimos al igual que en la ocasión anterior totalmente a oscuras y navegamos con rumbo Norte algo más de tres millas, cuando viramos hacia el Este hasta sobrepasar la ciudad de La Habana para hacer en esencia el mismo recorrido. Ivette, mi esposa, tan pronto zarpamos tuvo que acostarse nuevamente en la colchoneta, pues ya sabía que esa  era la mejor forma de soportar el ininterrumpido mareo que el bamboleo del mar le ocasionaba. Daniel, nuestro hijo pequeño, retomó el juego con sus carritos por toda la cubierta y nos desplazábamos tranquila y suavemente  en dirección Norte tras haber dejado atrás a la ciudad de La Habana desde hacía un buen rato, cuando de pronto, sin haber sentido ni oído nada previamente, un potente reflector se encendió sobre nosotros desde de una Grifin [1] que se encontraba a oscuras y a menos de 100 metros de distancia de nosotros.

Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanos– ¿Pero que hace esta gente aquí?, ellos no están supuestos a estar por toda esta zona.

Fue la primera reacción de Frank, quien acto seguido nos indicó que nos escondiéramos lo mejor posible dentro del camarote en la proa, tirándonos todo lo que pudiéramos encima para evitar por todos los medios que ellos nos pudieran ver.

La Grifin inmediatamente arrancó sus motores o les aplicó mayor potencia, ya que comenzaron a sonar estruendosamente mientras daban vueltas alrededor de nuestra embarcación y anunciaban por unos altoparlantes sus intenciones de abordarnos. Frank estaba frenético y le indicaba al patrón que maniobrara de forma que les fuera totalmente imposible alcanzar sus propósitos, ya que eso  abortaría  por completo  la  operación, y al mismo tiempo les gritaba a los guardafronteras que la embarcación era de pesca y estaba debidamente autorizada a operar, y que no estábamos haciendo nada indebido. La Grifin continuaba girando a nuestro alrededor, acercándose cada vez más amenazadora en sus pases e insistiendo en que les posibilitáramos subir a bordo.

Convencido de que no desistirían hasta tanto lograran sus propósitos, Frank decidió darles el nombre y el cargo de un oficial de Tropas Guardafronteras con el cual podían verificar que todo se encontraba en orden en relación con nuestra embarcación. Al parecer, la patrullera verificó a través de su Puesto de Mando la información que se le dio y recibió instrucciones de que nos dejara continuar, pues de repente se alejó definitivamente, dejándonos en paz. Aunque en realidad, ya nada sería igual.

– Bueno, ¿y ahora que hacemos?, inquirió Frank mirándome.

La pregunta quedó suspensa en el aire en espera de una respuesta que sólo él mismo podía dar, pues era quien estaba al frente de la operación. Era evidente que las ráfagas que soplaron en la Dirección General de Inteligencia (DGI) después del fracaso de la primera salida aún estaban frescas y quería asegurarse de que la decisión que tomara al menos contara con alguna opinión de nuestra parte; o tal vez sólo quería que la decisión de regresar que ya tenía en mente, no saliera precisamente de sus labios.

– Yo creo -comenzó a responderse él mismo al ver que yo me quedé impávido- que no va a quedar más remedio que regresar, pues ellos debieron reportar por radio el nombre de la embarcación y sabe Dios que otras informaciones más sobre nosotros que pudieron ser oídas por los radio escuchas enemigos.

Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanos– ¿Qué tú opinas, Ariel? –insistió.

Tomé algún tiempo para responderle, porque realmente yo no había logrado sobreponerme a la desagradable impresión que me causó la oscura patrullera gris maniobrando agresiva a nuestro alrededor mientras el patrón la esquivaba para evitar que se nos acercara demasiado. Todavía estaba asustado y me sentía aturdido e incrédulo con lo que había acabado de presenciar, pero la idea de regresar de nuevo no me gustaba ni un poquito. Me daba mala espina. Pensé que era mucho mejor continuar nuestro camino, pues la existencia de comunicaciones sobre nosotros podría ser considerada por ellos como un elemento adverso a los propósitos del viaje, pero a mí que podía importarme si en fin de cuentas mi objetivo era irme de Cuba y para eso lo único que tenía que hacer era continuar navegando rumbo Norte.

– Frank, yo no creo que eso sea algo tan importante. Tendríamos que ponernos de muy mala suerte para que alguien haya estado monitoreando esa conversación. Además, me imagino que ese tipo de intercambio tenga lugar de forma cifrada, por lo que no tendríamos de qué preocuparnos.

