Testimonio: De cómo fui captado para la Red Avispa

Testimonio: De cómo fui captado para la Red AvispaA finales de 1991, el entonces profesor Edgerton Ivor Levy, quien impartía Historia del Movimiento Obrero y la Revolución Socialista de Cuba en la Universidad de La Habana, fue contactado por la Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior (MININT) con la intención de convertirlo en un agente cubano en Estados Unidos.

Levy llegó finalmente a Miami en junio de 1993, junto a su esposa Ivette Bermello, también profesora de la Facultad de Filosofía e Historia, y el hijo menor de ambos. Seis meses después del asentamiento se produciría su primer contacto con el jefe de la Red Avispa, Gerardo Hernández, en una tienda K-Mart de North Miami Beach. 

No fueron ellos los únicos académicos de la Universidad de La Habana captados para la red. Entre las “avispas” figuraron también Daniel Rafuls, alias José, profesor de Teoría Sociopolítica; y su esposa Vivian Sabater, alias Tania. Ambos escaparon a Cuba cuando la operación fue desmantelada en 1998. A su regreso, fueron reacogidos en el seno universitario y Rafuls fue incluso catapultado como miembro de la Asamblea Provincial del Poder Popular en Ciudad de La Habana.

Levy sería una pieza clave para el desmantelamiento de la Red Avispa, la mayor organización de espionaje cubano en la historia de Estados Unidos.  Desde su llegada a territorio estadounidense contactó e informó al FBI de su misión, de manera que las autoridades tuvieron control sobre los movimientos e intenciones de los agentes cubanos en el sur de la Florida desde el momento de la estructuración de la red.

Quedan muchos documentos aún clasificados con información relevante sobre este caso y sólo unas tres mil páginas fueron entregadas por los investigadores para el juicio contra los cinco agentes, cuatro de ellos aún en prisiones de Estados Unidos.

CaféFuerte publicará a partir de hoy una serie con fragmentos del libro testimonial que Levy tiene actualmente en preparación sobre esos dramáticos sucesos de su vida. La primera entrega habla de sus contactos iniciales con oficiales de la inteligencia cubana en un local de la Universidad de La Habana.

LOS PRIMEROS PASOS

Por Edgerton Levy

Tranquilo internamente en lo que hasta ahora había sido el centro de mis preocupaciones, esperé pacientemente la fecha de mi próximo encuentro con Braulio [1]. Ese día estuve, como siempre, puntual en la oficina de Orlinda[2], con el propósito de saludarla antes de subir a la reunión prevista.

– Ya están los compañeros esperándote  arriba -me dijo después de saludarnos.

– ¿Los compañeros?

– Sí. Los compañeros  -acotó, subrayando la ese.

Esto era algo nuevo. Yo sólo esperaba verme con Braulio, pero la sorpresa no logró opacar la tranquilidad interior que tenía. No podía ser para nada malo, solo tendría que extremar el cuidado en mis expresiones  -reflexioné mientras subía las escaleras, confiando en que, como asevera el refranero popular, guerra avisada no mata soldado .

En efecto, Braulio se encontraba conversando animadamente con una persona canosa, algunos años mayor que él, pulcramente aseado y vestido. Su sola presencia denotaba autoridad. No sé si la tendría o no, pero después que nos presentaron él fue quien se hizo cargo de conducir la reunión. Una vez que sus preguntas preliminares de rigor relajaron las tensiones iniciales y todas las partes nos adecuamos al tema que nos había hecho coincidir, el oficial se dispuso a echar una larga parrafada.

Subrayó la importancia que determinadas tareas tenían para la supervivencia de la revolución y los sacrificios que en el orden individual muchos hombres habían tenido  que  hacer a lo largo de los años de enfrentamiento  al  imperialismo -término que  habitualmente utiliza el régimen para denominar a Estados Unidos- en aras de garantizar la continuidad del proceso revolucionario cubano. Habló del privilegio que significaba ser depositario de la confianza de la revolución en el cumplimiento de este tipo de tareas, lo cual no constituía sino un premio al esfuerzo y sacrificio individual previamente demostrado. Y expresó que por sus características este trabajo era ingrato, ya que aquellos que lo lograban desempeñar a cabalidad eran los que morían sin que nadie llegara a conocer nunca lo que habían hecho; su hazaña sólo quedaba recogida en los archivos para cuando alguna vez la historia lo permitiera, si es que acaso alguna vez lo permitía.

