Conrado Marrero: revelaciones a los 100 años

Conrado Marrero: revelaciones a los 100 añosPor JOSE ANTONIO MICHELENA

El ex Grandes Ligas más longevo cumple 100 años este lunes 25 de abril y su leyenda no ha dejado de prolongarse en el tiempo. Escuchar a Conrado Marrero es una experiencia excepcional. Muy pocas veces se nos da la oportunidad de dialogar con una persona que ha vivido tanto y conserva en la memoria el extenso relato de su existencia.

Pero lo que da relieve a esa memoria es su coherencia narrativa. Marrero no deja que nada lo distraiga de la anécdota que está contando y siempre la lleva hasta el final. Esas virtudes, coherencia y memoria, lo hacen un narrador brillante, hipnotizador. Interrumpirlo es una herejía.

Conrado Marrero sigue habitando un sencillo apartamento en la calle Ayuntamiento, en El Cerro, no muy lejos del Gran Estadio, con Rogelio –uno de sus cinco nietos–, la esposa de este y las hijas de la pareja (dos de sus nueve biznietos, uno de los cuales lo hizo tatarabuelo). Ahora en 2011 se cumplieron 20 años del fallecimiento de su esposa Petra Calero, con la que tuvo cuatro hijos.

El Premier de los lanzadores cubanos duerme entre 10 y 12 horas diarias (según cálculos de Rogelio), desayuna temprano, almuerza al mediodía con carne, viandas y vegetales y, a la caída de la tarde, come algún alimento ligero acompañado de leche o jugo. Gusta de tomar café varias veces al día y de mascar tabaco. Normalmente oye bastante radio, sobre todo los juegos de béisbol de la liga cubana.

Cuando llegamos a su casa, el 1ro de febrero, Marrero escuchaba un partido de la Serie Nacional y nos habló del equipo Cienfuegos, la revelación de la temporada. Los cienfuegueros llegaron finalmente hasta los play off, afincados en la actuación de su primera base José Dariel Abreu, quien finalmente pegó 33 jonrones (igualó el récord en sólo 66 juegos, pues estuvo lesionado) para una frecuencia superior a la de Barry Bonds en su mejor campaña:

“El Cienfuegos, a lo mejor se ha descargado en la primera base, que batea más de 400 y batea tantos jonrones -comentó Marrero-. Aunque el equipo estaba bateando, pero ha perdido varios juegos porque no le ha hecho carreras a Sancti Spíritus que había caído por su pitcheo. Y ahora Cienfuegos no le anota a esa gente. Por otra parte, Pinar del Río está inspirado. Hoy volvió a batear cinco jonrones. Estaba abajo y subió. Se le fue arriba al Habana, que tiene el mejor pitcheo de Cuba, pero ellos también se cansan”.

Justamente con un conjunto de Cienfuegos debutó Marrero en el béisbol amateur, cuando esa ciudad pertenecía a la central provincia de La Villas. Aunque no le preguntamos, entre Cienfuegos y Villaclara deben estar compartidas sus preferencias. Recordemos que él nació en los campos de Laberinto, Sagua La Grande. Y hacia allá vamos.

Los orígenes: recuerdos del Laberinto

Conrado Marrero: revelaciones a los 100 añosLa fiebre del béisbol comenzó temprano para Marrero: “Yo me acuerdo que era muy chiquito y jugaba en Laberinto con naranjas agrias verdes con un muchacho que repartía agua a los obreros que arreglaban la carretera, cerca de casa. Siempre tenía listas unas 10 para cuando él llegara. Cuando lo veía, salía corriendo y jugábamos hasta que se nos acababan las naranjas”.

Niño aún, comenzó a jugar en las novenas que formaban los adultos. Los partidos eran los domingos y el improvisado terreno estaba cerca de la bodega de Laberinto. Empezó cubriendo la tercera base, en sustitución de alguien muy errático.

El siguiente escenario fue otro terreno que hicieron con guatacas. La pasión beisbolera había crecido en Laberinto: “Desde Sagua venían novenas a jugar con nosotros que recogíamos dinero para pagar los gastos del camión que alquilaban”.

Desempeñándose en tercera o en el campo corto, gozaba y sufría con los éxitos y fracasos de su equipo y aunque las derrotas eran más que las victorias, lo importante era jugar. Él practicaba mucho en los tiros a primera y competía con otro antesalista para ver quién lo hacía mejor. Así su brazo creció en alcance y adquirió gran sentido de la precisión, como preparándose para el próximo escalón del pelotero.

En uno de los encuentros contra equipos de Sagua, Marrero fue llamado al box en sustitución del lanzador, quien estaba recibiendo una paliza por los contrarios. El pitcheo del relevista fue tan efectivo que su novena ganó el partido. Ese día se vistió de héroe porque también conectó el batazo decisivo. Su carrera de pitcher comenzaba bien.