– Pero nada de eso lo sabemos a ciencia cierta. Bien pudo ser monitoreada y también los guardafronteras pudieron considerar que se trataba de una situación de rutina y soltarlo todo abierto, ¿quién sabe?

– Ok. Vamos a poner por caso que ellos dieron el nombre de nuestra embarcación abierto y la reportaron en actividades sospechosas, ¿Qué tendría eso que ver? En fin de cuentas es muy probable que ellos ni siquiera nos hayan visto a nosotros y sólo los hayan reportado a ustedes, lo que no tendría por qué afectar los objetivos de nuestra salida. ¿Acaso con regresar solucionamos el problema? No, no lo creo. No te das cuenta que de todas formas el nombre de la embarcación va a seguir siendo el mismo hoy y mañana, a menos que se le cambie.

– En ese caso alguien, que no somos nosotros, tendrá que tomar una decisión.

No se dijo una palabra más ni valía la pena continuarle insistiendo, pues era evidente que él ya estaba decidido a regresar. Dio instrucciones al patrón e inmediatamente iniciamos el viaje de vuelta a la base de Jaimanitas.

Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanosLa determinación de Frank me hizo dudar de sus verdaderas intenciones y de repente sentí como que eso era lo que precisamente alguien estaba deseando que sucediera. Boris muchas veces nos dijo durante el proceso de preparación operativa: “Tengan siempre presente que en este negocio no hay nada casual, duden siempre de todo y de todos”.  Eso mismo fue lo que hizo Barbán tras el fracaso del primer intento de salida. ¿Pero qué interés podía tener alguien en poner trabas a nuestra salida? De ser cierto que no se trataba sólo de un conjunto de casualidades, el objetivo no debía ser  interrumpir nuestra salida, sino poner obstáculos a la gestión de Barbán y de los militares dentro de la DGI  -con lo cual se nos identificaba- y en ese caso tanto Wilfredo, como Boris o Frank, o incluso algún otro u otros oscuros personajes que desconocíamos, podrían estar detrás de tales intenciones. Recordé que la Grifin apareció tan sigilosa y repentinamente, que tal parecía que nos había estado esperando. ¿Será posible que todo esto sea fruto de una bien preparada encerrona?

Envuelto en repasar una y otra vez todo lo sucedido y en tratar de hallar una explicación me mantuve la mayor parte del trayecto, interrumpido sólo por el creciente malestar de Ivette, quien se atemorizó tanto con lo acaecido que experimentó una violenta subida de presión arterial, conjuntamente con un aumento de los mareos debido a los bruscos giros que se dieron al esquivar la Grifin y al incremento del bamboleo de nuestra embarcación cada vez que esta se nos acercaba por las bandas. En verdad, la situación había estado bien fea, pues la patrullera se había mostrado crecientemente agresiva al ver que no obedecíamos sus órdenes. Y la salud de Ivette, que ya se encontraba resentida desde el viaje anterior y por toda la tensión emocional que inevitablemente la invadió al acercarse la hora de hacernos de nuevo a la mar y el mareo que le ocasionaba  navegar, alcanzó su clímax en el inesperado encuentro.

Si algún consuelo encontré en el regreso, fue la desazón que sentí al verla totalmente derrumbada en la cubierta. Ahora quejándose llorosa además, del fuerte dolor de cabeza que se sumó al ininterrumpido mareo.

Testimonio: Mi salida ilegal con supervisión de oficiales cubanosTan mal se sentía que tan pronto llegamos a Jaimanitas hubo que cargarla para bajarla de la embarcación y acostarla en el muelle, el que por fortuna estaba tan desolado como lo habíamos dejado sólo algunas horas antes. Pasada la medianoche llegaron Wilfredo, Boris y una doctora que inmediatamente la auscultó, le inyectó gravinol para quitarle los mareos y le dio algunas pastillas para bajarle la presión arterial. Al rato de la doctora estar con ella e intercambiar con los oficiales de la DGI, Wilfredo mostrando evidente preocupación, me llamó aparte.

– Ariel, la doctora opina que Laura está tan mal, que no debe volver a navegar al menos en varios días. Pero el problema es que ya esta embarcación ha entrado y salido tantas veces que  está  “quemada” y dudo que si no vuelve a salir con ustedes esta misma noche, el mando superior autorice continuar utilizándola. Además, está el incidente con esa patrullera que no se suponía que estuviera donde estaba y que según pudimos conocer fue obra del capitán, quien inconsultamente decidió moverse hacia esa área y por poco nos echa a perder definitivamente toda la operación. Ya consulté con Boris y Frank, y ellos están de acuerdo conmigo, pero no quisiera tomar una decisión sin antes conocer lo que tú opinas.