Al concluir, envuelto en la solemnidad que dió a sus palabras, me preguntó:

– ¿Usted está dispuesto a cumplir las tareas que la revolución le encomiende sin tener en cuenta el lugar ni los peligros que ellas conlleven?

– Ya yo le había dicho a Braulio que conmigo podían contar para cualquier cosa. Así es que pueden contar conmigo.

– ¿Se da usted cuenta de los riesgos y sacrificios a que estará sometido en el orden personal? ¿Está consciente de que existe la posibilidad de que incluso su familia se vea afectada como consecuencia de sus actividades?

– Por supuesto y ello no cambia mi decisión.

Me explicó entonces que conocer mi disposición no implicaba más que dar inicio a un proceso en el que podrían surgir muchos imponderables que en esos momentos era imposible predecir. Sólo al final de este proceso sería posible conocer las posibilidades reales que existían de que yo pudiera salir a cumplir determinadas misiones. Además, yo debía estar conforme con que se profundizara en todos los aspectos de mi vida pasada y presente, pues mientras más conocieran  sobre mis vínculos y relaciones con otras personas,  mayores serían las posibilidades de cumplir exitosamente las tareas que en el futuro se me pudieran encomendar e insistió en que hurgar lo más posible en mi biografía era la única forma de poder evitar que surgieran imprevistos que pudieran no sólo poner en peligro el cumplimiento de una misión, sino mi vida. Extrajo de su maletín una exhaustiva planilla de carácter autobiográfico y otra psicológica que me fue explicando de forma general en sus aspectos más importantes y me aclaró que tenía que guardarlas fuera del alcance de mi esposa, pues a no ser que el mando superior dispusiera  otra cosa, ella  debía mantenerse totalmente al margen de lo que habíamos conversado, así como de mis actividades futuras.

Creando una leyenda

Me planteó que como parte de este proceso tenía que pasar un chequeo psicológico de una semana recluido en una instalación preparada al efecto, por lo que había que trabajar en la elaboración de una leyenda que justificara mi salida de la universidad por el tiempo necesario. En este punto de la reunión participamos activamente los tres, intercambiando preguntas e ideas, y brindando sugerencias. A mi se me ocurrió utilizar el marco de mi actividad anterior en el ICAP en la atención a invitados extranjeros como un pretexto válido que permitiera justificar mi salida por un tiempo del departamento. Braulio enseguida expresó que a través de Céspedes[3], jefe del despacho de Fernando Vecino Alegret,  entonces ministro  de  Educación  Superior (MES) -quien colaboraba habitualmente con ellos- tenían la posibilidad de solicitar mis servicios para servir de intérprete y acompañante de una supuesta delegación extranjera invitada a Cuba, aduciendo mis años de experiencias en esa dirección. Intercambiamos sobre los pro y contras de la idea, sobre la que finalmente quedamos en que ellos trabajarían y me harían llegar los particulares de su implementación.

Cuando ya el oficial del MININT dió conclusión a la reunión expresando su complacencia por la decisión que yo había tomado y deseándome los mayores éxitos en mi desempeño futuro, en medio de la despedida Braulio me informó que a partir de ese momento nuestros encuentros no serían más dentro de la Universidad. Me citó para dentro de un par de semanas en el parque del Quijote (23 y J, en el Vedado) y me dió un teléfono al cual debía llamarlo al aproximarse la fecha, para establecer el día y precisar la hora. Para esa ocasión debía llevarle las planillas con el máximo de datos posible y me pidió que le diera por escrito una informacion general sobre mi esposa, lo cual debía ir acompañado con mi valoración sobre su persona. Por último, me solicitó que para el próximo contacto escogiera un pseudónimo, por el que se me conocería en lo adelante.

La oportunidad de escapar juntos

En esta ocasión ya tenía compañía para disfrutar los resultados de tan fructífero encuentro. Salí con la impresión que de no surgir un imprevisto en relación con Ivette, ella también contaba con su boleto a bordo. Todo dependía de que nos esmeráramos en la elaboración de las informaciones y la valoración que sobre ella me pedían. Ese día festejamos en el marco de nuestra intimidad, sin limitaciones,  la posibilidad real que se nos abría de escapar juntos de la enajenada y surrealista vida a que se ha condenado al pueblo cubano bajo el castrismo.

