Hilda Molina: “Fidel Castro es una inteligencia desalmada”

Hilda Molina: “Fidel Castro es una inteligencia desalmada”
La doctora Hilda Molina (der.) junto a su madre Hilda Morejón en el apartamento que ambas comparten en las afueras de Buenos Aires. Foto: Cristóbal Herrera.

Por Wilfredo Cancio Isla

BUENOS AIRES- Cuando Fidel Castro comenzó a cortejar con rara obsesión a la doctora Hilda Molina, la galantería se desbordó en preguntas sobre los sentimientos que ella experimentaba a la hora de operar el cerebro de sus pacientes.  La curiosidad llegó al punto de pedirle videos de algunas de sus operaciones, pero con la precisa advertencia de que las imágenes no deberían mostrar sangre.

“Fidel Castro me decía que quería ver cómo yo operaba, pero que le desagradaba la sangre”, recordó Molina durante la entrevista con CaféFuerte. “¿No es una gran ironía que el hombre que ha ensangrentado la historia de su pueblo durante más de 50 años no pueda ver la sangre en un video?”

Las peticiones, los regalos y las invitaciones privadas que le dispensaba Fidel Castro se remontan a los años en que Molina se encontraba en la cúspide de su carrera profesional, sumergida en un ambicioso proyecto de restauración neurológica para enfermos nacionales y extranjeros. No podía entonces imaginar que el hombre que le preguntaba por sus perfumes, le enviaba bandejas de dátiles y la convocaba insistentemente a cenas con ilustres visitantes, terminaría tendiéndole un tenebroso cerco de prohibiciones que la convirtió en rehén del gobierno cubano por 15 años, imposibilitada de viajar y reunirse con su familia en Argentina.

Una odisea que detalla en Mi Verdad (2010), testimonio de su compromiso y desencanto con la revolución cubana, y que ya va por la cuarta edición. En casi dos años de exilio en Argentina, adonde arribó el 14 de junio del 2009, la doctora Molina ha alternado su tiempo entre el cuidado de su anciana madre y las presentaciones de su libro, que casi siempre desatan encendidas polémicas sobre la realidad, las ilusiones y el futuro de Cuba.

Molina me recibió junto a su anciana madre, Hilda Morejón, en el modesto apartamento que ambas comparten en Ciudad Jardín, en la barriada bonaerense de El Palomar. Fueron casi cuatro horas de conversación en las que la neurocirujana repasó los hitos de su vida en Cuba, su experiencia como exiliada y los sueños que no se resigna a abandonar.  A los 68 años, rodeada por fin de sus seres queridos, Molina sólo anhela recuperar en familia el tiempo que malversó en proyectos absurdos y caprichos ajenos, y volver a ejercer la medicina en una Cuba para todos los cubanos, “sin tinieblas y sin tiranos”.

Extorsión a 40 dólares mensuales

Cuando salió de Cuba, usted dijo que venía temporalmente a Argentina, pero a estas alturas su retorno a la isla parece cada vez más improbable. ¿Cuál es actualmente su estatus en Argentina y cuáles son sus planes inmediatos?

El permiso de entrada a Cuba caducó al mes y entonces mi hijo [el neurocirujano Roberto Quiñones] averiguó con la embajada cubana en Buenos Aires para no perderlo. Le dijeron que se podía ir renovándolo mes tras mes con el pago de 40 dólares, es decir, una modalidad de extorsión, ¿no? Esos señores de la embajada saben muy bien que yo no gano dinero en este país, y que mi hijo y mi nuera Verónica nos mantienen a mi madre y a mí, pero de todas maneras se fueron abonando los 40 dólares mensuales. Yo siempre pensé que eso no tenía mucho sentido, porque si el gobierno cubano no quiere que volvamos a entrar no importan los pagos, todo depende de la voluntad de ellos, y nos habrán sacado ya el dinero que no tenemos. Cuando se cumplió el año, le dijeron a la persona que nos hacía el favor de llevar el dinero que  a partir de ese momento yo tenía que ir personalmente, pero que tenía que pedir una cita por teléfono. Entonces llamé un día por la mañana y me dicen, “No, por la mañana no, las citas se dan de 3 a 5 de la tarde”. Y así, no he podido ir todavía y no sé en definitiva si voy a ir, porque creo tener derecho a entrar a Cuba cuando me plazca, sin tener que estarles pidiendo permiso a ellos. Nosotros queremos volver a Cuba, pero mi madre no resistiría un viaje  en estos momentos por un serio problema cardíaco que tiene, además de sus 91 años. De todas formas, yo sigo diciendo que quiero regresar a Cuba.

