Eliseo Alberto: “Principios y finales de una revolución anciana”

Eliseo Alberto: Además de sus virtudes como poeta, narrador y guionista cinematográfico, Eliseo Alberto poseía un excepcional talento periodístico. Ejerció la profesión desde muy joven y conocía los secretos del reporterismo tanto como las habilidades para construir en pocos minutos una columna de opinión.

Durante los 21 años de exilio en México, sus artículos sobre la realidad cubana aparecieron con regularidad en diarios como La Crónica de Hoy y Milenio. Agudo y sensible, poniendo la honestidad por encima de toda circunstancia política o intención ideológica, Lichi nos dejó una interesante obra periodística que testimonia sus porfías y frustraciones con el régimen implantado en la isla por más de cinco décadas.

A modo de homenaje póstumo, CaféFuerte reproduce este artículo suyo, publicado por Milenio el pasado abril, en ocasión del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Entre la angustia y el desencanto, Lichi expone aquí sus irreconciliables diferencias con una revolución anciana, gobernada por bisabuelos autoritarios que se resisten al descanso y al futuro. (Wilfredo Cancio Isla)

Principios y finales

ELISEO ALBERTO

¿Usted conoce algún gabinete de gobierno que tenga entre sus funciones la administración de una heladería? ¿Ha oído hablar de un solo secretario de Estado que deba ocuparse de los hoteles-garajes (posadas de paso) o de la programación de un cine de barrio o de la renovación tecnológica de una fábrica de escobas? La verdad es que hoy escribo desde el desencanto, un sentimiento poco propicio para exponer ideas con cierta precisión. Al eternizarse en el poder sin renovar su dirigencia ni perfeccionar sus estructuras de mando, sin desarrollar la economía o modificarla de capricho en capricho, sin permitir libertades individuales, sin reconocer la obligatoriedad de la Declaración de los Derechos Humanos, sin permitir la más leve oposición, sin asumir realmente sus errores, sin interés alguno en dialogar con “la Casa Blanca” para solucionar un conflicto que sólo ahoga a los de abajo, sin oír consejos, sin moneda convertible, sin créditos bancarios, sin ofrecer disculpas… los problemas de una revolución anciana ya dejan de ser de principios: sencillamente son de finales.

Luego de 14 años de obligada hibernación, el sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba sesionó durante tres largos días. Todo inició con un desfile militar y “popular” donde por primera vez marchó, revoloteó, mariposeó, un batallón de travestis y travestidos, a las órdenes de Mariela Castro, hija de Raúl Castro, y vino a terminar con la fantasmagórica aparición en el plenario de un Fidel que apenas se sostenía en brazos de sus guardaespaldas. Ni siquiera pudo decir “Patria o Muerte, Venceremos” cuando el millar de delegados le regaló una ovación que no parecía de bienvenida, sino más bien de despedida. Hizo muecas y muecas. Si de veras lo aprecian, no debieron mostrarlo en público en tan lamentables condiciones.

Y sí, lo estaban licenciando del último cargo que aún ejercía, al menos nominalmente, después de haber estado 52 años con las riendas en la mano, más cinco al frente del movimiento insurreccional, a lo largo de los cuales se interesó más por la incidencia de la revolución cubana en el ámbito internacional (guerrillas de América Latina, guerras en África) que por cuestiones domésticas, aunque no por ello dejara de ordenar la administración de las heladerías, la revisión ideológica de las películas de estreno y la confección de escobas.

Los octogenarios que el pasado martes aceptaron seguir conduciendo el carruaje obsoleto del partido eran unos jóvenes iluminados por la alegría cuando, el 1ro. de enero de 1959, el presidente Fulgencio Batista decidió rendir Palacio e huir antes de prolongar una contienda civil que iba a costarles demasiado a vencedores, indiferentes y vencidos. Algunos de esos veteranos son tan astutos que podrían atravesar un aguacero sin que los mojara una gota, filtrándose entre los hilos de agua. Pongo un ejemplo.

Para asombro de unos y desconcierto de otros, ha vuelto al Comité Central el general Antonio Enrique Lussón, 81 años, brazo derecho de Raúl Castro durante los días de la Sierra Maestra, el peor ministro de transporte que se recuerde. Llevaba casi tres décadas en el clóset de los dirigentes desde que lo “tronaran” por ser, se dijo entonces, un funcionario “corrupto”. Su mala fama era inocultable. En aquellos años de dolce vita, la leyenda urbana contaba como verídicas muchas anécdotas del pintoresco funcionario.

No voy a hacer leña del árbol caído, pero la resurrección política del utilitario general, en mi opinión, puede leerse como un claro signo de que el nuevo presidente de Cuba carece de camaradas jóvenes en quienes confiar y, por tanto, no le queda más remedio que apelar a su reserva de tradicionales subordinados, sin importarle que hoy sean unos bisabuelos que bien merecen un descanso, al término de tantas tropelías.

Una joya del refranero político nos enseña que el socialismo era el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo. La inmensa mayoría de los compatriotas que vivimos en el exilio dudábamos de que el sexto Congreso marcaría un auténtico cambio de rumbo hacia un futuro democrático, por ser el último al que podrán asistir los dirigentes históricos, según confesión del nuevo Primer Secretario. El perro de las transformaciones “desde la Revolución” nos ha mordido muchas veces. Un enérgico Raúl lo reconoció cuando dijo, en la inauguración del cónclave: Lo que aprobemos en este Congreso no puede sufrir la misma suerte que los acuerdos de los anteriores, casi todos olvidados sin haberse cumplido. Se me cae la cara de vergüenza de tener que confesarlo públicamente. También pienso en la desilusión no sólo de los críticos, contestatarios y disidentes que sobreviven en la isla, sino de los auténticos revolucionarios que aún creen en ese proyecto social. Y no son pocos. ¿Diez años más, si ellos tenían veinte cuando soñaron con un mundo mejor y habrán cumplido ochenta cuando despierten, en la cama de siempre? No digan que no lo dije: hoy escribo desde el desencanto.

Milenio, 21 de abril de 2011

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