En realidad, la nuestra no era de las peores. Teníamos la posibilidad de preparar nuestras clases en la casa, de donde sólo salíamos para cubrir la impartición de nuestra docencia y asistir a las reuniones del departamento o del partido. Ni siquiera perdíamos tiempo en caerle atrás a la cuota de alimentos que corresponde por la libreta de abastecimientos cuando estos llegaban al mercado, pues le pagábamos a una señora para que nos librara de esos menesteres que eran casi una formalidad en cuanto a lo que uno podía comprar, pero que para obtenerlos, por regla general consumen una inmensa cantidad de tiempo a la población. Otros que se especializaban en bolsa negra nos llevaban la mayor parte de lo que verdaderamente consumíamos procedente del bien abastecido mercado subterráneo, sin el cual es imposible subsistir en Cuba. En esos años de penurias inimaginables, ambos salarios se nos iban casi íntegramente en la compra de alimentos, a pesar de que cada uno duplicaba el salario medio de la población.

De manera que nos dedicamos en cuerpo y alma, durante las dos semanas siguientes, a cumplimentar todo lo que Braulio me había pedido que le llevara a nuestro próximo encuentro. La planilla autobiográfica tenía una sección dedicada a cada uno de los padres que recogía desde quiénes a su vez habían sido sus padres -mis abuelos- y el lugar de nacimiento, hasta lo más significativo en el desarrollo de sus vidas. De igual forma se recogía la información relacionada con hermanos, medio-hermanos y conyuges.  Lo más agotador y extenuante de los datos autobiográfícos era que había que recordarse de las relaciones y amistades más remarcables en cada uno de los diferentes momentos de la vida; por ejemplo durante la escuela primaria, secundaria, etc. y si se tenía conocimiento de donde estaban y qué hacían esas personas. Particular atención se prestaba a las relaciones que uno tuviera con miembros activos del MININT, de los cuales yo conocía a muchos, sobre todo de la época en que trabajaba en el ICAP.

Cuéntame tu vida

La planilla psicológica abordaba esencialmente lo relacionado con los gustos, inclinaciones y preferencias en el orden personal. Si fumaba, bebía y lo que pensaba de las personas que lo hacían. Mi opinión y actitud ante el trabajo y lo que esto para mi constituía. Mis consideraciones, opiniones y experiencias sexuales.  Particularidades en cuanto a mi comportamiento en el marco social. La forma en que establecía y mantenía a lo largo del tiempo relaciones con las demás personas. Las cualidades y las virtudes que más apreciaba y las que más detestaba. En fin, todo lo imaginable en cuanto a uno y la interacción que se establece con el medio social circundante.

En relación con los pseudónimos, que era otra de los cuestiones que teníamos que cumplir, decidimos aprovechar la selección de nombres con que contábamos cuando esperábamos el nacimiento de nuestro hijo. Yo asumiría como pseudónimo el de Ariel, que fue el otro nombre que se estuvo debatiendo hasta que se decidió que le pondríamos Daniel. Y ella el de Laura, que fue el previsto en caso de que fuera hembra.

Trabajamos infatigablemente a cuatro manos, incluso en la valoración que dí de ella misma. Todo lo cual nos sirvió no sólo para concluir con el más perfecto y acabado trabajo posible en función de lograr lo que queríamos, sino que nos permitió identificarnos todavía mucho más. Disfrutamos sin límite  largas horas de discusión respecto a los más variados temas sobre los que se requería de una consideración o una opinión y siempre acabábamos haciéndonos el amor. Asi había sido desde el primer día nuestro estilo de enfrentar los problemas habituales del trabajo y de nuestras propias vidas.

NOTAS

[1] Seudónimo del oficial de contacto de la Dirección de Inteligencia (DI).

[2] Secretaria del Partido Comunista (PCC) en la Universidad de La Habana. En su oficina se realizó el primer contacto de la DI conmigo.

[3]  Luis Felipe Céspedes Espinosa,  quien ocupaba el cargo de jefe de asesores del  Ministerio de Educación Superior.

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