En el intercambio previo entre ellos es de suponer que Frank les informó que yo no había estado de acuerdo con regresar, por lo que previendo lo que pudiera suceder posteriormente, de seguro vinieron a sondear lo que pensaba, estando las cosas como estaban en esos momentos. Y no era menos cierto que con el deterioro del estado de salud de Ivette ya la situación no podía ser igual, por lo que le pedí que me permitiera hablar con ella antes de darle alguna opinión y así podría contar no sólo con la mía, sino con la de ambos. Él estuvo de acuerdo.

Una enorme preocupación

A mí en verdad el corazón se me partía al verla sintiéndose tan mal que a duras penas podía abrir los ojos o hablar, de tanto que le dolía la cabeza. Y a pesar de que ya llevábamos algún tiempo fuera de la embarcación, todavía se sentía mareada y tan débil y desgastada, que le era imposible incorporarse; por lo que me acosté a su lado en el muelle y entre mimos, caricias y besos llenos de cariño y ternura, abordé el asunto que a pesar de su malestar, para ella no había dejado de ser una preocupación.

– Mira, aquí lo más importante ahora es tu salud y que tú te recuperes y te vuelvas a sentir bien para poder seguir todos juntos adelante, recuerda que somos un “team” y por donde salga uno vamos a salir los tres.

– Es que yo no quiero que por mi culpa se vaya a echar todo a perder.

– Pero si no fue culpa tuya. Tú no fuiste quien ocasionó todo esto, por el contrario has sido la víctima por partida doble y ahora lo más importante es que te vuelvas a recuperar, y ya veremos después qué es lo que pasa.

– ¿Pero Wilfredo te aseguró que más adelante habrá otra oportunidad?

– No.  La verdad es que él no puede asegurarme eso, porque no está en sus manos ni creo que esté en condiciones de estar ofreciendo nada. Más bien tuve la sensación de que considera que hay que aprovechar esta oportunidad, porque si esto fracasa, no es posible predecir lo que vendrá.

Apuntalando la aventura

Eran alrededor de las dos de la madrugada y acordamos finalmente esperar hasta cerca del amanecer para ver si ella mejoraba, en cuyo caso nos haríamos nuevamente a la mar. Si no lograba sobreponerse, entonces regresábamos a la  “casa de trabajo” hasta ver que se determinaba. Wilfredo estuvo de acuerdo.

Cuando el alba comenzó a despuntar ya navegábamos  nuevamente con rumbo Norte y apenas se distinguía la línea de la costa en un amanecer brumoso y húmedo. Daniel se quedó dormido poco después del incidente con la Grifin y había estado durmiendo ininterrumpidamente desde entonces. Ivette en un esfuerzo supremo por abandonar el país y que acabara de una vez ese suplicio para ella, decidió lanzarse nuevamente al mar y estaba de vuelta en su permanente posición horizontal en la cubierta de la embarcación.

Ya Frank había tirado al agua la balsa para que yo pasara a ocupar mi lugar tan pronto acabara de levantar la mañana, mientras que yo me había dado a la tarea de preparar el desayuno. Era un amanecer extraño. Los débiles rayos del sol no lograban traspasar aun la bruma que lo cubría todo y bajo un cielo gris el mar se encontraba calmado, pero nos desplazábamos en medio de una serie de tenues  ondulaciones, en un continuo subir y bajar de olas que no llegaban a romper, sino que más bien se deslizaban suavemente por todas partes en una arrítmica e interminable sucesión, cuando de repente alguien gritó: “¡Se soltó la balsa!”.

Efectivamente, el cabo se hundía en el agua a cierta distancia, tras la espuma que a su paso iba dejando la embarcación y en el contorno lleno de ondulaciones que nos rodeaba, no había rastro alguno que indicara la presencia de la balsa. De nuevo, Frank saltó de sus cabales y se puso en extremo nervioso y preocupado, consciente de que en esta ocasión nadie más que él cargaría con toda la culpa, a la que seguramente sumarían todo lo anterior. Si por rasgarla y dañar el motor hubo tremenda algarabía, era mejor ni imaginar que va a suceder por perderla. Intercambiando con el patrón, ambos se dieron a la tarea de calcular hacia donde se habría podido desplazar la balsa con el fin de salirle al paso, teniendo en cuenta la dirección de la corriente en el mar y la distancia que habríamos avanzado sin ella. Era más difícil que hallar una aguja en un pajar, pero al menos había que intentarlo y  al igual que el patrón, Frank tenía mucha experiencia navegando. No sólo por el carácter de sus actividades en la DGI, sino porque había nacido en el seno de una familia de pescadores en Batabanó, un pequeño poblado dedicado esencialmente a la pesca en la costa sur de la provincia de La Habana, popularmente conocido por ser el punto de acceso más común con la Isla de Pinos -renombrada por el régimen como Isla de la Juventud- a través de un ferry.

