Rosendo Rosell, adiós a la república

Por Wilfredo Cancio Isla

Ha muerto este domingo en Miami a los 92 años uno de los más prolíficos artistas de la Cuba republicana y el exilio: Rosendo Rosell, creador infatigable, humorista cáustico, testigo perspicaz de una época  que forma ya parte de nuestros asombros contemporáneos.

Rosendo Rosell en su casa en Miami, en el 2008. Foto: PEDRO PORTAL.

Rosell no sólo fue un actor que se movió con destreza en todos los medios, desde la radio al cabaret; protagonista de películas memorables como Siete muertes a plazo fijo y Casta de Robles; publicista, animador y compositor indiscutiblemente afincado en el patrimonio de la música popular del siglo XX.

Con su muerte desaparece una porción vital de la memoria cubana, un hombre que podía hablar de  Rita Montaner y Beny Moré, del Teatro Martí, el cabaret Montmatre y la emisora CMQ, con familiaridad de andar por casa.

Cronista mayor del mundo del espectáculo cubano de la república, deja publicados cinco tomos de testimonios y curiosidades bajo el título de Vida y milagros de la farándula en Cuba. Su columna Mundo de estrellas hizo historia durante décadas en el Diario Las Américas de Miami.

A mediados del 2008 entrevisté a Rosell durante varias horas en su casa de Miami Beach, en ocasión de su 90 cumpleaños. Estaba lúcido, chispeante en cada observación, y recordó fechas y anécdotas con precisión envidiable. No perdió la oportunidad para ironizar sobre casi todo, pero también para rememorar con fruición su niñez y juventud en Placetas, el pueblo donde nació el 25 de junio de 1918.

La entrevista -concebida para un libro con personalidades intelectuales y artísticas- permaneció inédita hasta ahora, que se publica en CaféFuerte como tributo de recordación al maestro Rosell, siempre con las estrellas y en la gloria.

Recordando a los 90

A los 90 años, en camino de los 91, ¿qué es lo que más recuerda y quiere recordar?

Debía ser al revés. A uno se le va difuminando la memoria, pero es al contrario. A los 90 años uno recuerda el mundo de la juventud y no puede apartarse del mundo de la niñez y la juventud. Hoy me siento como Dios pintó a Perico, desbarata’o, pero alegre y contento.

¿Que recuerda de Placetas, su pueblo natal?

De Placetas recuerdo todo.  Placetas era un pueblo alegre que tenía un baile mensual en el recreo de artesanos, y uno pensaba que un mes era mucho tiempo.  Ahora un mes no es nada. Y un año tampoco.  Y 90 años, menos.

¿Le queda esperanza de volver allí?

Si la pierdo, me moriría.

En esos años de adolescencia y juventud, su padre lo trató de comprometer con el estudio, pero usted se fue con una compañía ambulante de artistas…

Eso fue a los 17 años, yo engañé a mi padre. Le dije que me iba detrás del arte, pero en realidad me iba detrás de unas piernas hermosísimas. Una bailarina que tenía de sobrenombre artístico La Eléctrica. Me electrizó.

¿Y cuánto duró esa aventura?

El recorrido por la república y el regreso a La Habana.  Había mucho donde escoger por entonces.

El pueblo más alegre de Cuba

¿Pero volvió a Placetas?

Sí. Volví. Nunca me olvidé de Placetas ni cuando me fui a vivir definitivamente para La Habana. Cuando me ponía nostálgico en La Habana salía corriendo para Placetas a pararme en la esquina del Centro de Veteranos o  en el Colegio de Luz y Caballero donde yo me eduqué.

¿Cómo recuerda la vida en provincia en aquellos años?

Toda esa gama que tú señalas de vida apacible con bailes de danzón y chismes en las glorietas, se vivía en Placetas. Era el pueblo más alegre del interior de la república. Es el mismo medio geográfico de Cuba.

