Tanques para un enfermo: lecciones del colapso soviético en 1991

Tanques para un enfermo: lecciones del colapso soviético en 1991Por ALVARO ALBA*

Si en octubre de 1917 diez días bastaron para estremecer al mundo, según el periodista norteamericano John Reed, en agosto de 1991 tres días fueron suficientes para acabar con un sistema y un imperio. Después del 21 de agosto de 1991 la URSS fue otro país. Los soviéticos dejaron de serlo para sentirse rusos, ucranianos, georgianos, estonios, moldavos o lituanos.

El lunes 19 de agosto, a las 3:30 de la mañana, el presidente del KGB, Vladimir A. Kriushkov lanzó el veredicto: Se acabó la perestroika. Una hora más tarde dos divisiones de tanques y una de paracaidistas, dislocadas alrededor de Moscú, fueron puestas en estado de alerta. Antes de que amaneciera ya la televisión central tenía en la pantalla el ballet El Lago de los Cisnes. La obra de Piotr I. Tchaikovski era sinónimo de tragedia. Se ordenaba entonces sacar al aire la programación como si hubiera fallecido un secretario general del Partido Comunista (PCUS).

En eso tenía experiencia, pues en 1982, 1883 y 1985 había enterrado en la URSS a los líderes máximos. Desde las 6 de la mañana un locutor con mucha solemnidad, decía que Mijail S. Gorbachev estaba enfermo y el país era controlado por un Comité Estatal de Situación de Emergencia -GKChP, formado por el vicepresidente, el premier, el jefe del KGB, y los ministros de Defensa e Interior. Ya antes que saliera el sol cuatro mil soldados, más de 300 tanques y 400 carros de combates estaban en las calles de Moscú junto a los tranvías y trolebuses. Con ironía los moscovitas decían que era la primera vez que un enfermo necesitara de tanques y soldados en las calles y no de médicos para su recuperación. Un día antes, desde la dacha en Crimea, Mijail Gorbachev se negó a firmar la declaración de la junta que echaba por tierra todos los avances democráticos de la perestroika, negándose a poner fin al glasnost.

Indignación popular

El primer arresto de ese lunes fue a las 8 de la mañana, un ex oficial del ejercito que exigía la despolitización de las fuerzas armadas. En varios puntos de Moscú comenzaron de forma espontánea a reunirse cientos de personas expresando indignación por la presencia de tanques en las calles, por el aislamiento de Gorbachev y el peligro de un retorno al pasado. Al saberse que Boris N. Yeltsin, presidente de Rusia estaba en la Casa Blanca (sede del gobierno y parlamento de la entonces República Socialista Federativa de Rusia) y que se negaba a aceptar las órdenes de la junta, la consigna en Moscú fue defender la Casa Blanca.

Yeltsin escogió un tanque de los enviados a rodear a los diputados rusos y sobre este lanzó al mediodía las consignas de huelga general, desobediencia y el retorno inmediato de su rival político a Moscú en calidad de presidente del país. Se levantaron barricadas alrededor de la Casa Blanca y miles de moscovitas estuvieron tres días defendiendo la instalación. Al caer la tarde del lunes se implantó el toque de queda de 11 de la noche a cinco de la mañana y se nombró un general como comandante de la plaza capitalina.

Tanques para un enfermo: lecciones del colapso soviético en 1991

Vino luego la repulsa internacional a la detención del Premio Nóbel de la Paz de 1990. De parte de los conspiradores se manifestaron el líder libio Muamar Gadaffi, el mandatario yugoslavo Slobodan Milosevich, el entonces gobernante cubano Fidel Castro y el líder palestino Yasser Arafat. El martes 20 se unieron los correligionarios de Gorbachev con los de Yeltsin, Bush llama a Gorbachev y le expresa su solidaridad. Los golpistas planifican tomar por la fuerza la Casa Blanca a las tres de la madrugada, a cualquier precio.

Yeltsin se nombró comandante en jefe de las tropas militares en el territorio ruso y exigió el retorno a los cuarteles. Los golpistas prohibieron la edición de los principales diarios soviéticos y ordenaron el cierre de varias estaciones de televisión. El ministro de cultura renunció en protesta al golpe y el violonchelista Mtislav L. Rostropovich viajó a Moscú para tocar el instrumento en la escalinata de la Casa Blanca, expresando su apoyo a los demócratas.

No toda la actividad política se desarrollaba en Moscú. En Leningrado los manifestantes en la Plaza Marinski exigían el retorno de Gorbachev a la capital y en Vladivostok, un submarino de la Flota del Pacífico abandonó la base y en alta mar quitó del mástil la bandera roja con la hoz y el martillo y levantó la bandera rusa de San Andrés, estandarte naval de la Rusia zarista, manifestando su apoyo a Yeltsin. Pero esas fueron las excepciones. En Kiev, en Minsk o Bakú las autoridades esperaban el desarrollo de los acontecimientos en Moscú. La pasividad dominaba el ambiente en las demás ciudades.

Tres héroes rusos

Pasada la medianoche del miércoles 21, los carros de combate y los tanques intentaron acercarse a la Casa Blanca, pero los miles de moscovitas le impidieron el paso. Tres jóvenes rusos pusieron sus cuerpos para evitar que las tanquetas blindadas pasaran por el túnel de la avenida Nuevo Arbat hacia la Casa Blanca. Vladimir Usov, Dimitri A. Komar, e Ilia M. Krichevski fallecían en el empeño. El Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa amenazó con un anatema a los instigadores de una posible guerra civil, amenaza de poca influencia en unos complotados ateístas.

La muerte de los jóvenes esa madrugada fue el punto de retorno, los militares abandonaron la capital y una delegación rusa viajó a Crimea para retornar con Gorbachev. El presidente soviético era otro hombre, traicionado por sus camaradas del Partido Comunista y rescatado por sus rivales políticos. El país era otro – la URSS estaba herida de muerte.

Al cabo de los años, en Rusia recuerdan tres momentos vitales de suma importancia para que fracasara el golpe: la actitud de Gorbachev, la de Yeltsin y la firmeza con que se defendió la democracia por parte de los moscovitas.

* Periodista y analista político. Trabaja en la Oficina de Transmisiones para Cuba (OCB) en Miami.

CATEGORÍAS
TAGS

COMENTARIOS