Rastreando la balsa

Según nos contó en alguna ocasión, su padre poseía un barco de pesca similar al del patrón, en el que desde niño había aprendido a navegar. Más de dos horas fueron empleadas en rastrear la desaparecida balsa, que por suerte no fueron infructuosas, ya que al fin se pudo dar con ella, evidenciándose el conocimiento del mar que ambos poseían.

No había pasado mucho tiempo tras enrumbar hacia nuestro destino cuando el motor de la embarcación comenzó a confrontar un problema que según el dueño era habitual y de fácil solución, de tener a bordo la pieza que necesitaba. En esta tercera salida yo no había siquiera pasado  a la balsa y ya se estaba planteando la necesidad de virar a buscar la pieza. Por fortuna no estábamos tan lejos de nuestro punto de partida, por lo que regresamos hasta acercarnos  a media milla de la  base de Jaimanitas, hasta donde Frank fue a nado mientras nosotros lo esperábamos al pairo en las cercanías.

La  espera resultó un tiempo de gran agrado para Daniel -pues nos pusimos a pescar bajo la orientación del patrón- pero fue desastroso para el estado físico y emocional de Ivette, quien dijo sentirse peor estando el barco con el motor apagado al compás de las olas, que cuando se encontraba en movimiento. No obstante, el patrón prefirió no volverlo a encender hasta recibir la pieza, para evitar males mayores. Al cabo de un rato, Frank regresó en una embarcación con la pieza y un mecánico, y el problema fue resuelto, ya que el dueño del barco sabía exactamente de qué se trataba.

Tiempo en contra

Continuamos el accidentado simulacro de salida ilegal pasadas las cinco de la tarde en medio de condiciones atmosféricas que cada vez se deterioraban más, y no había aun caído la noche cuando se desató una tremenda tempestad. Avanzábamos en medio de un fuerte viento y un mar picado con un oleaje cada vez más violento, con olas de más de tres pies que rompían por doquier y no acabábamos de salir de una cuando ya teníamos la otra encima. Salvo Daniel e Ivette, quienes permanecían guarecidos dentro del camarote, el resto estábamos empapados con el agua que entraba al barco por todos lados.

Sin embargo, continuábamos avanzando callados, sin que ninguno se atreviera a decir nada. Un regreso a Jaimanitas significaría el fin de tanto esfuerzo y de forma muy particular el que estaba haciendo Ivette, quien no hacía más que llorar en silencio y no fue capaz de quejarse ni en una sola ocasión. Esto sólo lo sabía yo, que me mantuve en la cubierta y alternando con Ivette y Daniel en el camarote para darles consuelo y que de alguna forma se sintieran más protegidos; pero a medida que el tiempo pasaba -hablando en términos de minutos- mayor era mi angustia y crecía mi impresión de que las condiciones atmosféricas estaban tan malas que la estábamos  sacrificando  por  gusto,  amén  del creciente peligro que se cernía en particular sobre ellos dos, que eran los más indefensos.

– Ustedes que son los que saben de esto –me aventuré finalmente a romper la inercia en que todos nos encontrábamos- ¿creen que tenga para cuando acabar, a corto plazo?

– ¿Usted que opina, patrón? -preguntó a su vez Frank con la evidente intención de quedar totalmente al margen de la opinión que daría al traste de una vez por todas con nuestro intento de salida.

Lo que decidió el patrón

El patrón, hombre de pocas palabras, medido en extremo e incapaz de haber dicho nada si no se le hubiera preguntado, pero cuya sencillez y honestidad le impedían esconder la preocupación que su semblante reflejaba, inmediatamente respondió que permitir que la noche nos cogiera en esas circunstancias sería un suicidio.

– Entonces, ponga rumbo a tierra -ordenó Frank.

Si no era obra de los hombres, y en esta ocasión todo parecía indicar que no lo era, daba la impresión de que en contra de nuestras intenciones se levantaban fuerzas sobrenaturales o había una falta de voluntad divina para que pudiéramos continuar avanzando en nuestro propósito.

