Un Duque con aché

El Duque Hernandez, el caballero del box.Por RAÚL ARCE

Érase una vez un Duque, tal vez de dudosa sangre azul, pero de indubitable piel morena -oscurecida bajo el sol del Caribe-, ajeno a las liturgias de los cardenales. pero ungido por el aché de los dioses africanos.

El lanzador Orlando “El Duque” Hernández se retira del béisbol. Medallista de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, fue dos veces campeón de la Serie Nacional de Cuba con Industriales y es el único entre sus compatriotas que ganó cuatro veces la Serie Mundial (tres con los New York Yankees y una con los Chicago White Sox).

Pero mucho antes de esos triunfos ya Orlandito -como le llamaba su padre, también lanzador y de quien heredó eso de Duque- se había hecho merecedor de un título nobiliario. El muchacho nació con ángel.

Con el Duque generaciones enteras de cubanos tienen una deuda de gratitud. Sobre todo sus apasionados seguidores, que iban siempre a verlo ganar -en 10 temporadas acumuló 126 triunfos y 47 derrotas (la mejor marca de la historia para Series Nacionales,  728)- con 3.05 de efectividad y 1,211 ponches.

Orlandito, porque llegó al mundo con ese carisma, era también una figura mediática.  Su personalidad me concedió el privilegio de titular una crónica “Pudo más el linaje del Duque que el arrojo de Rolando”, después de un memorable triunfo de Industriales sobre Villa Clara y sobre ese otro bigleaguer criollo -de breve trayectoria- que responde al nombre de Rolando Arrojo.

Pero en 1995,  Liván Hernández, actual serpentinero de los Nacionales de Washington y medio hermano del Duque, abandonó la selección de Cuba en un entrenamiento en México y por carambola los cancerberos del béisbol en la isla castigaron al Duque, quien estaba igualmente en el país azteca y sin embargo regresó a La Habana.

Orlandito, de un plumazo, fue separado del deporte, y un colega de la prensa fue testigo, en la conocida zona de La Rampa, del barrio habanero del Vedado, de cómo un agente le endilgaba una notificación del tránsito al deportista. “Me multan porque ya no soy el Duque, y esos pocos pesos son un problema para mí, que de pronto me he quedado sin empleo”, musitó nuestro hombre ante el policía.

En 1997, no había otro remedio, el pitcher destinado a convertirse en multiganador de las Series Mundiales del Big Show tuvo que abandonar la isla, presumiblemente en un bote desde el municipio central de Caibarién. Interceptada la embarcación por guardacostas norteamericanos, sus ocupantes fueron entregados a las autoridades de las Bahamas para su futura repatriación hacia Cuba.

Pero el representante de deportistas Mark Cubas logró para El Duque un exilio en Costa Rica -me parece verlo todavía en aquella imagen de televisión, impecable en su camisa de mangas largas y como pasajero dentro de un van- y más tarde su pase a Grandes Ligas como agente libre.

El resto de la historia usted la conoce tan bien como yo. Orlando Hernández se volvió un consentido del béisbol en las Grandes Ligas y de los neoyorquinos en particular, que hasta inventaron un movimiento de baile en las discotecas, a partir de su wind up en la lomita.

Por ahí anda el Duque, con su amable gallardía, se cuenta que decidido a entrenar a los niños. Es una pena, ahora que el presidente Obama anduvo por allá, que en las islas británicas no se ame al béisbol como lo hacemos nosotros.

Porque a este hombre, estoy seguro, la Reina lo hubiera ordenado Caballero.

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