Pero ese regreso, ¿bajo qué condiciones sería? ¿Con el mismo sistema? ¿En tiempos de cambio para el país?

Hilda MolinaQuiero regresar a Cuba para ejercer la medicina como la ejercí toda mi vida, con los pacientes cubanos. Ellos -el gobierno- querían que mis servicios fueran para extranjeros que pagan en dólares; obviamente los dólares eran para ellos… de ahí mi carta de ruptura con el sistema en 1994. Yo quisiera volver a ejercer la medicina a mi manera, como la he ejercido siempre, y así quisiera volver a reanudarla en Cuba: con los pacientes que no pueden pagar.

Para llegar a abrazarse con su hijo y sus nietos, usted tuvo que resistir una batalla emocional de 15 años, a merced de la voluntad de Fidel Castro. ¿Cómo se siente emocionalmente en Argentina y cómo queda Cuba en ese mapa sentimental?

Aquí tengo reunidas a casi todas las personas que quiero en este mundo, mi hijo,  mi nuera que es una hija, mis dos nietos, mi mamá… Desde el punto de vista familiar y humano era mi máxima aspiración. Pero yo extraño a Cuba muchísimo. Ella [apunta hacia la madre] y yo extrañamos muchísimo a Cuba. Tengo un cordón umbilical que me une a Cuba y creo que me va a seguir uniendo siempre. Y te digo con toda sinceridad que no voy a poder descansar nunca hasta que Cuba cambie o hasta que yo pueda volver allí.

¿Qué es lo que más extraña?

Los pacientes, mi trabajo como médico y otras miles de cosas que no se pueden expresar con palabras.

Pero hacía tiempo que usted estaba alejada de la práctica de la medicina, aún estando en Cuba…

Sí, pero a veces pasaba por los hospitales, estaba más cerca de los pacientes estando en Cuba. Y sí, hay otras cosas. A veces cuando camino por las calles –yo no salgo aquí mucho- extraño a Cuba, el olor, la naturaleza, tú tienes que entenderme, pues lo debes sentir también, ¿no? Nunca pensé que iba a sentir una nostalgia tan grande por Cuba. Las calles, el cielo, el mar,  son diferentes. Y hasta extraño hablar con cubanos.

Fidel Castro, muy molesto

De cierta manera usted ha vuelto a desandar Cuba a través de su libro. Pero su testimonio evidentemente ha molestado tanto  en las altas esferas del gobierno cubano como entre los fieles seguidores internacionales del castrismo. ¿Cree que todo esto se deba a que usted se mete demasiado con la imagen y la conducta de Fidel Castro?

Hilda MolinaEste no es un libro político. Narro hechos que yo viví y me parece que es muy difícil cuestionarle a una persona su propia vida. Los relatos y los análisis sobre el señor Fidel Castro son resultado de mis conversaciones con él por largas horas, no porque yo lo busqué, sino porque él me buscaba a mí.

Me parece que eso  es lo que más ha molestado y sé, tengo información reciente de que a él personalmente le ha molestado muchísimo. Eso explica también las protestas que me siguen por todos los lugares donde presento el libro.  Hace poco cuando iba a presentarlo en Uruguay, me dicen los organizadores: “Aquí no va a haber problemas, hasta la hija de Fidel Castro ha presentado su libro aquí y nunca han habido protestas”. Les digo yo: “Aquí sí va a haber problemas”. Y efectivamente… Los uruguayos estaban sorprendidos, porque eso era inédito allí.  Cuando terminé esa presentación, dije públicamente que le agradecía muchísimo a Fidel Castro y a su gobierno la promoción que está haciendo de mi libro, porque cada vez que envía su tropa de agitadores detrás de mí se forma un escandalito, y eso está ayudando tremendamente a que se venda.

