Los intentos fallidos para construirme en “agente”: la dama delatora
Después de la Primavera Negra, cuando detuvieron a los 75 opositores al Gobierno, a través de mi hermana menor, conocí a uno de ellos que había sido excarcelado por enfermedad. Y en la visita a la casa aprecié que su hija era de una belleza absoluta. Creo que fue una simpatía mutua desde el comienzo, y aceptó pasear conmigo, luego ser mi novia.
A decir verdad me burlaba de la disidencia, al menos de aquellos a los que visitaba en su casa. La mayoría buscaba aval político para abandonar el país hacia territorio norteamericano. Los padres de mi novia vendían, de su puño y letra, la “evidencia” que luego presentaban en la SINA para la posible aprobación y ganar el status de protegidos de los Estados Unidos. También vendían las donaciones que ofrecía la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, los radios, cámaras fotográficas, grabadoras, papel de oficina, y los libros de una Biblioteca Independiente que era abastecida constantemente.
Aquellas personas me eran repugnantes por su deshonestidad, que se aprovechaban sin misericordia de cuanto estaba al alcance de su mano. Me llamó la atención que la esposa, mi suegra en aquel entonces, no formara parte de las Damas de Blanco. Me dijo que estuvo en contra y las catalogaba de enemigas porque tenían distintas maneras de ver la realidad. Algo que me pareció extraño pero razonable, era su libre albedrío.
Meses después, mi novia me dijo que había sido abordada por un oficial de la Seguridad del Estado y le había pedido que cooperara con ellos. Me dijo que se había negado al asegurarles que era apolítica. Al oficial insistirle pudo comprender que su intención era saber de mí, ¿qué estaba haciendo?, ¿con quiénes estaba interactuando? Le negué, no era posible que estuvieran más interesados en mí que en sus padres. Con seguridad pretenderían que los traicionara, terminé diciendo.
Y ella rió convencida de que yo no tenía razón. Hubo segundos de silencio. Supuse que pretendía decirme algo que no lograba captar. Me confesó que no era la primera vez que hablaba con los “agentes”, casi me dio a entender que era una asidua colaboradora. Inferí que traicionaba a sus padres. Pero la mayor sorpresa fue cuando me relató una llamada telefónica de la madre, la cual, antes de hacerla le había pedido privacidad y que se alejara de la cabina, y ella pensando que era un engaño matrimonial contra su padre, se fue acercando sin que su madre se percatara, y escuchó cuando pedía hablar con un oficial y se identificaba como la agente Victoria.
Entonces recordé las historias de su madre subida en la cerca de la prisión del Combinado del Este, exigiendo que le dejaran ver al esposo; que en alguna Mesa Redonda y periódicos había sido mencionada como disidente. Y todo me pareció decepcionante.
No volví a ver a mi novia. La última vez que la encontré regresaba de la SINA, en sus manos llevaba la aprobación de ingreso a los Estados Unidos. Desde entonces comprendí que no vale la pena creer que existen los secretos. Ellos saben más de nosotros que uno mismo. Lo mejor es expresar libremente lo que se siente y lo que se desea.
Y asumir las consecuencias, por supuesto.
(CONTINUARA)
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