Eso decía mucha gente de Sancti Spiritus que iba a fiestas en Placetas…

Y mucha gente de Placetas también iba a Sancti Spiritus a bailar en la Sociedad El Progreso y en el Yayabo Tenis Club. Por los balcones de El Progreso tirábamos los tíckets para que los que estaban afuera pudieran entrar. Porque el entusiasmo y la alegría que vivía en cada uno de nosotros no estaba de acuerdo con el bolsillo. Era una vida muy apacible, muy ausente de infidelidades (ojo en el amor sí, pero en otros aspectos de las relaciones humanas, no). Vida de noviecitas, de retretas, de olores peculiares en el parque, donde las flores que si no eran exóticas nos lo parecían…

¿Cuándo se subió por primera vez a un escenario?

Casi siendo un muchacho. Al único de Placetas  que los placeteños le permitían pararse en un escenario para hacer reír era a mí. Tuve mucha suerte, porque ahí bajaban a cualquiera de la escena. Recuerdo en una época difícil cuando el Machadato, un teniente llamado Martínez prohibió que se dieran las serenatas, y nosotros salíamos todas las noches a dar serenatas a todas las muchachas del pueblo. Al guitarrista acompañante le decíamos Bolitillo, y la voz prima era un tal Santander. Una noche en medio de una serenata Bolitillo ve que viene Martínez con dos policías y tuvo que cambiar el texto: “Despréndete, Santander, que ahí viene la Guardia Rural”. Y ahí mismo se acabó la serenata.

El olor de La Habana

¿Y cómo fue que decidió irse a La Habana?

Coincidiendo con el regreso de la compañía de Marta Muñiz a La Habana, alrededor de 1938 ó 1939. La compañía se disolvía en la capital después de un recorrido. Yo empecé como enamorado y acompañante de La Eléctrica, pero tuve que esperar a que se retirara Guido de Rivera, que después fue Mandrake, el Mago… Me reuní casualmente con una artista vieja, bueno vieja  para mí en aquella época, porque tenía 50 años. Se llamaba Enma Germani. La conocí en el Parque de la Fraternidad y nos pusimos de acuerdo para participar en un programa de aficionados con premio. El primer premio era de 10 pesos. Nos repartimos cinco pesos cada uno. Después que terminamos en la COCO y la CMCK tuve un éxito tremendo, el público me respaldó. Fue la primera vez que sentí un masivo respaldo del público. Nos fuimos después a un café que estaba en Galiano y San Miguel y nos comimos tremendo sándwich. Valía 70 centavos, con todos los hierros.

¿Qué recuerdos guarda de La Habana de los años 40 y 50?

Lo primero que recuerdo era el olor a gas que había en la calle, era un olor a La Habana. Ese olor nunca se me ha olvidado desde la primera vez que fui a La Habana cuando era un niño. La casa de mi abuela estaba en Cienfuegos 222, cerca del Parque de la Fraternidad. Creo que era una ciudad que no dormía, porque muchas veces me encontré desvelado [Sonríe]. Después me acostumbré a trabajar en los cabarets. Después de la radio y el teatro, trabajaba en los cabarets.

¿Quién fue su inspiración en el mundo artístico en estos años, a quien trató de imitar como modelo?

Me alegra que me hagas esa pregunta, porque quiero rendir tributo de admiración y recuerdo al primer amigo que tuve en la farándula de Cuba, el gallego de La Tremenda Corte, Adolfo Otero, a quien acompañaba a tomar café con leche en el café que estaba en Virtudes  y Consulado.

Con Rita Montaner

En esa época se produjo el encuentro con Rita Montaner, ¿cómo fue su relación con ella?

Fue un encuentro muy profesional. Éramos amigos del ambiente. Yo era locutor de los noticieros de RHC Cadena Azul, miembro del cuadro de comedias de Sabatés. Hacía Manuel García, Rey de los Campos de Cuba, y hacía Tamacún, el vendedor errante, y Lo que pasa en el mundo, que era un programa profundamente dramático. El programa cómico lo hacía con Alvariño, que se llamaba Belarmino y Pepín, y fue el antecedente de La Tremenda Corte. Lo escribíamos entre Alvariño y yo. Entonces en la competencia con CMQ,  RHC Cadena Azul, optó por traer a Rita para hacer Mejor que me calle. Ya éramos profesionales. De ahí nos contrataron a Rita y a mí para el  Montmatre de los Hermanos Pertierra, que era el cabaret más popular y simpático de La Habana, con más categoría y que se llenaba todas las noches. Hicimos temporadas muy exitosas con El Danzón, que estuvo seis meses en cartelera.