Y aunque tanto en esta ocasión como en los anteriores fallidos intentos de salida siempre me dije para mis adentros que “todo lo que sucede conviene”, esta fue la primera vez que de todo corazón me alegré de que regresáramos y de pisar nuevamente el muelle, aunque este fuera el muelle techado de Jaimanitas. Otras veces en mi vida me había cogido el mal tiempo en alta mar pero siempre había sido en barcos grandes; ahora la situación había sido completamente diferente y había sentido la impresión de que estaba absolutamente indefenso y a merced de los caprichos de la naturaleza.

Ivette, la heroína

Por esta vez, regresar sano y salvo junto a mis dos seres queridos, más que un inconveniente de consecuencias fatales para nuestras intenciones de marcharnos del país, fue recibido como una verdadera bendición.

La valiente, estoica, firme y decidida actitud de Ivette comenzó a hacer historia a partir de entonces entre los oficiales de la DGI que nos atendían. Todos esos fueron algunos de los muchos calificativos expresados en diferentes momentos posteriores por uno u otro oficial y su imagen ante ellos cobró, con justicia, dimensiones de heroína.

No creo estar equivocado al afirmar que este fue precisamente uno de los elementos, si no determinante, de mayor importancia, para la decisión de que nuestro proyecto de salida se mantuviera en pie. No se puede negar la posible intención o determinación que tal vez haya tenido Barbán, de no dejarse derrotar en caso de haber existido una componenda dirigida a crearle problemas o ante la necesidad de justificar el tiempo y los recursos empleados en nuestra preparación operativa.

Sucedió que mientras esperábamos a que Boris nos viniera a recoger, Frank y yo estuvimos intercambiando sobre cuál podría ser el futuro de tanto esfuerzo y sacrificio, y creo  que si en algún momento él tuvo que ver algo con algunas de las “casualidades” que nos afectaron, en esa oportunidad se sintió sinceramente conmovido con los esfuerzos que Ivette había realizado para no echar a perder la operación. No sólo porque así me lo hizo saber, sino porque fue el principal promotor en buscar una salida ante la delicada situación que enfrentábamos.

Fue Frank quien dio la idea de utilizar alguna de las muchas embarcaciones requisadas en previos intentos de salida ilegal y que permanecían abandonadas en el cementerio de barcos aledaño a la unidad donde nos encontrábamos. Y manifestó su convencimiento de que yo podría conducir con éxito hacia nuestro destino.

La última decisión

En más de una oportunidad durante las salidas recientes, al encontrarse el patrón y él ocupados por diversos motivos, acostumbraban a confiarme la embarcación, la que siempre conduje sin  confrontar problemas. Además, por simple curiosidad y porque me gusta el mar y disfruto la navegación, me mostré siempre interesado en conocer lo más que pudiera, por lo que Frank aseguró estar confiado en mis posibilidades y se mostró además dispuesto a ser mi tutor y enseñarme lo que me pudiera faltar para llevar la empresa a feliz término. Quedaba la parte más espinosa de esta idea y era contar con la aprobación de Ivette que allí mismo, de forma sorprendente, el propio Frank logró con estos argumentos.

Más que nada por la necesidad de mantener con vida nuestras esperanzas de tener una vida futura mejor, para nosotros y para Daniel, y poder ayudar a nuestros otros hijos que quedaban atrás, pero ya también convencida de mis habilidades para navegar, Ivette finalmente accedió a la posibilidad de que nuestra salida fuera realizada en una embarcación que yo conduciría hasta las costas de Estados Unidos. Volvíamos a la idea original, expresada por Barbán, pero con mucha más experiencia y confianza en nuestras propias posibilidades.

De repente, me sentí íntimamente más satisfecho e identificado con esta idea que con la de lanzarme al mar con mi familia en una balsa -aunque esto en realidad no fuera más que una suposición- y en esta ocasión que me sentí totalmente cómodo con la variante propuesta de escapar conduciendo una lancha.

No obstante, el futuro era incierto. Después  de tres fracasados intentos de salida ilegal, con la balsa llena de remiendos y sin ninguna seguridad de poder flotar por mucho tiempo, el motor roto y la embarcación del pescador de Cojímar “quemada” por las reiteradas entradas y salidas al Estado Mayor de Tropas Especiales en Jaimanitas, quedaba solamente esperar por la acogida que tendría la nueva proposición que el propio Frank haría al mando superior y que ya llevaba nuestra aceptación.

[1] Unidades navales rápidas provenientes de la entonces Unión Soviética, utilizadas para el patrullaje costero.

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