En la vida de Conrado Marrero el béisbol es la brújula que marca espacio y tiempo. Después de la anécdota anterior, al decir «entonces se acabó aquella pelota», establece nuevas coordenadas temporales y cuenta que «en el machadato ni pelotas había». Estamos pues en la década de 1930 y en su mente está el recuerdo del ciclón de 1933, que arrasó con la población de Santa Cruz del Sur:

Conrado Marrero: revelaciones a los 100 años«Cuando el ciclón del 33 estábamos viviendo en una casa de madera grande, de cuatro cuartos, con piso de tabloncillos, pues papá había hecho agua y carbón [dinero]. Me acuerdo que a las dos de la madrugada mamá me llamó para que le protegiera la máquina de coser y yo la metí en un saco. Un rato después el viento se viró y tumbó la cocina, al abrirse la puerta. Yo la cerré y le encajé una silla de punta en el suelo. Así aguantó hasta el final. Cuando todo acabó, la carretera estaba cubierta de palmas caídas».

En esta etapa, cobra importancia el central Ramona porque algunas personas del ingenio vienen a trabajar cerca de la finca de los Marrero. Entre ellos, un señor de Corralillo llamado Raúl Abel, gran aficionado a la pelota y con cierta capacidad de liderazgo, establece una bodega en Laberinto y anima a los jóvenes de la zona a formar una novena con Marrero de lanzador.

El nuevo conjunto de Laberinto, ahora más fuerte, no solo jugaba en su patio y ganaba, sino también en los sitios aledaños: «Íbamos a jugar a Quemado de Güines, Rancho Veloz y Sagua la Grande y yo ponchaba hasta 21 bateadores por juego a recta limpia, porque aún no dominaba la curva».

En busca de un contrario de mayor fuerza, la novena de Laberinto decide enfrentar a un poderoso equipo de Ramona. La escuadra del central la integraban «unos negrazos que metían miedo cuando se paraban a batear». Para ese encuentro, el manager decide poner a pitchear a un pelotero de Rancho Veloz y sitúa a Marrero en primera base.

Pero al abridor le fabrican tres carreras y llaman a Marrero a la lomita después que su conjunto empata el juego. Conrado no permite más anotaciones y logra una buena cantidad de ponches: «Ese chiquito se va arrancar el brazo si sigue pitcheando así, decía un hombre del central». En particular no olvida a un negro corpulento que se cambiaba de ropas en todos los innings para batear como emergente.

Isabela, amigos y honorarios

El desafío, empatado, fue suspendido por oscuridad y los peloteros del central quedaron adoloridos, avergonzados en su propio terreno: «Los vamos a dejar con esta espina clavada, dijo Raúl». Pero se pactó un nuevo enfrentamiento, en Laberinto, donde vencieron los de casa con Marrero en el box todo el tiempo.

Después de participar en un torneo en Sagua La Grande, jugando para «un equipo de viejos de la Colonia Española», Marrero cambia su escenario para Isabela. En esa ciudad portuaria participa en un enfrentamiento contra peloteros de Sagua y propina nueve ceros. Ahora, convertido en el lanzador de Isabela, construye otra cadena de éxitos.

En Isabela, Marrero hace nuevos amigos; uno de ellos es el ingeniero administrador de los almacenes de azúcar, quien apostaba fuerte a la pelota por la escuadra local. «El ingeniero me daba un peso y el almuerzo cada domingo que lanzaba», tal vez los primeros honorarios que recibiera el futuro pitcher del Almendares y los Senadores de Washington. (Con el Almendares Marrero aceptó inicialmente un contrato por 700 pesos y en 1948, cuando ganó el campeonato de pitcheo le subieron el sueldo a 1,200 y luego hasta 1,500 pesos).

Pero en Isabela no solo juega en el terreno principal del pueblo, sino también en los distintos barrios y hasta viaja a los campos aledaños, diseminando su fama por el territorio. Para trasladarse desde Laberinto hasta los diversos dominios de Isabela, Marrero monta el caballo que le prestan los trabajadores de la draga del puerto. Precisamente ellos se convierten en actores importantes en el próximo paso adelante del campesino pelotero.

Conrado Marrero: revelaciones a los 100 añosPara participar en el dragado de la bahía, llegan a Isabela varios trabajadores de la ciudad de Cienfuegos que, embullados por sus colegas, asisten un domingo a un juego donde pitchea Marrero y, al ver la maestría del lanzador, le pasan la información a un equipo de pelota cienfueguero empeñado en ingresar en la Liga Amateur cubana. Este club tomaba su nombre de una tienda de ropas, la Casa Stany.

Una guerrilla contra Casa Stany

Corría 1935 y para entonces Casa Stany era el mejor equipo amateur de la provincia de Las Villas, pero necesitaba ampliar el cuerpo de pitcheo en sus aspiraciones en la Liga Nacional, de modo que se interesaron por el talento del guajiro que lanzaba en Isabela y decidieron confrontarlo en un partido.