Debo reconocer que el tiempo le ha dado la razón. Cuando Fidel Castro cayó gravemente enfermo en el 2006 y los pronósticos sobre su salud eran sombríos, usted fue de las personas que se adelantaron a pronosticar que iba a recuperarse. ¿Por qué lo intuyó?

Los médicos sabemos cuándo una recuperación es posible, sobre todo si se trata de una persona con tantos deseos de vivir como él tiene. Deseo de vivir y -valga decir también- posibilidades de curarse, porque tiene tres clínicas dedicadas a atenderlo: además de CIMEQ [Centro de Investigagiones Médico Quirúrgicas], hay una clínica en el cuarto piso del Palacio de la Revolución específicamente para él, me consta, no lo digo porque alguien me lo contó; y otra clínica que está en Nuevo Vedado, en Kohly.

El CIMEQ atiende militares aparte de la población, pero hay una parte especial para él. Fidel Castro cuenta con todos los recursos médicos del mundo y unos deseos tremendos de vivir para hacer  realidad sus sueños de Alejandro Magno, aunque nadie es eterno. Siempre tuve la intuición de que iba a recuperarse. Sé que mis consideraciones despertaron ciertas polémicas, pero como médico no puedo alegrarme con la enfermedad  o la muerte de una persona. Es más, no quisiera que los cambios de Cuba  tuvieran que ver con la muerte de nadie, ni siquiera con la de Fidel Castro.

Un hombre incorregible

¿Cómo usted evalúa ese retorno de Fidel Castro a los primeros planos de la vida pública en Cuba?

Regresó a la vida pública, pero pienso que él nunca dejó de dirigir y mandar en Cuba. Hasta en la primera cirugía intestinal que se le hizo en julio del 2006 y que luego se complicó, él fue quien determinó lo que los médicos debían hacer. Regresó tal cual es: defendiendo a sus amigos por el mundo, a la gente de Irán, a Corea del Norte, a Libia… A mí me parece que ese tiempo podía utilizarlo en hacer los cambios necesarios para que se respeten las libertades de los cubanos.

¿Cuál es realmente la deuda que usted arrastra con Fidel Castro? ¿Hasta dónde llegó él en las relaciones personales?

No lo puedo  decir porque nunca lo hizo explícito, tal vez porque yo no le permití que lo hiciera… El trató de tener un acercamiento más personal, por lo menos yo vi el intento cuando me decía: “¿Pero tú no sabes hablar de otra cosa que no sea trabajo?” Entonces le hablaba más de trabajo. Un día que seguí hablando de los pacientes me mira así con una cara de tristeza y me dice: “Tú quieres mucho a tus pacientes, ¿verdad?”. Y le digo: “Sí, yo quiero mucho a mis pacientes”. Entonces me responde: “Pero qué dichosos son los pacientes tuyos, verdad que son dichosos”. ¿Qué puedo yo pensar? Me mandaba ramos de rosas rojas, quería que estuviera en cuanta cena oficial se daba… A lo mejor no explicitó algo y se sintió con derecho…  Me trataba después como un acreedor considerado y complaciente con una desconsiderada deudora. Al final pienso que me quedó algo pendiente con él. Debió ser una cuestión personal. Porque más de lo que yo trabajé y de lo que aporté a la medicina y al CIREN [Centro Internacional de Restauración Neurológica] es difícil que se le pueda pedir a alguien a cambio de nada. Porque quiero insistir en que a mí no me dieron nada, ni me aproveché de las circunstancias ni tuve privilegios.

Hilda MolinaHay en su libro una descripción de los galanteos de Castro que tienen que ver con el momento en que quedó hechizado con el olor de sus perfumes. Cuénteme ese capítulo de la sensibilidad del comandante…