¿Era Rita una persona tan difícil como dicen?

Muy difícil. Yo fui amigo de Rita desde los tiempos en que la conocí, pero llegó un momento en que no pude resistirla más y se rompió el binomio. Cuando no tenía con quien pelear, se fajaba conmigo. Rita era original e inteligente, pero cultivaba al mismo tiempo la amistad y la enemistad. Cuando era enemiga era también terriblemente genial. Tenía muchos ángulos firmes, indesteñibles.  Al final de todo era Rita Montaner, con arranques propios.

Pero quisiera mencionarle otros compañeros de faena artística de esos años. Comencemos por Beny Moré.

Fue un gran amigo mío. Lo fui a buscar al Alí Bar con Mario Agüero, que era el director del Montmatre. Y aceptó venir al Montmatre. Yo le dije, Beny, ahora estás en Grandes Ligas, cuida la posición. La noche que debutaba en el Montmatre, a la hora de salir a escena no tenía ninguna camisa limpia, pues los hermanos le había usado las siete camisas que tenía allí. El ritmo vivía dentro de él. Y en un principio no le dieron la importancia que tenía porque sencillamente él no se la daba.

En el teatro, tengo entendido que Alicia Rico fue como su madrina…

¡Esa era mi gran amiga! Una actriz cómica completa, simpatiquísima, muy espontánea. Fue ella quien me llevó a la compañía de Garrido y Piñero en el Teatro Martí de La Habana y le dijo a Agustín Rodríguez, que era el director: “Don Agustín, aquí le traigo al nuevo galán de la compañía”. Y ahí mismo integré la compañía de Garrido y Piñero. Debuté haciendo un galleguito, sobrino de Federico Piñero. Así hasta que cerró la compañía.

Fernando Albuerne también está en esa lista de artistas amigos…

Fue uno de mis mejores amigos, si no el mejor, en la farándula de Cuba. Una persona decente y un gran cantante, la voz más linda de Cuba, así lo bauticé.

Blanquita Amaro…

Una mujer bellísima que era además un ser humano excepcional.

María Antonieta Pons…

Una mujer radiante.

¿Y Candita Quintana?

Era una mulata también espontánea, como Alicia Rico. Candita armaba una revolución en el escenario bailando con Alberto Garrido. Eran artistas cómicos por naturaleza, graciosos sin ser pujones. El cubano era simpático por nacimiento, por exposición natural, característicamente simpático. Por eso era tan difícil ser actor cómico en Cuba, porque había que adelantársele a la tertulia y a la calle.

Compositor olvidado

Usted tiene también una  extensísima obra como compositor de boleros, chachachás y guarachas que le dieron la vuelta al mundo, sin embargo muchos no saben que es el autor de éxitos como Calculadora, Repítelo, Cubita cubera, Caimitillo y Marañón…

Empecé a componer desde muchacho pero no me doy a conocer hacia los años 50, porque hubo siempre la costumbre en la radio cubana de decir el número pero no el autor. A los autores siempre nos discriminaron gratuitamente, porque les daba la gana, porque no lo querían, porque no lo deseaban, por muchos motivos. Le caías mal a un locutor, que  era frecuente… Lo más común en el género humano es la envidia. Pues entonces decían “Amor arrepentido” por Nico Membiela, no decían que era de Rosendo Rosell. Se mencionaban los compositores cuando eran demasiados famosos como Eliseo Grenet, Mosés Simons,  Rodrigo Prats… Eran los autores que triunfaban en París y Nueva York,  las dos metas de los artistas de entonces.

