Los artistas fantasmas (cien preguntas y un destino)

Los artistas fantasmas (cien preguntas y un destino) Mientras asistía a la puesta en escena de Cuatro Menos, obra escrita por Amado del Pino, un joven dramaturgo se me acercó sorprendido de que aún yo estuviera en el país.

–Por su silencio en los medios culturales, creí que habías emigrado –me dijo.

No tuve otra opción que sonreír porque no me agrada entristecer la vida de los otros más de lo que ya la tienen.

–Me gusta releer sus libros –me aseguró–. ¿Por qué no ha publicado más?

A veces no queda opción que entristecer a los demás.

Solo atiné  a responderle:

–Estoy castigado

De inmediato puso ese rostro único del que sabe de qué se trata.

–¡Un blog! –le aclaré.

Se tornó  compungido.

–Mala cosa ésa –sentenció.

–¿El blog? –pregunté.

–Por supuesto que no. Me refiero a la política absurda —dijo—. Ya está gastada, pero ellos no ceden. Tiene que acabar en algún momento –añadió como una sentencia—. La censura ha mutado. Antes, en los sesenta y setenta, era descaradamente una obligación pensar de una sola manera; no se admitía una creación que fuera en contra de los intereses del Estado. ¡Cuánto daño! Aquel “realismo socialista” que sabía a mierda. Del arte nadie se acordaba. El miedo y el oportunismo tomaron el poder cultural.

–Habla bajito que andan cerca –le dije en broma. Apenas sonrió.

Estuvimos un rato en silencio, quizá esperando que el malestar se disipara. Ya decía yo que el hombre se iba entristecer.

–¿El nombre de Rafael Alcides te dice algo? –dije con la intención de reanimar el dialogo.

–Por supuesto, pero solo a través de lecturas rebeldes –precisó—, fuera del plan académico. Viejos libreros que atesoran sus libros, o amigos que los esconden para que no se los roben, o para no comprometerse.

–¿Y los otros estudiantes? –indagué.

–La gran mayoría no tiene idea de quién es –me aseguró.

–“Mala cosa ésa” –le recordé su frase y esta vez sí sonrió–. Él lleva más de dos décadas prohibido, y persiste, desde el aparente silencio escribe mejor que nunca, y se escucha a más distancia porque su voz poética ha crecido junto a la censura.

–Santiesteban, no dejes de escribir —dijo—, ellos no merecen tu muerte literaria, eso es lo que más desean. Les has hecho mucho daño y no te lo van a perdonar nunca –me dio un abrazo y se apartó.

Cuando se alejaba me pregunté qué necesidad personal puede ser aquella que atenta contra la estabilidad emocional. ¿Qué nos lleva a lastimar la obra literaria al sumarnos a la lista negra de la censura? Esto va en contradicción con el mayor anhelo de cualquier escritor que es publicar, promocionar sus libros, compartir sus creaciones con los lectores.

Un suicidio cultural

Pero ¿qué habita dentro de nosotros que nos lleva al suicidio cultural, si, en cambio, podemos gozar de las prerrogativas que nos brinda el sistema, como la mayoría de los artistas cubanos que aceptan con desenfado? ¿Cuándo decimos que no? ¿Por qué no evitamos el arte crítico y escribimos como abejas que sacan el néctar sin rozar las espinas? O, por supuesto, callar, reprimir las ganas de decir. Mordernos la lengua. Masticar nuestros criterios y tragarlos en la mayor soledad.

Los artistas fantasmas (cien preguntas y un destino)

Rafael Alcides sobrevive a su ostracismo cultural desde hace varias décadas. Fue consecuente con sus ideas, con la manera de entender al ser humano y sus ambiciones. Pudo estar subido al “carro de los triunfadores”, pero en algún momento decidió bajarse. Y, desde entonces, escribe desde su inxilio en La Habana sin que aún ninguna editorial nacional le levante la prohibición de publicarle.