Me quedé perpleja cuando en una ocasión me preguntó: “¿A ti te gusta mucho el perfume, verdad?”  Y Como en la Juventud Comunista [UJC] y luego en el Partido [Comunista] me habían criticado mi gusto por los perfumes como un  rezago burgués, pues pensé que vendría una ráfaga de críticas de parte de él. Bueno, la verdad que sí, le respondí. “¿Y cómo se llama ese perfume que tú traes?”, prosiguió. Entonces creció mi perplejidad. Le digo que se llama Alibi y me lo regalaron unos pacientes argelinos. “No, no está bien, qué bien huele”. Se comportaba con extrema timidez. Ahí se terminó eso y siguió hablando de los pacientes. Como a la semana se aparece y vuelve con el tema: “Ese perfume huele muchísimo mejor, ¿cómo se llama?”. La esposa de un profesor español  que asesoraba el CIREN me había llevado de regalo un frasco de perfume Only de Julio Iglesias, quien había hechos unas declaraciones muy críticas sobre Cuba en esos días. Lo pensé dos veces pero le solté la verdad.  Se paró como un resorte y  empezó a caminar de un lado para el otro: “Ese mercenario está hablando mal de Cuba, difamándonos…”. Le digo, mire, tal vez no está bien informado de la situación de Cuba, tiene su opinión, pero no creo que sea un mercenario, él es un artista y, por cierto, a mí me gusta mucho como él canta. Seguía caminando  caminaba para allá, para acá, y se fue calmando. Entonces me dijo: “Está bien. Será un mercenario pero el perfume huele muy bien, no lo dejes de usar”.

¿Por qué esa fijación en castigarla e impedir su salida del país?

A mí me parece que Fidel Castro pensó que yo era propiedad privada de él, se lo imaginó.  Y no toleró el hecho de que yo, allí mismo, de frente, dijera: se acabó.  No es muy frecuente que una persona que llega a determinado nivel rompa frente a frente con el gobierno. Tengo información de personas que fueron a hablar con él  para interceder en mi caso: “No, esa traidora no sale más, y además tiró como un trapo sucio las condecoraciones”. Creo que me veía como su esclava de lujo.

¿Cuál es la mejor definición que puede hacer de Fidel Castro?

Fidel Castro es una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida, pero estamos ante una inteligencia desalmada. Es un sicópata con rasgos de sociópata.

Hilda MolinaNada que negar

Sus críticos en el exilio cubano suelen recordar que usted recibió la Orden XX Aniversario del MININT y que colaboró con la Seguridad del Estado. ¿Qué hay de cierto en esto?

No, con la Seguridad del Estado no colaboré. No tengo por qué negar lo que hice o lo que dejé de hacer. La medalla me la ponen porque cuando una persona en Cuba llega a una posición determinada, sea por la ciencia, por el arte, enseguida le cuelgan todas las condecoraciones habidas y por haber. La  argumentación por el otorgamiento de la Medalla “Eliseo Reyes” del Consejo de Estado, publicada en la Gaceta Oficial, dice: “Por el coraje  que ha tenido de asimilar cosas nuevas dentro de la medicina”. Esa es mi historia y si no me quieren aceptar, pues no voy a disgustarme con nadie.

De las revelaciones que aparecen en su libro, hay una denuncia demoledora sobre las drogas que se guardaban dentro de las instalaciones del CIMEQ. ¿Tiene usted pruebas?

Me basé en el testimonio de un alto oficial del MININT, debe haber sido poco después del caso del general Arnaldo Ochoa, en 1989. Sucedió que una compañera mía del colegio de monjas a la que le había perdido la pista -porque casi todas mis condiscípulas se fueron de Cuba- se reencontró conmigo cuando inauguramos el CIREN. Como salí por esos días en la prensa, pues ella me localiza.

Estaba por entonces casada o unida con este alto oficial del MININT, un hombre al que le gustaba mucho la bebida. Las veces que yo hablé con él tenía aliento etílico y la única vez que fui a la casa de ella, porque me insistía, el hombre estaba tomando mucho. Y es allí donde él, muy locuaz, se alegra de que nos hayamos reencontrado y la esposa le dice que yo trabajaba en el CIMEQ. Tengo entonces que aclararle que no es en el CIMEQ, sino en un centro nuevo vecino del CIMEQ… Cuando él oye el CIMEQ, dice: “Ah, qué gran institución, ahí guardamos las drogas que recalan en las costas, que se recogen en alta mar”.

El oficial tenía un cargo en la dirección de prisiones del MININT.  Le digo no, pero esas drogas, según informa el gobierno, se incineran. “Ah, cómo se van a quemar si eso vale dinero, están almacenadas en el CIMEQ… No, no, no todo se incinera si está guardada ahí, si nosotros somos los encargados de rescatarla, de recogerla y de guardarla”. El encontró muy normal que en lugar de quemarse como decía el gobierno, se recogiera y se almacenara. A mí me pareció aquello algo terrible.