La Orquesta Aragón fue la que lo catapultó a la fama como compositor…

La Aragón fue la principal, pero también Fernando Albuerne, quien me grabó con una gran orquesta en los discos PANAR. Me grabó “Repítelo”, que fue un tremendo éxito. Albuerne y yo hicimos muchos años después el espectáculo de La noche cubana en Madrid, Nueva York, París… Recorrimos medio mundo ya cuando ambos estábamos en el exilio.

¿Habló con los músicos de la Aragón después de exiliado?

Sí, me los encontré en el Paladium, en Nueva York, con un empresario boricua que se llamaba Catalino Rolón. Estuve hablando con Rafael Lay, Richard Egües, Pepe Olmos, toda la gente grande de la orquesta. Bacallao era formidable. Fue él quien popularizó “Caimitillo Marañón”  y “Cobarde”, números que grabó con la RCA Victor. Los invité y les dije una verdad que no se produjo ni se realizó en aquella época: que si se quedaban en los Estados Unidos se iban a hacer millonarios, porque tenían una fama tremenda antes que los Irakere y todos los que triunfaron después. Era el año 1961 ó 1962. Yo iba al Paladium a presentarlos y aproveché para decirles lo que pensaba. Lay me dijo que no podía quedarse porque tenía a los familiares en Cuba. Todos eran amigos míos. Estaban equivocados, pero eran mis amigos.

De todos esos números, ¿cuál recuerda con más alegría?

Yo los quiero como hijos y los hijos se quieren todos por igual.

Galán de cine

De su experiencia como galán de cine, hay un momento casi olvidado en la película Tahimí, la hija del pescador (1958), de Juan Orol, de la que me gustaría oírle hablar. ¿Cómo era Orol?

Por entonces Orol andaba enloquecido con Mary Esquivel. De las múltiples escenas que filmé con Armando Calvo, el actor español, las desmochó casi todas para meter en la película a Mary Esquivel. Estaba de galán y se ponía sombrero para que no se le viera la calvicie. Recuerdo que en una escena que actuó, venía un hombre a matarlo y él tenía que desenfundar el arma y disparar, pero se le trabó la mano y el matón tuvo que esperar hasta que Orol sacara el arma y tirara primero. Lo arregló un poco en edición pero no repitió la escena, porque le costaba muy caro repetir. Me reía mucho con él, era simpático. Y era un león buscando dinero para hacer películas.

En la radio fueron años de grandes programas humorísticos y también de grandes libretistas. Para usted, ¿cuál era el mejor escritor radial de la época?

Castor Vispo es el mejor escritor humorístico de la historia de la radio cubana. Tú te parabas por detrás de la máquina de escribir de Castor Vispo y te tenías que reír. Recuerdo cuando llegaba por la mañana con unas ojeras tremendas a RHC Cadena Azul. “¿Qué pasa, Castor, cómo estás?”, le decía yo. “Aquí, no me digas nada, chico, que me pasé hasta las cuatro de la madrugada buscando el final de La Tremenda Corte…” Hasta que no encontraba le final, no se acostaba. Ahora, el que más rápido escribía de todos era Arturo Liendro, otro escritor español aplatanado en Cuba. Nadie se acuerda de él, pero hubo una época en que escribía nueve programas de radio a diario. Talentosísimo. Era de una fecundidad increíble. En esa época era hasta maestro de ceremonias del cabaret Tropicana. Se acostaba a las cinco de la mañana y al otro día estaba como yo, a las  ocho de la mañana ante los micrófonos.

Su fama en televisión se fraguó con el programa Los Destruidos, que después rescató en Miami como Los Alegres Destruidos...

Eso fue en el Canal 4, CMF, que lo presidía Manuel Alonso. Fue un éxito tremendo, Velia Martínez y yo, Chicha y Chucho… Lo hacíamos todos con mucho cariño. Joaquín M. Condal lo escribía y lo dirigía. La idea era un tipo que no sabía nada de nada y creía que lo sabía todo. Un cubanazo. Nos complementábamos mucho Velia y yo. Un tipo con su tabacón, encendía un tabaco y se creía que el mundo era él, capaz de descubrir petróleo en el suelo del cuartucho donde vivía. El pariente que venía de Jatibonico lo hacía Alvarito Suárez. Los Destruidos fue un programa que si lo hubiera tomado una empresa como CMQ, hubiera tenido un éxito tan grande como La Tremenda Corte. Y lo armábamos en un cafetín cerca de Radio Progreso, donde empezábamos a conversar Condal y yo. Condal era una esponja para captar ideas y llevarlas al libreto. Le sobraban entusiasmo e inteligencia.