¿Qué necesidad imperiosa incitó a Raúl Luis a entregar el carné del Partido Comunista e irse al silencio de su máquina de escribir, por lo que El Cazador, su libro poético, pasó a ser parte de los cazados por los censores?

¿Por qué Raúl Rivero, el delfín de Nicolás Guillén, con un futuro prominente en la estructura política cultural, se salió de la línea oficial? Y todo por la necesidad de decir lo prohibido. Y dijo e hizo tanto que lo llevó, como el peor delincuente, a cumplir prisión a su natal Morón? Y luego de verse dentro de la oscura y húmeda celda de castigo ¿qué lo hizo mantener la hidalguía, superar el sufrimiento de tanta soledad e injusticia?

¿Por qué a Manuel Vázquez Portal le importó más su postura de conciencia, su deber ciudadano, y también se negó a viajar en ese tren de las posibilidades soñadas? ¿Qué honesta necesidad lo llevó a convertirse en necio? ¿Por qué optar por la dignidad ante la amenaza y el dolor consabido? ¿Qué lo hizo diferente? ¿Qué luz oscura lo lanza al lodo de la desesperación y lo hace mantenerse a la espera del cambio definitivo donde cada palabra nace libre?

Los palos que nos da la vida

¿Por qué Amir Valle no permitió que lo utilizaran, a pesar de ser un adolescente, allá en su natal Santiago de Cuba, cuando se dieron a conocer como “Los seis del ochenta” y con él Garrido, Torralba y Marcos? ¿Cómo se inyectan esos principios desde tan temprana edad y se alimentan y perfeccionan? ¿Por qué desde antes sabemos los palos que nos da la vida y continuamos sin importarnos?

¿Por qué Guillermito Vidal, por tener una literatura fuera de la línea oficial, probó todos aquellos “palos que le dio la vida” y soportó persecución, desprecios, marginación, e, incluso, ser expulsado como profesor universitario? Pasaron años sin que le publicaran ni un cuento. ¿Qué no le permitió claudicar y aceptar sus exigencias de voto de silencio, de escribir una literatura rosa, si humanamente era comprensible que renunciara? Y murió sin cejar, escribiendo y publicando a pesar de ellos.

Cuando Gumersindo Pacheco pudo aprovechar las dádivas que le correspondían como premiado del Casa de las Américas decidió marcharse resuelto a no regresar. Los organizadores mencionaron su nombre para imponerle la medalla por la Cultura Nacional, y se hizo silencio. Algunos sabían que ya no se encontraba dentro del país. Una manera de no aceptar los méritos, que le correspondían como intelectual, por manos de los que respaldan el juego de la dictadura.

Y se fue Luis Manuel García, premio Casa de las Américas también, después de muchas censuras, sobre todo a partir de El Caso Sandra que publicara en la revista Somos Jóvenes que ponía al descubierto la tolerancia al fraude estudiantil.

Jorge Luis Arzola soportó los golpes (aquellos palos que ni siquiera imaginó el poeta), que le asestó la policía en Jatibonico cuando salía de un Taller Literario, después de leer un cuento crítico sobre el régimen, y en plena madrugada, mientras dormía lo sacaron de la celda para repasarle la paliza. Luego siguieron las censuras, la exclusión de los eventos literarios hasta de su propia provincia. Y nunca pensó en el exilio. Sin embargo, cuando se ganó el primer premio Alejo Carpentier y lo llevaron a Guadalajara en México, y le prometieron más viajes y le entregaron un apartamento en Ciego de Ávila, entonces fue que no  pudo soportar y se marchó, ahorita ya hace 10 años. ¿Por qué pudo tolerar la hambruna y la escasez por muchos años, y no la posibilidad de ser un elegido por el sistema?