Solidaridad silenciosa

Cuando usted toma la decisión de romper con el sistema y quedarse en Cuba, ¿recibió algún respaldo entre sus ex compañeros de fila? ¿Alguien se solidarizó en estos años con su calvario personal?

Conozco personas que están en el gobierno cubano en diferentes sectores, creo que son buenas personas y que durante mucho tiempo esas personas creyeron con sinceridad en que estaban haciendo algo bueno. Hasta donde yo sé no le hicieron daño a nadie, incluso algunos querían imitar mis pasos, distanciarse del gobierno, y quedarse en Cuba. Pero cuando conversas con ellos en privado te dicen: “Tú has sido un termómetro. Te han atacado por todos los flancos y no tengo la entereza de soportar que me agredan por todos lados”.

Es una suerte de ejecución moral. A veces es mejor que te maten de un tiro en el  medio del corazón que soportar esa ejecución moral lenta. No quiero ni que me quiera,  ni que me acepte quien no me quiera aceptar. Pero de eso a que te insulten en público, a que te agredan con un lenguaje tan marginal como el del gobierno cubano, hay un abismo que la gente no soporta, porque tienen familia, tienen  dignidad… No todo el mundo tiene valor para enfrentarlo.

Por eso pienso que cuando las personas se agreden públicamente le están haciendo a Fidel Castro el mejor de los regalos. Y están limitando la posibilidad de que otras personas den el paso dentro de Cuba. Yo respeto mucho a los que se van, a los que escapan, pero me parece que sería bueno que mucha gente diera el paso dentro de Cuba, sería muy útil para nuestra patria. Si muchos no lo hacen es porque tienen miedo a la ejecución moral por todos los flancos. Estando aún en Cuba, cuando escuchaba diatribas contra mí desde el extranjero, me pregunté muchas veces, ¿y esta persona por qué me está ofendiendo?  ¿qué cosa yo le he hecho a esta persona?

¿Cuáles son las críticas que usted considera más injustas? ¿Quiénes pueden estar molestos con su decisión?

Quien más se molestó conmigo fue el propio gobierno cubano: los ineptos, los incapaces, los acomodados que me pusieron el apodo de Dama de Hierro. Porque como todo lo que ellos dirigían eran verdaderas sentinas y el CIREN funcionaba bien para los enfermos cubanos, era un mal ejemplo. Cuando tienes 156 camas ocupadas por pacientes discapacitados, gravemente enfermos, tú no puedes ser muy débil con un enfermero que se duerme en un horario nocturno, o con un empleado que cuando tiene que bañar a un enfermo lo hace mal.

Yo pedía el mejor servicio para esos enfermos y ahí sí era inflexible. Entonces a los incapaces que no sabían dirigir nada, les molestaba que aquello funcionara con excelencia. Y así se me ha quedado el cartel de inflexible.  Yo era inflexible, pero si había que llegar a las 8, yo llegaba a las 5 de la mañana. Y si había que irse a las 6 de la tarde yo me quedaba, porque estaba defendiendo a esos individuos. Si volviera a ejercer la medicina como quiero hacerlo, no sería diferente. Porque a mí me parece que es un deber de todo médico defender la mejor atención de los enfermos. Y hasta eso me siguen criticando.

Hilda MolinaRetornando a la fe

Estando aún dentro de las esferas del gobierno, usted decidió regresar a la fe católica de sus orígenes. ¿Por qué decidió hacerlo?

Yo procedía de una cuna católica y fui una de las que abandoné la Iglesia y no hice nada cuando la estaban persiguiendo.  Viví dentro de la Iglesia Católica el renacer de la fe, he visto la labor espiritual que está haciendo en todo el país. He visto cómo mucha gente está siendo mejor gracias a esa labor, pero he visto también la labor que hacer para ayudar a personas que se pudieran estar muriendo de hambre si no recibieran el auxilio de la Iglesia Católica.

¿Intercedió en su caso el Cardenal Jaime Ortega?