La alegría de trabajar

¿Se trabajaba mucho en esa época?

Se trabajaba enormemente, pero con alegría. Nadie se quejaba del trabajo que tenía. Había mucha gente con imaginación, pero el mejor era Castor Vispo, porque trabajaba más que todos.

¿Qué es lo que más extraña de entonces?

Lo que más extraño es la libertad. A pesar de todos los pesares, había una tremenda libertad para crear. Se hacían chistes fuertes contra el gobierno y nunca nos pasó nada.

¿Cuánto ganaba?

Con RHC Cadena Azul llegaba casi a 1,000 pesos mensuales, que era entonces un sueldazo.

¿ Cuándo y por qué se va de Cuba?

Porque me tenía que ir. Salí el 19 de enero de 1961. Querían que fuera miliciano. Lo haría de nuevo si tuviera que hacerlo. Renuncié a casa propia, posición, nombre, pero no me arrepiento. Yo trabajaba con la cerveza Tropical, que tenía patrocinio en todas las emisoras, y cuando llegaba me daban una planilla para integrar el batallón de miliciano y yo me excusaba. Me tacharon entonces de gusano. Vivía en Santa María del Mar, en Calle 5ta y 3ra Avenida, una casa de dos plantas. Hoy creo que quedan solo las paredes de la casa. La desmantelaron tan pronto me fui.

¿Cómo fueron esos primeros años de exilio?

Cuando llegué, esto era un peladero. Ahora es todo más suave. No me acogí al welfare, sino que traté de salir adelante y lo logré con la ayuda del público. Hice el festival de la canción, el concurso Miss Cuba Libre, con mucho trabajo todo, pero con el respaldo de la taquilla, gracias a Dios. Tomás García Fusté y yo vendíamos comerciales en los groceries. Hicimos el primer show cómico en Radio WMIE. Se llamó El Gran Show de Rosendo Rosell, y era yo haciendo de locutor, animador, intermedio, actor, de todo.

La inspiración de los enamorados

¿Cuál fue su divisa como artista y productor de espectáculos?

Siempre me rodeé de gente joven y atractiva para que me inyectaran energía. Siempre digo que estoy bien, aunque me esté muriendo. Cuando alguien me dice, “No volveremos a Cuba, ¿verdad?”, le veo la tiñosa parada en el hombro y prefiero no seguir hablando con él.

¿Sigue escribiendo canciones, haciendo algo?

La inspiración para escribir canciones sí se corta un poco a mis años, porque para escribir hay que estar enamorado y embullado. Pienso siempre en Osvaldo Farré, que se murió enamorado. Creo que Farré es de los más importantes compositores que ha dado Cuba.  Cuando no encontraba una palabra para seguir, repetía la anterior. Es de una sencillez aplastante. A ningún compositor cubano le han grabado tanto las estrellas internacionales como a él.

¿Podemos esperar un nuevo tomo de Vida y milagros de la farándula en Cuba?

Estoy preparando el sexto volumen. Viví día a día los años 40 y 50 en La Habana, fueron 22 años en esa ciudad. Lo que pasó en la escena y lo que pasó detrás de la escena. Me acuerdo de todo, es como si lo tuviera almacenado en un lugar de la memoria.

¿Cómo quiere usted que lo recuerden?

Como un ser humano, muy humano. Claro que a uno le gusta que le reconozcan lo que ha hecho, porque todo ser humano tiene su vanidad, y lo más importante que me dio la vida fue el aplauso del público, la suerte que he tenido como artista de tener gente que me aplauda. No hay nada más importante para un artista que la risa masiva de un público de dos mil personas con un chiste tuyo. El aplauso final de pie no tiene precio en ninguna  circunstancia. Es el regalo mayor.

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