Pablo Milanés, el último cimarrón

¿Qué conllevó al pintor Pedro Pablo Oliva a dar declaraciones que lo tildarán de traidor y lo expulsaran de la Asamblea Nacional, a la cual pertenecía, y donde se supone que lo eligió el Pueblo, el mismo que no fue consultado para anular su elección? ¿Acaso su taller de trabajo no merecía su silencio y así evitar que se lo clausuraran? Ese silencio con el cual viven y soportan decenas, cientos, miles, millones de cubanos que callan lo que discrepan del gobierno. ¿Qué lo hizo diferente? ¿Por qué se convierten en su propio cuchillo? ¿Qué lo hace escoger, enfrentar al matador antes de llegar al ruedo sabiendo que será la víctima? ¿Por qué acomodan la soga a su cuello mucho antes de que el verdugo reciba la orden que los haga bajar la cabeza y pidan clemencia? ¿Por qué el sabor de la palabra soberana, cuando se prueba, ya no se puede abandonar?

¿Cuántos años de censura ha vivido el brillante intelectual Rafael Almanza en su natal Camagüey, sin que logren comprar su desprecio y su sentencia de repudio al régimen que nos oprime?

Los artistas fantasmas (cien preguntas y un destino)

El último cimarrón es el trovador Pablo Milanés, un símbolo de la “Revolución”, famoso y millonario, que prefiere el desprecio gubernamental que tener sus negocios lucrativos como los estudios de grabaciones. Que prefirió dejar de ser para la oficialidad “un querido Pablo” al bastardo que es hoy, que ha preferido hundirse en el mar antes de callar sus ideas; que, además de sus penas musicales, necesitó gritar sus penas de conciencia, y reformó su postura ante la vida, su concepción filosófica, del revolucionario que dice ser y que dista de los revolucionarios que están en el poder, y que declara negarle un concierto en vida al “Comandante” Fidel Castro, y prefiere cantarle al pueblo cubano lo mismo dentro de la isla que en Miami o cualquier parte que se encuentre.

¿Qué fórmula mágica nos transformaría en cínicos, miserables y codiciosos? ¿Cuál poción nos lanzaría a los brazos de los gobernantes y nos convertiría en protegidos? ¿Quién prepara el brebaje que nos anularía la conciencia? ¿Cuál es la receta que nos convierte en cobardes, y, por ende, en “compañeros de viaje” que aceptan agradecidos el pago, temerosos a desilusionar, a no dar lo esperado y, por consiguiente, a recibir el castigo? ¿Qué caldo nos hace definitivamente criticar a sottovoce y gritar apoyo a la oficialidad sin que nos remuerda la conciencia? ¿A qué sabe la infusión que les hace formar parte de la Asamblea Nacional, donde, al levantar el brazo, les cae sobre su cabeza un cubo de sangre de jóvenes inocentes que sólo pretendían escapar de tanta aberración, y aún disfrutar de varias propiedades en la ciudades y las playas más caras y exóticas de Cuba? ¿Cómo beber el cocimiento que impide temerle a la historia y contrarrestar toda la poética creada por su talento? ¿Cómo acostarnos con la muerte y bailar un guaguancó? ¿Cómo levantarnos con el crimen y danzar un vals con el “Presidente” de la nación, mientras llenamos los bolsillos del frío metal?

¿Cuántas oportunidades tendremos para redimirnos y detener la bala que viaja con tu nombre? ¿Esa oportunidad será la vida, o será elegir la vida en plena muerte? ¿Por qué los que se van no pueden olvidar este pedazo de tierra? ¿Qué nos hace mantenernos perseverantes en este lugar, nos impide abandonar a pesar del miedo y las constantes laceraciones físicas y espirituales de la policía política?

La conciencia es lo que nos diferencia del resto de los animales, aunque a veces, sobre el pasto, no sepamos distinguir la pisada de los otros.

* Escritor residente en La Habana. una de las más prominentes voces de la literatura cubana actual. Su libro de cuentos Dichosos los que lloran ganó el premio Casa de las Américas en el 2006. Es autor del blog Los hijos que nadie quiso. Actualmente enfrenta un proceso legal, con petición de 15 años de cárcel.

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