Nunca le pedí ayuda al Cardenal Ortega ni a la Iglesia Católica como persona, porque si no la ayudé cuando más lo necesitó, por qué voy a molestar ahora. Mi madre nunca abandonó la fe y cuando se agravó su enfermedad, se cayó y estaba en un sillón de ruedas, y no la dejaban salir ni siquiera a hacer una visita a Argentina, ella sí acudió a la Iglesia pidiendo por las dos.

Por fin Raúl Castro la dejó salir en mayo del 2008. Se mejoró mucho aquí, pero después se enferma de una insuficiencia cardiaca y entonces, en momentos en que está en terapia intensiva, con pocas esperanzas de sobrevir, es que le hago una carta a la Conferencia de Obispos Católicos [COCC], diciéndoles, yo sé que no tengo derecho, yo abandoné la Iglesia cuando la Iglesia necesitó que yo como católica la ayudara, pero Hilda Morejón, esta católica comprometida, se está muriendo, pidiendo que me quiere ver. Inmediatamente la COCC respondió a mi carta, la envió al Consejo de Estado, y me habló monseñor Dionisio García Ibáñez, y me dice “Ve para inmigración que te van a dejar salir”.

¿Cómo evalúa la labor de la Iglesia Católica y el Cardenal Ortega en el acontecer cubano hoy?

Creo que el Cardenal Ortega, los obispos cubanos y la Iglesia Católica están haciendo una labor excelente alimentando el espíritu y el cuerpo de los hambreados cubanos, y favoreciendo la liberación de presos políticos. Ese gobierno, aunque finja una tolerancia religiosa, siempre va a tener problemas con la religión y con la fe. Y le encanta que se desacredite a la Iglesia Católica. Criticar a la Iglesia Católica cubana es un buen regalo para Fidel Castro.

¿Ha pensado ejercer la medicina en Argentina?

No…y andan por ahí diciendo que yo estoy ejerciendo la medicina clandestinamente [se sonríe].  Y que vivo en una mansión y que quiero convertirme en millonaria practicando la profesión. Aquí están viendo el apartamento donde yo vivo, que me lo pagan mi hijo y mi nuera que trabajan de sol a sol. No tengo necesidades ni aspiraciones materiales. Esa tremenda calumnia es tan inaceptable con mi propia personalidad que no sé cómo el gobierno cubano la fabricó. Endilgarme la aspiración de  millonaria es tan demencial como increíble.

¿Le ha sorprendido el apoyo que el gobierno cubano y sus símbolos propagandísticos tienen en Argentina?

No. Conozco ese marketing político que ellos hacen internacionalmente… Han destrozado a Cuba, son incapaces de estructurar una economía adecuada para que el pueblo no se muera de hambre, pero en este trabajo sucio diplomático y en ese marketing internacional son expertos. Tienen unos tentáculos larguísimos que llegan a los lugares más recónditos y nadie puede abrir la boca, ni siquiera para hacer la crítica sencilla al gobierno cubano, sin que se libre de que aparezca el libreto que le tienen elaborado, convertiéndolo inmediatamente en un mercenario, un delincuente común, un ladrón o un terrorista.

Yo lo he dicho mucho presentando el libro. ¿Ustedes no se fijan que es totalmente antinatural que Fidel Castro no pueda tener opositores? Dios puede tener opositores. Dios crea a la gente y la gente puede querer o no querer a Dios. Pero a Fidel Castro no se le puede criticar. Lo que es demasiado triste es lo difícil que se le hace a los cubanos que fuera de Cuba tratamos de decir la verdad, enfrentados a estas personas irracionales, manipuladas por el gobierno cubano. A mí me han llegado a decir: “¿Y de dónde usted sacó todo eso que está diciendo?, porque yo acabo de venir de Cuba y yo no vi nada de eso”. Y les digo, ¿qué tiempo tú estuviste en Cuba? “Estuve una semana”. Bueno, pues yo lo saqué de vivir 50 años allí.

Hilda Molina ha destinado los fondos que le corresponden como autora de su libro a proyectos en favor de la democratización de Cuba. Mi Verdad, publicado por la Editorial Planeta, puede adquirirse por internet o en las principales liberías de América Latina. Está disponible también en la Librería Universal de Miami y en Books and Books de Coral Gables.

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