Al llegar a Isabela para enfrentar al pitcher estrella del conjunto local, los peloteros de Casa Stany son testigos de su fama que resuena en todas partes: «Hoy los coge el guajiro de Laberinto». Pero al verlo en el terreno, junto a sus compañeros, seguramente pensaron que esa tarde ellos les darían una lección de béisbol, porque aquella gente parecía cualquier cosa menos una novena de pelota.

En efecto, recuerda Marrero: «Nosotros teníamos dos buenos peloteros: la tercera base y el short stop; mientras los tres files eran unos muchachos en alpargatas que se mataban corriendo detrás de los flys y el catcher sólo tenía una careta. Nadie calzaba spikes y estábamos vestidos de cualquier manera».

Mas los cienfuegueros no adivinaron el coraje con que jugaban los peloteros de Isabela y el talento que derrochaba su lanzador, quien anuló inning tras inning a sus mejores bateadores. Ya había aprendido a tirar la slider y afinado más el control.

En la séptima entrada, con el partido favorable a los locales, que habían anotado dos carreras, un cienfueguero batea un fly que el umpire canta foul, pero el jugador da la vuelta al cuadro. Al llegar a home, el catcher lo toca bola en mano. Viene una disputa acalorada y hasta ahí llegó el juego. Aunque salió con el orgullo herido, Casa Stany encontró en Isabela mucho más de lo que fue a buscar.

El guajiro que jugaba los domingos

Conrado Marrero, ya como lanzador de Casa Stany siguió mostrando su calidad en el box y luchando contra muchos obstáculos. Continuaba siendo un campesino que trabaja duramente en el campo de lunes a sábado y que los domingos hacía un largo trayecto para jugar pelota.

En 1938, año del ingreso de los cienfuegueros en la Liga amateur, Marrero viaja por primera vez a La Habana, invitado para valorar su probable inclusión en el combinado que representará a Cuba en los Juegos Centroamericanos de Panamá.

La invitación le llegó de repente: «Yo estaba cargando una carreta de caña y me avisaron que esa noche debía tomar una guagua en el pueblo de Santo Domingo. Dejé la carreta a medio cargar, corrí para mi casa, me eché un poco de agua, me vestí y salí a coger el tren».

En su primera noche habanera Marrero apenas durmió. Recuerda que «me dieron una cama sin colchón ni frazada en el hotel Boston, cerca de la estación de ferrocarriles. Por la mañana estaba molido y acatarrado». Pero debía lanzar.

Y lanzó un juegazo con el Casa Stany contra un equipo de Camagüey, en el terreno del Cubanaleco: «Perdí ese juego, una carrera por cero, por un error del segunda base Juan Yero. Me seleccionaron para viajar a Panamá, pero no quise ir». No le pregunté la razón. En Laberinto lo esperaban la carreta, los bueyes y la zafra azucarera.

Entrando al profesionalismo

El resto de la historia es más conocida. Casa Stany ingresó a la Liga amateur en 1938 y ocupó el cuarto lugar, solo detrás de los conjuntos de Hershey, Regla y Fortuna. De los 13 juegos que ganaron los de Cienfuegos, 10 fueron a la cuenta de Marrero.

Fue la primera de sus ocho temporadas en la Unión Atlética Amateur. Allí lanzó 191 juegos, 154 de ellos completos; en 128 ocasiones fue el vencedor. Igualmente sobresaliente fue su actuación en cinco Series Mundiales de Béisbol Amateur entre 1939 y 1944.

Los Indios de Juárez, en México (1946), se beneficiaron del brazo de Marrero en su primera incursión profesional. Y casi lo deja allí, porque ganó 24 juegos en la campaña regular y cuatro en post temporada, con 10 derrotas. Según El Premier: «En el último mes del torneo, solo éramos dos pitchers, un salvadoreño y yo. El manager me ponía a abrir un juego y relevar el siguiente. En el partido final de los play off por la discusión del campeonato, mientras estaba lanzando el salvadoreño me mandaron a calentar, pero ya yo no podía ni levantar el brazo».

Felizmente su compañero terminó el juego y Los Indios de Juárez conquistaron la corona. Conrado Marrero regresó a Cuba. Su comienzo en el profesionalismo había sido igualmente agotador y victorioso.

En los siguientes 12 años siguió lanzando en el béisbol profesional cubano, en la Liga Internacional de La Florida, en Las Mayores. Los Alacranes del Almendares, los Havana Cubans y los Senadores de Washington lo tuvieron en sus filas y con ellos siguió tejiendo la brillante historia comenzada en finca Laberinto.

¡Felicidades Premier!, mantenga el brazo caliente y siga encaramado en el montículo que el juego continúa.

Audio completo de la entrevista aquí y aquí

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